E. H., Autorretrato (1925-1930; WMAA, NewYork) |
Llega la obra de Edward Hopper a Madrid, al Thyssen, a partir del próximo día 12. Será una gran oportunidad para contemplar en directo tantos cuadros que forman una parte decisiva de la memoria visual de nuestro tiempo y que en ocasiones son mapas precisos de nuestros estados de ánimo, de las atmósferas que ciertas películas nos han inoculado, también de la mezcla de melancolía y heroico asentimiento necesaria para afrontar la vida cotidiana. Al parecer, faltarán algunas de las obras maestras, especialmente la que retrata a «los halcones de la noche», pero seguro que descubriremos en la cercanía otras en las que aún no nos hemos detenido lo suficiente.
Obras de Hopper ya han ennoblecido en varias ocasiones las paredes de esta Posada, siempre acompañando poemas que, en mayor o menor grado, participaban del clima emocional transmitido por el ojo cómplice del artista nacido a orillas del Hudson. Las entradas tituladas Postdata, Mudanza y Eternidad, etc., dan fe de ello.
Por lo general, la obra del pintor neoyorkino se ha asociado a cierta música de jazz suave y profunda, capaz de llegar tan dentro como llega la inquietud que transmiten los tonos amarillos y ocres de sus cuadros, los gestos derrotados o solo pacientes de sus personajes, las actitudes de espera casi al borde de la disolución, o ese don especial para pintarle a los espacios el alma que los habita.
Pero, como creo que demuestra el vídeo que cuelgo abajo, las escenas y los colores de Hopper admiten otras posibles lecturas rítmicas, en este caso el descriptivismo envolvente de Debussy. Al compás de esta música tal vez se nos muestre un Hopper suavizado y sin aristas, aunque a estas alturas quizás sea ese, el de una humanidad aún noble y visible, el signo dominante en el que la crudeza de los tiempos va situando la obra del pintor de la soledad y sus alrededores.
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