Vuelve con la ilusión cada verano
de una epopeya que me compra el alma
esa explosión del músculo, el hechizo
que corona la cumbre y baja al llano.
Yo era niño en los tiempos del Caníbal
y me llené de sangre bajando el Col de Mente.
Vi las sombras peladas de l’Aubisque
y la muerte en directo en Mont Ventoux.
Hay que oírlo, señor, para creerlo,
cómo cuenta el dios Ares la batalla,
con pulsiones que erizan el paisaje.
Y el sudor y los gestos y los gritos,
la elegancia que cruza por la cima:
Luis Ocaña, Perico e ¡Induráin!
(Pero ha pasado el tiempo
y –vamos a soñarlo– el reinado de Armstrong
no tendrá vuelta atrás.
Tras los sonados triunfos
del gallego Pereiro y el gran Carlitos Sastre,
aquí está ya, de nuevo,
Imagen superior: «El ojo de Londres», la gran noria panorámica cercana al Támesis. El deporte inglés (salvo algunas excepciones) no ha dado grandes ciclistas. Pero en el centro de Londres se alza el mayor homenaje visual al mundo de la bicicleta. Imagen tomada de Wikipedia.
El Caníbal era el nombre que la prensa deportiva de la época le dio al belga Eddy Mercks, probablemente el ciclista más completo que haya existido nunca.
Descendiendo bajo la lluvia el Col de Mente, una caída privó al campeón español Luis Ocaña (el héroe deportivo de mi infancia) de la posibilidad de ganar el Tour de 1971 y batir a Mercks con absoluta claridad, pues le aventajaba en la clasificaciòn general en más de siete minutos. Aunque Ocaña ganaría el Tour de 1973 (sin la participación de Mercks), algunos piensan que el gran ciclista conquense, afincado en Francia, nunca llegó a recuperarse moralmente de esa desgracia. Se suicidó en 1994.
El Tour, junto a imágenes de una belleza inusitada, también ha producido secuencias terribles. Las de la muerte del británico Tom Simpson, en el Tour de 1967, en las rampas del Mont Ventoux, quizás sean las más estremecedoras.
Espero que el gran periodista que es Javier Ares no se enfade por divinizarlo aprovechando la coincidencia de su apellido con el Marte griego. Pero la verdad es que sus relatos radiofónicos de las etapas del Tour (muchas veces escuchados mientras atravesaba en coche la insolada llanura manchega camino del Mar Menor) son lo más parecido que puedo imaginar al relato oral de una vieja epopeya.
La Red está plagada de imágenes y documentos del máximo interés sobre el Tour de Francia, un acontecimiento que (no sé si es preciso insistir en ello) considero la más alta y esforzada expresión del deporte competitivo... y el verdadero anuncio de que el verano es ya irremediable. Siempre lo he seguido con atención y le debo grandes emociones. Espero que este año se repitan. Allez, Contatour!!
3 comentarios:
Bufff!! Barna esta desmontada con el evento. Imposible circular. Estoy deseandito que desaparezcan las puñeteras bicis.
Por otra parte, me deja boquiabierta y juro que hasta cansada, observar tanto esfuerzo solitario. Con la Gimnasia, me parece el deporte más sacrificado ¡sin duda!. Y te diré, que si a ti te suena a verano, a mi me suena a "siesta" jajaja!. Me duermo siempre... es que a esas horas...
En fin, que lo disfrutes y un beso.
Alfredo, gracias por las explicaciones a tu poema, bien conseguido. Me gusta la bici, soy una rutera de caminos tranquila. Pero las imágenes del Tour sólo las veo cuando me cogen desprevenida. A esas horas leo, y a veces, sin pretenderlo, también sesteo.
Pues eso, que lo disfrutes, junto con un verano que no más empieza y ya se me está yendo.
Un abrazo
Gracias, Shandy y Cristal, por vuestros deseos (y felices siestas y/o lecturas). A diferencia de otros deportes, el ciclismo también en esto es generoso: como espectáculo se puede (y debe) seguir a distancia, no exige una excesiva concentración (salvo en los momentos decisivos de cada etapa, claro). Hoy mismo ha comenzado a destaparse, como diría un cronista antiguo, el tarro de las viejas esencias. Besos.
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