Mientras trabajo en un texto de este blog salta a la red la noticia de la muerte del poeta
Seamus Heaney. Aún andan sobre mi mesa, subrayados y pendientes de ser puestos a buen recaudo, los hermosos pliegos de
elcuaderno, en su número de abril, donde, como tantas otras veces,
Jordi Doce nos acercaba la figura del Nobel irlandés por medio de la excelente traducción de algunos últimos poemas y un texto revelador sobre su sentido en la trayectoria del poeta. Nada de lo que yo pudiera escribir aquí, salvo quizás el agradecimiento de un lector alertado por la sensibilidad de un espíritu noble y comprometido con la vida, podría servir para añadir siquiera un matiz a las inteligentes palabras que Jordi ha venido dedicándole al poeta en su
blog (y en otras partes de su obra). En alguno de esos textos, Doce ha subrayado y elogiado, en la escritura más reciente de Heaney, el camino hacia una mayor levedad expresiva que sin embargo no le hace perder nada de su fuerza vital, de su condición de palabra necesaria para intentar descifrar el mundo y, sobre todo, vivirlo. Ese tránsito hacia la levedad culmina ahora, en la hora de la muerte del poeta, y nos deja el sentido de una vida plena que desde el fulgor de su escritura seguirá iluminándonos.