domingo, 16 de octubre de 2022

LAS BOTAS NO ROBÓTICAS (1 y 2)

Vincent van Gogh: Runde der Gefangenen (nach Doré)
 (“Ronda de presos; a partir de Doré”), 1890.
Museo Pushkin, Moscú.

(1)
Como no podía salir a pintar al aire libre, Vincent se calzó las botas no robóticas e imaginó cómo sería la vida en aquel recinto mientras alguien en su cabeza, como mariposas revoloteando en una habitación, ya presentía la llegada del expreso de medianoche.

(LUN, 593 ~ «Imágenes que dan pie») 


(y 2)

El proceso de creación fue tan intenso y tan real que su calzado acabó acusando el peso de su imaginación. Pero, al mismo tiempo, pudo resolver en su memoria el enigma de aquel “Par de botas” que había pintado sin saber bien por qué algunos años antes.
Eran las botas de caminar alrededor de sí mismo.
(LUN, 592 ~ «Imágenes que dan pie»)

Van Gogh: Un par de botas, 1886.
Museo Van Gogh, Ámsterdam.


sábado, 15 de octubre de 2022

EL PRIMER QUIJOTE

Cubierta de Estampas del Quijote.
Editorial Miguel A. Salvatella, Barcelona, 1956
Hace un poco o algo más de medio siglo, en un colegio llamado Cervantes, y en la muy noble y muy leal ciudad de Eburia, los niños que asistíamos a las clases preparatorios de lo que se conocía como Ingreso teníamos como libro de lectura diaria obligatoria una obrita llamada Estampas del Quijote», “sacadas de la inmortal obra de Cervantes —se decía en la portadilla— para deleite de los niños por Federico Torres y con ilustraciones de A. Batllori Jofré”. En ella, en cada página y debajo de cada escena dibujada, se ofrecían unos breves textos que contaban las aventuras de un caballero loco y su grueso escudero, una extraña pareja en la que tal vez alguno de mis colegas de curso, o yo mismo, pudimos ver cierta similitud con las figuras del Gordo y el Flaco, cuyas historias es muy probable que ya hubiéramos visto en el cine. Esa era la primera vez que los niños de mi clase teníamos un contacto “serio”, por su sentido didáctico, con la novela de Cervantes, aunque las figuras de la curiosa pareja y otros personajes de la obra estaban ya presentes de muy diversas formas en nuestra vida cotidiana: por ejemplo, en los envoltorios de las onzas de chocolate Dulcinea, que recreaban el encuentro del escudero Sancho con las aldeanas de El Toboso; o en los azulejos y cacharros de la muy valorada cerámica local que nos sorprendían en los bancos de la plaza, allí mismo frente al colegio, en algunos rincones de los jardines del Prado o en los zaguanes de algunas casas... Y puede que en muchos más sitios. El caso es que nuestra infancia fue moldeada, incluso más de lo que somos capaces de reconocer, o recordar, por la lectura diaria de aquellas estampas quijotescas, junto con los fragmentos de romances que venían en la Enciclopedia Álvarez y los textos del catecismo que aprendíamos de memoria para poder hacer la comunión. A este respecto, recuerdo que la catequesis a veces la recibíamos en el atrio lateral de la colegiata, la Colegial, también muy próxima al colegio. Allí había una gran puerta de hierro, puede que entonces inservible, que se cerraba con un gran cerrojo cuyo pasador, tal vez del grosor de nuestros brazos de niños, utilizábamos para abalanzarnos sobre él desde el banco corrido de granito y balancearnos en el aire como si fuéramos uno de los equilibristas que, cuando era época de ferias y si había suerte, podíamos ver en el circo de los hermanos Tonetti que montaba su carpa enfrente de la alameda, nuestro bosque encantado, casi una intrincada selva entre cuyos follajes vivíamos, sobre todo en las tardes sin clase de los jueves, extraordinarias aventuras, escenificaciones minuciosamente imaginadas de las persecuciones y duelos de las pelis del Oeste —¡ay, Rayo de Plata, de cuerpo de palo y cabeza espeluchada, cuántas veces cabalgamos juntos!— o las luchas de los espadachines, las colosales proezas de Maciste, la búsqueda de tesoros de cristal y papel de plata…, por no hablar de algunos ritos más o menos peculiares de iniciación, incluidas las “bellaquerías” que menciona Góngora en una de sus canciones. Pero ese, queridos niños y carísimas niñas, es ya otro género y tal vez otra novela. Si os portáis bien, otro día vuelvo con el cuento.
(LUN, 594)

viernes, 14 de octubre de 2022

IDA Y VUELTA (o todo queda en familia)

Carlos Orozco: La manda, 1942. De la exposición «Fábulas fantásticas».
Cortesía de la Fundación Casa de México en España.

Si El Reino Del Azar Puro es el PADRE en su retorno, puede que la MADRE sea Magia Alta Del Retorno Esencial.

(LUN, 595 ~ «Amo y Dioma»)

jueves, 13 de octubre de 2022

EL CÍRCULO

Goya: Hombres leyendo, también conocida como
La lectura o Los políticos;entre 1819 y 1823, Museo del Prado, Madrid.
Pintura al óleo sobre muro trasladada a lienzo.
Es una de las “pinturas negras”.
La situación se había complicado de tal modo que tuvieron que volver a descifrar los signos.
(LUN, 596 ~ «Al pie de Goya»)

miércoles, 12 de octubre de 2022

PASTO DE OTOÑO (Las cosas de Nostra)


«Aquí tienes —me guasapea Nostra, al pie de la foto— un fruto fresco de mi último paseo al otro lado de eso que ahora llaman la Calle-30, aunque yo casi veo aún correr por ella las aguas del arroyo Abroñigal, que por acá tuvo cauce y quién sabe si aún, algún día, con tanta lluvia intempestiva y diluvial... No te pierdas la pintada: tautología pura. Aunque da qué pensar, ¿no crees?... Sobre todo en qué tendrá en la cabeza el menda al que se le ocurrió hollar así la pared del Tanatorio…». Eso me escribe Nostra. Amplio la imagen. Leo: «Sin vivos no hay muertos». Y me quedo pensando.

(LUN, 597 ~ «Las cosas de Nostra… por guasap»)

martes, 11 de octubre de 2022

AL FILO

Pancho en Los Narejos, en el verano de 2014; tenía 14 años.
Foto © Ángela Pinto.
He aquí el mejor retrato de un amigo fiel llamado Pancho. Hoy/ayer, 10 de octubre 2022, se cumplieron seis años de su muerte. La foto la hizo una bella muchacha de ojos luminosos, Ángela, que también se fue. El otoño vuelve por sus fueros. La vida —esa cinta que nos lleva en su caprichoso giro— sigue. No sabemos cuándo abriremos la última novela.
(LUN, 598 ~ «Tiempo contado»)

lunes, 10 de octubre de 2022

Sílvia Pérez Cruz, premio merecido

 

Muy feliz estoy con la concesión del Premio Nacional a las Músicas Actuales (curioso nombre) a la gran Sílvia Pérez Cruz. La ya densa e intensa carrera de esta artista, que reúne en su voz, sus querencias y sus influencias algunas de las claves de lo mejor de las músicas ibéricas y allende los mares, es uno de los tesoros más valiosos que tenemos a nuestro alcance y es justo que logre la mayor resonancia pública.
Sigo a la compositora e intérprete catalano-galaica desde sus inicios con Las Migas y, junto con Rosalía, ha sido para mí una de las mayores fuentes de placer auditivo y sentimental en los últimos años. Recuerdo bien el día que descubrí su interpretación de una canción gallega para mí muy querida (en el vídeo), entre otras cosas porque me la cantaba mi madre (miña nai) de pequeño y alguna vez se la canté (o así) yo a ella.
Los vídeos de Sílvia (hay muchos) son joyas que están al alcance de todos. Pero es aún mucho más recomendable —he podido comprobarlo en tres ocasiones— escucharla y verla en directo. Si tienen ocasión (búsquenla), no se la pierdan.