domingo, 5 de octubre de 2025

La valiosa memoria editorial de Enrique Murillo

 La Palestra

PERSONAJE SECUNDARIO, DE ENRIQUE MURILLO: (casi)TODO LO QUE QUERÍAMOS VER ESCRITO SOBRE EL MUNDO EDITORIAL Y (casi) NADIE HASTA AHORA SE HABÍA ATREVIDO A CONTAR
Aunque me consta que no va a pasar inadvertido —ya hay por ahí numerosas reseñas, comentarios, entrevistas…—, no sé si alcanzará la resonancia que merece el libro Personaje secundario, de Enrique Murillo, publicado por Trama editorial (540 pgs.). Su autor, lector apasionado de largo recorrido, novelista aún en ejercicio, traductor de extensa obra, editor (en el sentido inglés del término que lo diferencia del publisher), importante ejecutivo editorial, periodista cultural ocasionalmente… es, en suma, un todoterreno de la edición llamada literaria. Y ha sido durante los últimos cincuenta años testigo en primera línea, aunque en la sombra, de algunas de las aventuras editoriales más relevantes, en particular de la configuración del catálogo de narrativa de Anagrama.
Murillo atesora experiencias valiosas derivadas de la relación muy cercana con autores como Javier Marías, Álvaro Pombo o Ray Loriga, o como traductor de Julian Barnes o Martin Amis. Y no hay que olvidar su directa responsabilidad, como informante y traductor, en la publicación de obras de tanto éxito editorial como La conjura de los necios, clave del sostén económico de Anagrama en un momento de crisis. O, dentro de la estricta industria editorial, su papel de muñidor de diversos "libros-acontecimiento" protagonizados por miembros de la familia real, con operaciones que resultaron vitales para salvar de la quiebra a algún sello de largo recorrido (Plaza & Janés); o sus intervenciones como buscador y lector de originales en premios de novela como el Herralde, el Planeta, etc., etc.
Por la amplitud de su experiencia y su trayectoria profesional, Murillo tiene, en su buena memoria y en su valiosa correspondencia, un caudal de información que bien podemos calificar de material altamente sensible y revelador para adentrarnos en algunas interioridades de un sector que, pese a sus tratos esenciales con la información y la divulgación, sigue siendo uno de los más herméticos e incluso misteriosos, cuando no directamente tramposo y, en ocasiones, entrampado en prácticas cuasimafiosas, además de marcadamente hipócritas, no pocas veces ventajistas y escasamente respetuosas con los derechos de los trabajadores. Sea dicho todo esto de un tirón y al hilo del apartado que Personaje secundario dedica a "los parias de la edición" (pp. 279-295), una descripción de los abusos en diversos oficios de la industria editorial, desde la preparación de originales o la traducción hasta los diversos tipos de corrección, la maquetación o el diseño, que Murillo lleva a cabo con una claridad, contundencia y sentido de la solidaridad dignos de todo elogio. Bien se nota que el autor cree de verdad que la de editor es «una profesión bella y subyugante», prolongación en buena medida de la pasión por la lectura, y que considera un verdadero privilegio haberse ganado —y bien— la vida con esta ocupación principal, pese a no pocas penalidades y contratiempos, sin excluir los derivados del oscurecimiento y el ninguneo, por más que ese segundo plano, como también se deduce de ciertas peripecias, acabe incluso teniendo algunas ventajas.
El libro, que bien podríamos considerar ya un clásico de ese apartado cada vez más nutrido que son las memorias de editores, agentes culturales y afines, se inscribe en la línea que abrió André Schifrin con La edición sin editores (2000, ed. española) y en la que también merecen citarse Pasando página (2003), el amplísimo recorrido que Sergio Vila-Sanjuán hizo por la nómina de autores y editores en la España democrática. No estará de más tener a la vista las jugosos memorias de Carlos Barral (el primer trabajo de Murillo fue el de lector de originales para el gran editor y poeta) y más aún las de Mario Muchnik, sin olvidar, en algún caso también como posible contraste de pareceres, los libros de memorias y entrevistas de Rafael Borrás, Jorge Herralde, Juan Cruz, y algunos otros, así como la biografía Carmen Balcells, traficante de palabras, de Carme Riera (Debate, 2022).
El valor principal de este «Informe Murillo» (llamémosle así) es no solo la amplitud y transparencia de su planteamiento sino la calidad de la narración. Escrito a lo largo de diez años y con un sostenido impulso en los últimos meses, el libro se lee como una gran novela, con una trama muy bien estructurada –en tres grandes apartados, con un intermedio y un epílogo–, bien dispuesta en su tensión narrativa y cuyos episodios, además de revelar algunas maniobras y usos editoriales no desconocidos pero pocas veces radiografiados, dan cuenta de una peligrosa deriva en el mundo de la edición, hasta desembocar en un diagnóstico muy preocupante: ¿estaremos en la industria editorial a la puertas de una de esas “burbujas inflacionarias” que acaban estallando y lo dejan todo lleno de ruinas y dolor? Diría que la opinión de Murillo es más bien pesimista, aunque también se detiene a señalar “la emergencia de nuevas aventuras esperanzadoras”, apoyadas en ideas brillantes y en claros síntomas de renovación en los diferentes sectores del libro.
Es, además, una obra limpiamente editada y, aunque puede descubrírsele algún descuido, algún nombre trastocado o leves incoherencias, no es menos cierto que en todo momento está presente una visión total del “campo de juego”, lo que hace posible una adecuada dosificación de las historias —algunas muy complejas— y las oportunas precisiones aquí y allá para que el lector no se pierda en los laberintos que la obra recorre.
Son muchos y de órdenes diversos los asuntos que aquí se abordan. Desde el punto de vista literario, sin duda el más relevante, y que el autor reivindica con orgullo y buenos argumentos, es su papel en la configuración de ciertos cauces por los que transitó la “Nueva Narrativa Española”, merced a la puesta en circulación de traducciones de autores, sobre todo anglosajones, que sirvieron para oxigenar ciertos usos narrativos deudores en exceso de un chato realismo o un costumbrismo agotado y, sobre todo, agotador. En este sentido, el capítulo titulado “El caso Javier Marías. Edición y venganza”, contiene novedades dignas de estudio.
Murillo reivindica con datos y razonamientos su papel en ese nuevo rumbo literario, pero también reconoce sus errores de apreciación editorial al no valorar adecuadamente a autores como Carver, Vila-Matas, Ruiz Zafón o, más recientemente, Irene Vallejo. Y plantea con claridad que el buen editor nunca debe perder de vista el necesario equilibrio entre cultura y negocio, calidad y ventas, esa balanza peliaguda.
Son punzantes y muy divertidos, a la par que también reveladores, los retratos de algunas “vacas sagradas” del mundo editorial y sus aledaños, semblanza hechas con elegancia pero sin pelos en la lengua. Y casi siempre con nombres y apellidos, salvo en el caso más llamativo de un alto ejecutivo al que llama «Ojos Verdes» y que bien podría considerarse el ejemplo señero y paradigmático de un tipo de personaje ignorante, fatuo y de tendencias mostrencas, con el que cualquiera que haya tenido cierta experiencia en el sector editorial español se habrá cruzado más de una vez. «Todo en él olía a chamusquina», resume el autor.
Con todo, lo más polémico de la obra puede ser el asunto de cómo se gestionan en algunas casas editoras el reparto de los derechos de autor. Es una cuestión que se estudia con todo detalle, con numerosos ejemplos, incluida alguna prueba manifiesta de doble contabilidad que resulta en verdad estremecedora.
En este peliagudo terreno, el autor denuncia con claridad meridiana el actual incumplimiento por parte de muchas empresas de la vigente ley de propiedad intelectual que exige unos requisitos que casi ninguna cumple en su totalidad y algunas ignoran por completo. Hace solo unos días que el propio Murillo hizo pública en sus redes una carta abierta al Ministro de Cultura con una petición expresa al respective. Y ayer mismo (sábado 4) público en la prensa una carta abierta dirigida a la Ministra de Trabajo para denunciar la situación de falsos autónomos que sufre un buen número de trabajadores de la edición.
Personaje secundario, en suma, es un libro necesario, osado, polémico, innovador, divertido, reivindicativo… y en todo momento, un ejemplo de pasión mantenida contra viento y marea a favor del difícil arte, oficio, negocio y desafío de seguir creyendo que casi todas las cosas que de verdad importan en el mundo pueden ser dignas de terminar en un libro.





No hay comentarios: