sábado, 31 de diciembre de 2022
LA RUTA NATURAL
viernes, 30 de diciembre de 2022
LA MUSA ETERNA
Egon Schiele: El abrazo (Amantes II), 1917. Oesterreichische Galerie-Belvedere, Viena. |
Macías, compungido, tristón pero aún zumbante, vino y me dijo que el baile de las musas se le estaba olvidando. «Hombre de poca fe —le dije—, ¿pero no te das cuenta de que todo está en ese émbolo que permite que el aire circule entre tu cabeza y tu corazón; que es ahí donde viven y por siempre todos tus amores, vida mía, y ahí están por completo a salvo del deterioro de las servidumbres del tiempo, del ruinoso diente del orín, de los embelecos de los meapilas… y, muy especialmente, de la mirada beocia de quienes sólo creen en la racanería de lo que se explica o lo que se exhibe o lo que se demuestra, como si algo estuviera o pudiera quedar al margen del único reducto en que se cruza y se cocina todo: nuestras queridas circunvoluciones, la promesa sin tasa de las íntimas ondulaciones, la savia goteante de los centros sabios. Tú, antiguo muchacho, fíate de mí y vuelve a lo que no se olvida: la pulsión que a cada poco te lleva a madrugadas llenas de sensual asombro y al lento paladeo de tantas cosas buenas como recuerda el cuerpo, que es a fin de cuentas, y más aún en la cuenta final, la gran memoria». Eso le dije. Él me miró de soslayo, más que nada, presumo, por darse el gusto de mirar así. Y luego me pareció oírle farfullar que, decidido como estaba a ingresar sin más contemplaciones en la vejez, iba a entregarse sin ningún disimulo a la condición que lo estaba aguardando desde que comprendió que hasta que el cuerpo aguante, y acaso un poco más allá, la fiesta es invencible. Y que te quiten si alguien puede lo bailado, lo vivido, lo soñado… «Y ah —añadió cuando ya se iba—: mi pijama se llama Prodigy y se apellida Luxury Nightwear. Un respeto». Como se ve, aprende rápido y arde sin más. A ver si algún día de la nueva temporada regresa con los estimulantes cuentos de sus musas.
(LUN, 517 ~ «Las musas de Macías»)
DADOS (SÓLO MOSTRADOS) EN EL TABLERO DE FERLOSIO
Sello de correos emitido el 17 de julio 2020. |
jueves, 29 de diciembre de 2022
Curiel por Europa
Exposición del ceramista Ángel Núñez. |
Páginas como estas, que uno lee hoy, 29 de diciembre, mientras se anuncia que la Santa Sede guarda silencio al pasar junto al lecho doliente del papa emérito (por poner un ejemplo), nos devuelven a quienes todavía mantenemos la costumbre de buscar el buen periodismo, incluso en papel, la esperanza de que aún es posible encontrar palabras vivas entre tanta prosa leprosa y tanto atasco. No se lo pierdan.
Muere (es un decir) O Rei Pelé
(En voz alta). No por esperada es menos impactante la muerte de O Rei Pelé, un verdadero astro luminoso del fútbol (su nombre de pila, Edson, venía del inventor de la electricidad). Héroe sin par de nuestra infancia balompédica, para muchos es el indiscutible número 1. Desde luego, en mi memoria su nombre es sinónimo de leyenda, como lo son algunas de sus inverosímiles filigranas sobre el campo, aquellas jugadas que veíamos en blanco y negro en una pantalla granulosa y cuyo relato minucioso estaba a la altura de cualquier historia maravillosa. Me sorprende caer en la cuenta de que ha muerto a los 82 años, casi joven todavía. En el recuerdo forma parte de una categoría en la que están todos los grandes mitos, los héroes clásicos, las estrellas del cine. Figuras que, por definición, no pueden morir. Aunque transiten. Larga vida.
COMO SI FUERA A SER EL ÚLTIMO
Sometido el libro a la reducción bosquimana del cap&cua el resultado arroja un «A veces es siempre el camino», que sin duda contiene posibilidades, aunque queda muy lejos de poder insinuar siquiera todo lo que hay dentro de este volumen de apariencia ligera, de fácil lectura, de insólita cercanía en los tiempos que corren, de continuidad con otras ocho entregas precedentes y que, en su conjunto, componen una muy viva crónica íntima del pasajero de Brooklyn, paseante del Prospect Park y de Long Island, entre otros muchos lugares con leyenda; un hombre corriente nada común, que viaja en metro con el catalejo siempre a punto, va a la ópera con inquebrantable fidelidad, vive dentro de una sinfonía verbal, vuelve a menudo a sus predios de Infancia, allá por los extensos aledaños de Zocodover, trata con delicadeza a sus vecinos, acoge con proverbial hospitalidad a sus visitantes, cultivaba (hasta hace poco) en sus alumnos un entusiasmo que él sabe algo escéptico, mima sus libros, sus cuadros, sus objetos significativos (él los hace significativos) porque comprende que en su mirarlos bien estriba buena parte del gusto de vivir; y mientras vive y cuenta y dibuja interioridades minuciosas y cuerpos ciertos, aún encuentra tiempo para avivar sus hogueras de humo generoso —palabra apache capaz de viajar entre continentes—, para traducir a sus poetas con pericia notable y sintonía, hablar bien de sus amigos y disimular —a veces sin lograrlo— el horror ante las burricies o confusiones de sus enemigos. Y habita a fin de cuentas un espacio sagrado y corpóreo esculpido en su mente con palabras sacadas como agua de pozo de su propia vida y, sobre todo, del manantial nada cursi ni quimérico del amor, del rayo de luz interminable nacido de una fecha (un 7 de julio) y de la extraordinaria vitalidad que otorga el don de amar y ser amado, como, acaso ingenuamente, pero con total certeza, le escribe un anónimo corresponsal (pp. 109-110) agradecido por tanta tinta lúcida, tanta mirada sensible, tanto desvelo en poner sobre los raíles de los días un gramo de belleza que tal vez al final de la jornada nos salve. Y el que no, no sabe nada. También por eso sabemos que no va a ser el último. Hay hilos de luz —estrictas leyes físicas mediante— que no se acaban nunca.
LA REALIDAD Y EL PASEO
John Henry Twachtman: El puente blanco, 1890. Art Institue of Chicago. |
Mientras veía la sierpe de plata del río más grande de su aldea reflejada en el río sin plata más largo de sus sueños, y uno y otro mezcladas sus aguas y sus puentes y entrelazadas sus vistas y sus ánimas, en momentos vespertinos así sentía cerca la mano que todo lo acaricia, la misma que recoge las arenas y las va deslizando sin premura con la velocidad de los astros que parecen fijos en el cielo y cuya contemplación, sobrevenida cuando menos lo piensas, no cesa de ponernos delante de la vista lo que viene a ser ya toda la realidad: un paseo por el amor y la suerte, y que sabemos bien cómo termina.