miércoles, 17 de agosto de 2022

UNA REVELACIÓN DE NOSTRA



Me manda Nostra, el Profeta de la Prospe, un mensaje que dice (literalmente): «El tiempo vapor dentro y el espacio por fuera». Me queda la duda de si hay una errata en la tercera palabra, que bien podrían ser la tercera y la cuarta. Pero tampoco voy a dilucidarlo, al menos de momento, entre otras razones porque he dedicado un buen rato esta mañana a intentar entender un complejo artículo sobre la “pseudotelepatía cuántica” y la posible demostración de ciertas formas de comunicación a distancia entre partículas mediante un juego basado en los cuadrados mágicos de Mermin-Peres; de modo que la intuición, o lo que fuere, de Nostra me parece de una apabullante claridad descriptiva y, sin más vacilaciones, voy a concederle —“reconocerse es reconocer”, dice el viejo bumerán— la categoría de revelación. Sea. Y junto al mar. O sea.
Posdata: viene el mensaje acompañado de la foto que incluyo. Con este comentario: «¿A que cada día me parezco más al que tú sabes?». Además de pseudoprofeta, va a resultar que Nostra es lo que toda la vida se ha llamado (no sé bien por qué) “un cachondo mental”.

(LUN, 652 ~ «Las cosas de Nostra») 

martes, 16 de agosto de 2022

LA HISTORIA DE NUNCA ACABAR

Goya: Duendecitos, grabado número 49 de «Los Caprichos», 1797.
Museo del Prado, Madrid.
Os digo, colegas, que lo que yo he visto allí es difícil verlo en ningún sitio. Y no me creeríais si os contara las triquiñuelas que tuve que hacer para que me dejaran revisar los papeles. Hasta me vi obligado a dejarle caer una mano de hostias bien dadas al gilí de la vigilancia, empeñado que estaba el tío en no dejarme entrar con la excusa de que no tenía el pase pernocta ni me sabía la contraseña. ¿La contraseña? ¡La madre que te va a parir, cacho cabrón! ¡Te voy a dar yo a ti la contraseña! Y sin pensarlo dos veces, ni casi una, le sobé bien el morro, así y así… Allí lo he dejado sobre el suelo de la garita, no sé si respiraba. Total un pringao menos no se va a notar. Y yo tenía que ver aquello, ya te digo. ¡A mí me van a venir a estas alturas con zarandajas….!
(LUN, 654 ~ «Al pie de Goya»)

lunes, 15 de agosto de 2022

domingo, 14 de agosto de 2022

Música sin fin

(En voz alta). Un artículo de Fernando Neira en El País nos recuerda que cumple medio siglo (ya como casi todo) esta canción definitoria como pocas (por alusiones) de las claves del tiempo aquel en que, como dijo Rigoberta Menchú, «así nos nació (o mutó) la conciencia». Pongamos que hablamos de 1971, casi ya el 72, y que en efecto quienes por entonces cumpliríamos entre 16-18 años (podríamos ampliar la horquilla a los 15-20) estábamos en pleno proceso de aterrizaje en lo que sería (¡claro!) el resto de nuestros días, pero también una forma de estar en el mundo que queríamos consciente, plena, libre, solidaria, alegre; lejos de los mordiscos de la culpa que tal vez habían roído nuestra infancia; libres de la sensación aquella que Rimbaud Le Voyant definiera tan bien también (“todo el día él sudaba de obediencia”), y dispuestos a… no sabíamos qué exactamente (seguimos sin saberlo), pero dispuestos. Dice Neira que es discutible que las interpretaciones usuales que se ha hecho de las alusiones de la letra de American pie (tal como se recoge en este vídeo) sean atinadas. De muchas de ellas, la verdad, tardamos años en enterarnos, si es que alguna vez. Lo más extraño, sin embargo, es que una canción que canta al «día en que murió la música» a través del tiempo se haya convertido en una de las piezas fundamentales de ese rompecabezas que es la vida, siempre incompleto pero con algunas áreas ya resueltas como la que, casi cada día, nos demuestra que si hay algo eterno… necesariamente ha de tener música.

Stranger Things, cuarta temporada

(En voz alta). Pues ya está. En o cinco o seis sesiones de larga madrugada acalorada me he “papeado” la cuarta temporada de Stranger Things, con sus nueve episodios de duración creciente hasta el muy inflado capítulo final. ¿Que qué hace un casi setentón, al que se le suponen algunos otros más “altos” y “serios” intereses, perdiendo de ese modo el tiempo? La misma pregunta me hacía cada vez que volvía al tarro de la miel. Y aunque en más de una ocasión —hay momentos aburridos y hasta del todo disparatados en esta, por otro lado, inteligente y espectacular vuelta de tuerca a la inefable fórmula de pandillas+misterio+últmas preguntas+ nostalgia+exuberancia tecnológica—, me decía a mí mismo que ahí lo dejaba, lo cierto es que la experiencia ha sido estimulante. A veces (pocas) con la ayuda de la tecla >> del mando a distancia. Había visto fragmentos picoteados de la primera temporada, y algún episodio o secuencia de las otras tres. Pero se me disparó la curiosidad cuando alguno —y, sobre todo, alguna— de las más espabiladas alumnas de Sagrario se la recomendaron vivamente, de modo que me pareció un buen modo de sintonizar con ese mundo cada vez más hermético y —al menos para mí— del todo incomprensible que es el de los nacidos ya bien entrado el siglo XXI (que se dice pronto). No digo que la revelación haya sido de las de caerse del caballo (eso, en parte, pudo ocurrirme con Euphoria, una de las narraciones más oscuras que recuerdo haber visto/leído), pero sí me ha resultado útil, creo, para sacar algunas conclusiones, aparte de unas horas de placer sensual de espectador, una razón que, tal como está el patio, por sí sola juzgo suficiente.

A mi entender el mayor mérito de esta espectacular temporada es el buen pulso narrativo con que se cuentan las cuatro o cinco subtramas que confluyen en la historia de la lucha de un grupo de adolescentes enfrentados a la maldición que pesa sobre el pueblo en el que viven y de cuyos orígenes y alcance nos vamos enterando de manera algo premiosa y con reiteraciones cuyo único peso en la historia es suministrar altas dosis de fascinación visual a un público amamantado, al menos desde Dragones y mazmorras, en los juegos de rol y los combates de la Nintendo. Retóricas de época que sin duda son el punto nostálgico de partida de sus creadores y que seguramente ya tienen un carácter de casi mitos fundacionales para la última generación. De ese modo, el arco de interés del público objetivo (el target) se estira desde los treinta y muchísimos o cuarenta y pocos hasta los casi quince, sin descartar excepciones como la del que suscribe o la de mi amigo Nostra, que aunque ya bien sobrepasasada la octava década de su vida aún se interesa por estos lances (o eso dice).

Una banda sonora muy bien elegida (ver vídeo), el reflejo de sucesos históricos como telón de fondo (el Watergate, por singular ejemplo), la perceptible lectura en clave de terror presente de algunos desastres y los más o menos conscientes homenajes a autores y géneros (desde Stephen King a Twin Peaks’) son rasgos destacados de una obra que, no concluida aún al parecer, y si bien ya en peligro de rozar (rizar) la autoparodia, se enfrenta al no pequeño dilema de cómo tener un digno remate. Se verá. O no. Pero esa es también la gracia del asunto.



RELATOS CRUZADOS

George Morland: Two Pigs in Straw (Barn with Pigs), s. f.
Nottingham City Museums and Galleries (Nottingham Castle).

El veraneante acalorado, sosias de sí mismo, había pensado escribir un relato que llevaba por título: «España, un país de guarros», aserto que no sabía bien con qué imágenes elocuentes ilustrar de tantas como se le ocurrían. Pero hete aquí que (o heteaquíque), como entre las virtualidades del algoritmo y el ritmo de las partículas subatómicas de no localización es evidente que todo está conectado y hasta en relación muy íntima, fue pronunciar, tal vez pensar sólo, la palabra “guarro” cuando en la pantalla de su celular se iluminó la alarma de su email diciéndole que tenía un nuevo mensaje de Maximiliano Jabugo, su ocasional proveedor de algunas delicias que ya el nombre sugiere. Esta casa de alta gastronomía ibérica, paradójicamente basada sobre todo en las partes bajas de buenos ejemplares de la especie Sus escrofa domestica, se caracteriza por sus originales campañas de publicidad, muy cuidadas tanto en el fondo como en la forma. Al veraneante no le duelen prendas en reconocer que más de una vez he empleado algunas de sus sugerencias para resolver algún compromiso. Pero jura que esta es la primera vez —no sabe si será la última— en que no ha podido resistirse a dar completa la última misiva llegada a su correo electrónico y que, advierte, ofrece sin omitir siquiera ni los títulos de crédito. Disculpen, hipotéticos lectores, queridas lectrices, la pausa publicitaria. O mejor disfruten de ella: al fin y al cabo hubo un tiempo en la televisión —cuando aún existía la televisión— en que la parte más vistosa y creativa era la de los anuncios. Y dice el veraneante que la misiva reza literalmente así:

»»
«DEL TERRENO. Cuando era niño, mi abuelo me mandaba a la bodega con un duro, un par de veces a la semana, para que el bodeguero me rellenara una garrafa con "vino del terreno".
Ese "vino del terreno" era con el que acompañaban las comidas, que entonces llamaban almuerzos, mis tíos y mis abuelos en las reuniones familiares que se daban en verano en el pueblo.
En ocasiones comíamos, o almorzábamos, unos tomates que recuerdo riquísimos, que eran "Tomates del terreno".
Otras veces, había lechugas de hojas largas, que mi tío decía de "oreja de burro", que eran, como habrá adivinado, "Lechugas del terreno".
En esa época, en la que ni había globalización, ni se la esperaba, casi todo lo que comíamos era "del terreno".
Las naranjas eran de Valencia y Valencia era tierra de Naranjas.
Las alcachofas y los espárragos eran de Tudela y Tudela era conocida por ambas cosas.
Murcia no era Murcia, era la huerta murciana.
España entera era un conjunto de terrenos, cada uno produciendo lo suyo, y regalando a sus habitantes cientos de "manjares del terreno".
Cuando hablo con alguien y me dice que los tomates no le saben a los tomates de su niñez, o que las naranjas tienen otro sabor, o que ya no hay lechugas como las de antes, veo claro que lo que se ha perdido es ese añadido "del terreno" que antes tenían las cosas.
No todo, pero sí en gran medida.
La globalización nos trae Tomates de Holanda, Naranjas de Marruecos, Lechugas "Iceberg", que no se parecen a la oreja de un burro por ningún lado, y que son originarias de California.
Vaya, que comerse "algo del terreno" hoy, es harto complicado en este país, que sinceramente, y tiro de orgullo patrio: estoy convencido que es "el país más rico del mundo", en cuanto a gastronomía se refiere, y estoy dispuesto a discutirlo con cualquier amante del sushi que me lo niegue.
Ocurre que, como en la obra de Asterix y Obelix, todavía quedamos algunos pequeños reductos que nos negamos a ser conquistados por esa globalización.
Productores de cosas nuestras, del terreno, que se hacían y se siguen haciendo hoy, tal y como se hacían entonces.
En nuestro caso, nos enfrentamos a esa globalización, con la producción artesanal de nuestros jamones.
Que sí, que ya se qué ahora es más moderno comer sushi, o comprar Jamón de Parma. Que serán productos extraordinarios, no lo dudo. Pero yo, qué quiere que le diga, soy un enamorado de las "cosas del terreno".
Y eso es lo que hacemos en Maximiliano Jabugo, producir jamones para los enamorados de "las cosas del terreno", de lo nuestro, de los sabores de antes que no queremos que se pierdan.
Una de las cosas que más me satisface de nuestro trabajo es cuando algún cliente nos dice: estos jamones me saben a los jamones de toda la vida.
Claro, respondo yo, no pueden saber distinto, porque son jamones hechos como se hicieron toda la vida.
Si quiere disfrutar de nuestros "jamones del terreno" con el sabor de toda la vida, puede hacerlo entrando en nuestra tienda online:
Disfrute del verano en el país más rico del mundo.
Maximiliano Portes / Maestro Jamonero.
P.D.: Un abrazo a todos los productores locales que contra viento y marea, siguen produciendo productos nuestros, del terreno, con el amor y pasión de antaño, para que sigamos siendo el país más rico del mundo.
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Y hasta aquí llegó la marea.
(LUN, 656 ~ «De la vida misma»)

sábado, 13 de agosto de 2022

Aristófanes según Els Joglars

Un momento de la represenación de Que salga Aristófanes.
Foto Guillermo Carrión /AGM  

(En voz alta)
. Fue divertida y por momentos vibrante la función de Els Joglars Que salga Aristófanes en el Festival de Teatro y Música de San Javier, una de las citas imprescindibles del verano en el Mar Menor. El tan admirable como incombustible grupo que ahora capitanea Ramon Fontserè pone en escena una obra indudablemente salida de su peculiar laboratorio: proyectos ideados en torno a una situación (un rito: en este caso las actividades propias de un centro psiquiátrico), con un tema principal de fondo (las mil y una incongruencias de lo políticamente correcto y aledaños), el recurso a una referencia ilustrada (Aristófanes, con su sentido inaugural de la comedia y la revolución de la risa) y la magistral exhibición de recursos mímicos y actorales, junto con el excelente trabajo en equipo, rasgos todos ellos adquiridos y aquilatados a lo largo de 60 (LX) años de trayectoria, lo que convierte a la compañía fundada por Albert Boadella en un referente excepcional del teatro europeo. La obra, sin suscitarme el entusiasmo con que he asistido a casi todos los espectáculos del grupo, sí tiene diversos momentos en lo que se percibía la felicidad de los espectadores, que se entregan de muy buena gana a un repertorio de situaciones divertidas —acaso un tanto repetitivas o en exceso previsibles y carentes, en lo dramático, de un mayor desarrollo argumental— y premiaron con una ovación sostenida no sólo el trabajo presente sino, y muy especialmente (intuyo), una trayectoria artística en verdad inolvidable.