miércoles, 4 de diciembre de 2024

De Repente

 DE REPENTE (otra vez Sansueña)

UNA escuálida sombra mutilada
y abajo la alegría que aún revive
bajo ese cielo azul que siempre escribe
sobre Madrid su carta enamorada.
Una emoción envuelta en los colores
que resumen los ciclos de una historia
rodando, con sus asnos y sus norias,
entre estruendos plurales y entre ardores
de patrias y miserias, luz cautiva
que lucha por salir del pozo negro
donde un dios borrachuzo la secuestra.
Sueño y verdad: la sombra fugitiva
se parte en dos en cuanto adviene gro-
tesca y mortal la vieja inquina nuestra.
(Impromptus sobre una foto de la Plaza de Colón, en Madrid)



Caja De Citas; Felipe Mellizo.

(CajaDeCitas, 12). ¿Y quién se acuerda ahora de Felipe Mellizo? Ni siquiera aparece, ni de refilón, en una de esas recapitulaciones con rostros que han pasado por programas importantes de la pequeña pantalla. E incluso cuando uno (yo mismo) lo cita, no falta quien se extrañe. Pero Felipe Mellizo marcó, en mi modesta pero libre percepción de la historia local de los masamedia” (Chus Lampreave dixit), un momento clave, casi una bifurcación, en un modo de hacer las cosas que bien pudo habernos dirigido hacia otro lado. Nunca nadie presentó las noticias con la altura de miras y la maestría sencilla y creíble de Felipe Mellizo. He tratado de localizar uno de aquellos telediarios insólitos, auténticas rara avis en la historia de nuestra televisión. Pero por el camino he dado con este singular reportaje donde el periodista, un verdadero conductor socrático y sabio a través de la realidad, aparece tal cual era: con un saber estar insólito que, sin duda, nacía del ser auténtico. Es un poco largo para los los usos apantallados del presente. Pero, a la vista de las acaloradas y tan estruendosas como finalmente inanes polémicas en torno a hormigueros y revoltosos, no conviene perder de vista, aunque no vaya a servir de mucho, que las cosas se pueden, ay, hacer de otra manera. Merece la pena. Si lo ven, ya me dirán. Y, ah, seguiré navegando hasta dar con alguno de aquellos telediarios insólitos de Felipe Mellizo.


domingo, 1 de diciembre de 2024

Caja De Citas: Jim West

(CajaDeCitas, 10). ¿Se acuerdan de Jim West? ¡No me digan que ya no se acuerdan de Jim West! Yo casi ni me acuerdo de Jim West. Pero aún me acuerdo. Pensando, pensando, en su pesquisa me vino, oportuno, acaso serendípico, este ¿zapateado? Un día fue improvisación de albricias. Hoy es materia que salvar acaso del olvido. Vaya.

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«Que me place», dijo el Caballero de la Triste Figura, tal vez fuera de sí e inaugurando ese lugar común que no frecuentan tantos.
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(Esperando noticias de Jim West)
De la forma en el fondo
por mi mano plantado tengo un hueco:
será por el que llegan a mi vida,
cual vilanos huidos de un agujero negro,
retazos de una luz inexistente
salvo en la geografía de los sueños.
Y ya que viene o vuelve
—dulce señora del harapo honesto—
la leve suavidad de las palabras
a concordarse en su estremecimiento,
diré, por si me escucha quien escucha
porque no puede ni dejar de hacerlo,
«que me place», ya digo, «y de este gozo
no ha de sacarme pozo
alguno
ni muerto».
(Solo para tus ojos)


 


viernes, 29 de noviembre de 2024

Caja De Citas: Jethro Tull

(CajaDeCitas, 9). A partir de cierta edad, y aunque nunca haya que perder el instinto de lo nuevo o lo no visto, supongo que ver es recordar, oír es escuchar las resonancias, leer es releer y acaso desleerse, desleírse. Y en pocos territorios como en el de la música es agradable y hasta reconfortante seguir los rastros que una vez recorrimos: escalas literales a lo alto y lo hondo. Y así, al hilo de una lectura que levanta ante nosotros una bandera de náufrago en una isla, pero también el sonido del que respira con su escafandra en el fondo del mar, volver a la inmersión y al vuelo. Y confiar en la luz aún posible de las palabras, en su otra claridad. Y en el instinto sin porqué de la música o el arte. Todo eso y mucho más vibra en este poderoso Aqualung, de Jethro Tull. Báñense en él. O al menos chapoteen.



Canción bajo el asfalto

(Al paso). Bajo nuestros pies, el cuerpo de la ciudad también sufre de males parecidos a los que acechan nuestros cuerpos. A pequeña o gran escala, el planeta tan intensa como irregularmente urbanizado, cementado, cableado, lleno de venas, músculos y articulaciones, es un inmenso ser resonante donde todo, incluso lo que consideramos inerte, tiene su biografía y su cadencia. Canción bajo el asfalto. Con frecuencia queda a la vista el cuerpo lacerado que hace posible el tráfago en que se ha convertido nuestra vida, el trasfondo cavernario sobre el que se levantan nuestros sueños, las entrañas de la urbe temblorosa. Y en casi cada calle hay un dolor.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Caja De Citas: melodías de amor y muerte


(Caja de Citas 8 ). El carácter hipnótico de algunas melodías posiblemente se funde en que son capaces de buscarnos, por así decir, las resonancias en estratos muy hondos de nuestra sensibilidad y nuestra memoria, y desde allí nos llevan a su antojo y sin posible defensa (que, por otro lado, tampoco queremos) por los caminos de la dulzura, la melancolía, incluso cierta pesadumbre, pero sobre todo hacia lo que sin cortapisas ni coartadas ni embelecos ni mentiras sentimos que es la belleza. Tal es la fuerza y el imán que tienen, por ejemplo, algunos romances. O esas músicas y sonoridades diversas que sentimos que nos corren por el torrente sanguíneo. La primera vez que oí esta canción se me saltaron las lágrimas. Hoy la escucho con los klínex a mano. Pero no es solo por ella.



miércoles, 27 de noviembre de 2024

GLORIA FUERTES: Dos instantáneas


Una de las presencias de mi juventud que más crece en tiempos de niebla tiene que ver con aquel ser peculiar, extraordinario, inconfundible que fue Gloria Fuertes. Hoy 27 de noviembre de 2024 hace 26 años que transitó a otro estado, sin duda cercano a las sombras y el inexorable olvido, pero también a un creciente y duradero brillo de su estela a través de las numerosas obras suyas, o en torno a ella, que en estos últimos años han llegado a las librerías, así como merced a la amplia conjura por la que muchos nos sentimos concernidos para mantener de uno u otro modo su presencia, incluidas las polémicas más o menos adustas o engoladas y algunas valoraciones peregrinas o cicateras, siempre discutibles. Aconsejo al respecto, junto con de la muy saludable terapia de beber hilo, no dejar de estar en guardia en las buhardillas de la alta noche.
Además del recuerdo de hace un año que dejé aquí y en el que recreé —sin apenas fantasías— la ocasión en que estuve más cercano a Gloria Fuertes, me llegan hoy también los ecos de otras dos escenas que la tienen como protagonista. Una es la primera vez que la vi "en carne mortal", sería a finales de 1973 o hacia la primavera de 1974, en la mítica Eburia de mi estrenada juventud. Por entonces yo laboraba modesta pero infatigablemente —hay que ver lo laborioso que es el indexado vía ISBN de varios miles de libros, con la creación de sus fichas y tejuelos correspondientes— en la organización y puesta en marcha de la entonces llamada Casa Municipal de la Cultura (hoy Biblioteca José Hierro), al tiempo que seguía en el turno de noche los estudios del Curso de Orientación Universitaria (COU) en el casi contiguo Instituto Padre Juan de Mariana, donde ella, la Gloria Fuertes ya camino de su gran celebridad televisiva, y quizás invitada por José Luis Narrillos, director del Insti, o tal vez por el profe de literatura, Manuel Pardavila, o acaso por entrambos, hizo una lectura de sus poemas que sorprendió a todos y nos encandiló a algunos. Publiqué una pequeña crónica del acto en la prensa local bajo el título «De una poeta que dice que está como una cabra». Y probablemente la extrañeza y el impacto de aquella poderosa personalidad fueran motivo de tertulia con mi más cercano colega de entonces, Ángel Luis Fernández, con el que compartí tantas infinitas charlas nocturnas, a veces hasta bien entrada la madrugada, en el paseo de las sillas de los jardines del Prado. Puede que hasta entonces solo conociera de la poeta poco más que los poemas descubiertos en alguna antología, como aquella de la colección RTV de la que ya he hablado aquí alguna vez y en la que figuraba el poema que más me había impactado («Cuando un árbol gigante se suicida», creo que era su primer verso).
La segundo estampa aún viva en mi memoria tiene por escenario la urbanización Ciudad Santo Domingo, cerca de La Moraleja, en las cercanías septentrionales de Madrid. Allí, a través de una asociación sostenida por la adinerada vecindad y cuyo presidente, Ángel de la Jara, era hombre con inquietudes culturales, se había convocado un premio de poesía de modesta dotación pero con publicación incluida, y en su primera convocatoria lo ganó el poeta talabricense y sin embargo amigo Antonio del Camino, con el que por entonces, como él ha contado tantas veces, y en compañía de otros tres colegas de Eburia, formábamos el Colectivo La Troje, de tan bienintencionada como corta vida, aunque algunos de sus efectos y casi todos sus afectos aún perduran. Pues bien, el que Antonio fuera premiado nos hizo entrar en contacto con la sociedad cultural que organizaba el premio, de tal modo que en la siguiente convocatoria, en 1981, el propio Antonio del Camino y el que suscribe, junto con el entonces editor de Cátedra Gustavo Domínguez y la propia Gloria Fuertes formamos el jurado del II Premio «Ciudad Santo Domingo» que por unanimidad fue concedido a Antonio Rubio Herrero, otro miembro de La Troje (y el responsable de su nombre).
Con ocasión del fallo y entrega del premio se celebró una cena en la citada urbanización, tras la cual tuvo lugar, a modo de fin de fiesta, una velada de estilo discotequero y en ella tuve, oh designio feliz de los astros, la ocasión de bailar una pieza —la quiero recordar como tango, pero alguien cercano me dice que sería pasodoble— con la que ya por entonces era mi muy admirada Gloria Fuertes, y con la que, tras el episodio del San Juan Evangelista, había seguido manteniendo algún contacto.
No fantaseo nada si digo que aquella tarde y noche, con el buen ambiente general, las atenciones de los organizadores, la buena conversación de Gustavo Domínguez, la complicidad de Sagrario Pinto, Agustín Yanel y Antonio Rubio —el otro Antonio no pudo asistir por un imponderable— y las ocurrencias y el genial buen humor, no exento de socarronería, de la poeta, pasamos una gran velada. Ahora regresan esas imágenes y sus halos a mi cabeza mezcladas con las de la magnífica exposición que se le dedicó a Gloria Fuertes en 2017, en las salas del Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, con ocasión del primer centenario de su nacimiento. Seguro que vendrán más. Hay glorias que no se acaban nunca.