miércoles, 13 de octubre de 2021

AÑORA ROÑA

Al volver sobre sus pasos y caer de lleno sobre la avenida de la música militar y los belfos congestionados de blanquecina ira, observó cómo una mano invisible trazaba sobre el cielo, con mucho regodeo en los moños de la ñ, el bumerán que puede leerse —también aquí y aquí también— ahí arriba. No se puede olvidar de que el viejecito que estaba detrás de él, bien apoyado sobre su bastón, lo miró con ojos casi prehistóricos y subrayó:

—Pues va a ser eso.

(LUN, 959 ~ “Nanódromos y otras vueltas”)

Francisco Rafael Segura y Monforte: Desfile militar, Plaza del Rey de Barcelona (detalle). Hacia 1930. Col particular.
Puede ser una ilustración de al aire libre

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martes, 12 de octubre de 2021

Algunas de aquellas noches (1)

EL PILAR DE LA FELIZ ENTREGA
Ignacio Pinazo Camarlench: Desnudo femenino, 1894.
Museo del Prado, Madrid.

De todas sus amantes, y fueran muchas más de las que nunca ha mencionado, tal vez la que más deleite le proporcionó sin duda alguna fue la señorita Lupe de Seda, en aquellos días septentrionales, pocos pero densos y casi milagrosos, y en los que ocurrieron “cosas dignas de ser contadas con detalle”, aunque él dice que habría que disimularlas mucho para que circularan sin estropicio e incluso, y mucho más, para que resultaran creíbles. Dice también él que, pese a las aparentes disimilitudes, en lo relativo a la magnitud corporal, bien podría pensarse que eran cuerpos aquellos hechos el uno para el otro, tal resultaba la perfección del acople, la sintonía de los hálitos y el rimo uniforme a la par que complementario del vaivén del placer, grados de cercanía que en varias y sucesivas ocasiones —“aún tiemblo, dice, de sólo recordarlo”— culminaban en un mutuo desmayo tan entregado que, vuelve a apuntar, “se diría que era uno sólo el cuerpo de los amantes sin antes ni después, o sea eternos”. Doy fe de que se le humedecían también los ojos mientras lo recordaba. Y que después se le quedaba una sonrisa de las que llamaría beatíficas sino tuviera anejo el brillo concupiscente de quienes nunca olvidan lo que vale un cuerpo y el modo cierto en que por él es posible alcanzar la mayor, tal vez la única, gloria. Amén.
(LUN, 960 ~ serie «Algunas de aquellas noches»)

lunes, 11 de octubre de 2021

Fragmento 19

 Y volver sobre el lomo de los librosYY volver sobre el lomo de los libros


Y volver sobre el lomo de los libros
al galope que nunca se termina
aunque a menudo sus belfos humeantes
junto con su asinario trotecillo ramplón
me lleven a perderme
en medio del desierto
o en la ciénaga
mientras busco
los paisajes que viven en mis sueños.
«Leer nos hace libres», decía mi maestro,
quizás con un juego algo confuso de vocales.
Nunca le hablé a él,
que casi ya ni existe,
de aquella tarde de la revelación. Es una pena. Seguro que él habría sabido sacar las consecuencias de lo experimentado,
eso suponiendo que no me lo plagiara para alguno de sus libros infumables.
El salto de palabras en palabras a menudo procura estas sorpresas.
En el recuerdo, ya sabemos, pesa mucho
la imaginación.
¿Pero cómo si no sería posible
regresar a los lugares huidos de un tiempo calcinado,
cómo entender o acaso ver el parpadeo de la lámpara,
cómo dar consistencia al estertor del mundo?
La memoria vigila a favor nuestro.

El cielo de Eburia

(Al paso). Los cielos de Eburia punteados de acentos circunflejos. Y el rostro del viento velado.

Puede ser una imagen de pájaro y nubes

LAS COSAS DE NOSTRA (3)

SORPRESA EN EBURIA POR MOR DE UNA CONFUSIÓN QUE TAL VEZ NO LO FUERA, O NO DEL TODO, AUNQUE QUIÉN SABE…

«O velho barbudo cinza sentado no banco de manhã». ©️Albertshakirov.

Gran sorpresa, incluso un susto enorme, me produjo descubrir anoche, mientras recorría las calles de nuevo animadas de Eburia, al mismísimo Nostra aposentado en un banco del Paseo de los Arqueros, con su barba en flor, sus ojos vivaces, su gesto como de hallarse ya a punto de estar de vuelta de todo y, de modo excepcional, sumido en un completo silencio, ajeno al mundo y con gesto algo ausente. La sorpresa y el casi susto no me impidieron situarme a su vera y fue entonces cuando caí en la cuenta de mi error: no era él, aunque se le parecía mucho. En realidad, quien deshizo el malentendido fue el propio presunto confundido que, sin duda captando mi perplejidad, me miró y me dijo: «Me has tomado por otro, ¿a que sí? Les pasa a muchos. Pero tampoco te equivocas tanto. No soy el que tú crees que soy, pero bien pudiera serlo porque en realidad a ese lo llevas contigo donde quiera que vayas». Luego, quizás al ver que no podía dejar de mirarlo ni era capaz de decir nada, añadió: «El que tú te has creído que soy también viene a menudo por aquí; ya sabes que los penas nos conocemos todo». Y tras una pausa, remató: «Al final siempre llegas al final».

(LUN, 961 ~ «Las cosas de Nostra»)

domingo, 10 de octubre de 2021

DESDE EL ACANTILADO (IV)

EL DESTINO DE LA LITERATURA VISTO DESDE EL ACANTILADO (IV, 51-59)

Memorias, recuerdos de casi un siglo, pongamos, por ejemplo, de Homero a los Magos, la tradición oriental en la cultura griega: ese periplo pone de relieve en muy diversos escritos y documentos las pequeñas virtudes que más se valoran en el país de los dioses, aunque también valen para ejemplificar esto mismo los relatos de viajes por el Japón Meiji, 1890-1904, el recorrido incluso del Inferno y, puestos a balancear y observar de cerca la memoria sin tregua, lo más granado de la literatura árabe, esa querencia que don Américo y antes don Asín pusieron tan justamente en boga en este extremo nuestro al que alguien llamó “tierra de conejos”, que por algo sería. (Continuará).
(LUN, 962 ~ “Desde el Acantilado”)
Carlos de Haes: Acantilado, 1885. Col particular

sábado, 9 de octubre de 2021

A MENUDO NO SABEMOS DÓNDE

A MENUDO NO SABEMOS DÓNDE SE ENCUENTRA EL ÚLTIMO PELDAÑO NI EL FIN DE LA NOCHE

Anónimo: «El hombre de negocios exitoso en coches de lujo.
La conducción de un hombre cablet» (?).
Arte pop. ilustración vectorial. Retocado.

Aquellos muchachos hacía rato que merodeaban junto a mi coche. Yo dentro, ellos fuera. No parecían en exceso nerviosos pero algo, un sexto sentido, me hizo intuir que estaba en peligro. No me equivocaba. Cuando uno de ellos arrancó una de las varillas del limpiaparabrisas y la blandió a modo de fusta amenazante, caí en la cuenta de que eran una manada de putos zombis, de modo que conecté los reactores y salí volando. No suelo ver las películas de Walking Dead, pero tampoco me chupo el dedo. Bueno, sólo a veces uno. El meñique.
(LUN, 963)