Claustro de Mas del Vent: una novela en marcha. Foto de Vincent Leroux. |
Estoy siguiendo con gran interés el asunto del claustro presuntamente románico que, como por arte de magia, acaba de brotar en una finca de Palamós, en Gerona, un lugar cuyo nombre por sí solo merece una novela: Mas del Vent. El miércoles, en la Feria del Libro (o más bien en su esbozo: nunca vi tan mustio este magnífico evento), pude intercambiar unas palabras sobre el tema con José María Pérez, el genial Peridis, arquitecto de profesión y vocación, y uno de los grandes entendidos y divulgadores del románico entre nosotros. La deuda que la cultura de este país tiene contraída con el Centro de Estudios del Románico, que él ha impulsado desde Aguilar de Campoo, es enorme y algún día tendrá que ser pagada.
Le comenté a Peridis que el asunto recordaba otros casos de compraventa, expolios y tráficos bien conocidos, y en especial los de Fuentidueña y Sacramenia, pueblecitos del norte de Segovia donde tanto el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña como el claustro del monasterio cisterciense de Santa María la Real, de Sacramenia, fueron desmontados, embalados y embarcados, y acabaron formando parte del Museo de los Claustros (The Cloisters) de Nueva York, el primero, mientras que el segundo sirvió para decorar una finca privada en Miami utilizada para bodas y otras celebraciones. El comprador de este último fue al parecer nada menos que William Randolph Hearst, el magnate de la prensa estadounidense, prototipo del Ciudadano Kane orsonwellesiano.
Es probable, me comentaba Peridis, que el traslado y montaje del claustro de Palamós arranquen también de los años cincuenta. Al preguntarle su opinión sobre cómo era posible que una obra así pudiera haber permanecido oculta tanto tiempo, mi interlocutor se encogió de hombros y, con una incisiva sonrisa parecida a la que a veces les pinta a sus «animalillos», formuló una razonable hipótesis: después de las desamortizaciones del siglo XIX, muchos monasterios y otros bienes de la Iglesia y de las órdenes religiosas no solo pasaron a manos privadas sino que también dejaron de tener toda función pública, de ahí que de algunos de ellos pudiera llegar a perderse casi todo rastro. Podría ser el caso del claustro fugitivo de Palamós.
Los detalles que se van conociendo en la fascinante pesquisa que cada día nos va contando José Ángel Montañés en El País permiten suponer que, en efecto, puede que estemos ante una peripecia semejante a las mencionadas. Solo que en este caso el destino de las piedras venerables no fue un lejano escenario, sino una finca en la entonces periferia madrileña, al pie de Arturo Soria, donde el claustro fue el marco cotidiano de la vida de una familia (por cierto, con algún significativo vínculo talabricense), y desde donde pasaría a respirar aires marinos y a componer ese apacible marco de sensualidad mediterránea que las fotos muestran.
Parece que hoy, viernes 8 de junio, la prensa podrá acceder libremente por primera vez a Mas del Vent y cabe esperar que en los próximos días las imágenes y las informaciones se multipliquen. Es seguro que el asunto aún dará más de sí. Por momentos, me recuerda aquellos días febriles, y a la postre frustrantes, de finales del pasado siglo (o quizás, «a caballo entre milenios») en los que se buscaban los restos de Velázquez en el centro de Madrid, en el subsuelo de la plaza de Ramales.
Y también me trae a la memoria el poema de Cuaderno de Nueva York que José Hierro dedicó en apariencia a «Los claustros» de la sección medieval del MOMA, aunque en realidad estaba hablando de la «solución» que nuestra sociedad ha encontrado para los ancianos. Una aguda reflexión de actualidad permanente cuyos primeros versos dicen así:
No, si yo no digo
que no estén bien donde están:
más aseados y atendidos
que en el lugar donde nacieron,
donde vivieron tantos siglos.
Allí el tiempo los devoraba.
El sol, la lluvia, el viento, el hielo,
los hombres iban desgarrándoles
la piel, los músculos de piedra
y ofrendaban el esqueleto
—fustes dovelas, capiteles—
al aire azul de la mañana...
Por otra parte, los interesados en los "expolios" de Fuentidueña y Sacramenia pueden echar un vistazo a El secreto de Fuentidueña, una loable, curiosa —y también por momentos disparatada— película escolar producida por el IES Francisco Giner de los Ríos de Segovia.
4 comentarios:
Interesante y curioso este asunto del claustro perdido y hallado junto a una piscina. ¡Cuántos no habrá aún sin detectar! Si no en perfecto estado, sí en porciones más que respetables. A mí, al menos, no me extrañaría.
Razonable y sensata la hipótesis del maestro Peridis. Y es que, hasta hace cuatro días como quien dice, lo de las piedras en más de un lugar no dejaba de ser eso, piedra, sin más ni más.
Salvando las distancias, esto me recuerda a una anécdota que vivimos en Galicia. Buscando un dolmen perdido en medio del campo, preguntamos a un lugareño y nos dijo, más o menos: "Ah, as pedras... sí, só pedras..."
Por cierto, ya me aclararás eso de lo "talabricense", que estoy en ascuas.
Abrazos.
Gracias, Antonio. No sigas en ascuas más, que es poca cosa (aunque todo depende, ya sabes, de cómo se mire o "se vea"): en el artículo que enlazo hacia mitad del texto bajo las palabras «cada día» se cuenta el asunto. Un abrazo.
He leído lo que ha salido en prensa. Me chifla el románico y no me extraña que un ricachón de turno se enamorara de este maravilloso claustro y sin cortapisas se lo llevara a su jardín. Más o menos es lo que hacen ahora, se llevan el dinero de los demás, sin problemas.
Así es Virgi, los tiempos se mueven pero algunas tendencias cambian poco. Comparto contigo la afición por el románico y su cálida sencillez, a la vez tan sensitiva. Un beso.
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