Picasso: Niño con paloma, 1901. National Gallery, Londres. |
Pudiéramos estar esperando cualquier otra cosa. Aún no nos ha llegado con total claridad el sentido final de algunas promesas ni la moraleja verdadera del cuento. Pudiéramos estar esperando, por ejemplo, un milagro de nieve, o la facilidad extendida de las caricias que no se improvisan, y con ellas el claro comprender de estos flecos mentales que suelen tejerse en impresiones más o menos neuróticas, turbias sin duda pero poco consistentes, salvo para enredarnos en ellas como algas dejadas por la marea baja y que nos salen al paso con pasmosa facilidad, aunque ya hemos aprendido si no a zafarnos sí a ignorarlas y apenas tienen incidencia en el empuje sostenido entre intermitencias con que abrimos cada día las puertas de nuestra marchitable sensibilidad, siempre dispuestos a verle a las palabras inevitables los prefijos y a morder la raíz tan sabrosa de verdad hasta alcanzar el sabor del origen, lo que acaso hubo antes del primer balbuceo, esa escena inaugural que vive en el fondo de nuestra conciencia y de la que todo lo demás acaso sólo sea como el desenvolvimiento de la cuerda que cubre la peonza o el reguero de hormigas tan minuciosamente observado por primera vez y con tanto entusiasmo, que aquella misma noche visitamos en sueños los corredores subterráneos y la vida social organizada en jerarquías tan bien estructuradas que todo parecía, en verdad, fruto del diseño inteligente de una mente superior, quizás nuestra propia manera de concebirnos, seres provistos del don de la claridad y la constancia, ajenos a los enredados laberintos de humo y cristal dibujados por estas emanaciones sulfurosas y sus tóxicas nubes, un verdadero cielo raso que amenaza con hundirse de un momento a otro sobre nuestras cabezas cuando ya no tenga marcha atrás el iniciado proceso de la evaporación y la única forma de saber si aún nos resta alguna posibilidad sea la de dejar marchar al ave y aguardar su regreso con la rama de olivo o el polvo del cometa capaz acaso de hacer germinar en las cuencas lacustres otro milagro de la primavera, mira tú…