(Al filo de los días). Leer a Vila-Matas suele ser lo más parecido a participar en el festín de Esopo, aunque tiene el inconveniente de que te obliga a levantarte mucho del sillón porque menciona, con una gran capacidad movilizante, a muchos autores —la mayoría de sus libros tienen una no disimulada naturaleza de casa de citas— y refiere detalles de fácil comprobación en ejemplares que han pasado también por nuestras manos pero que desde hace tiempo duermen el sueño de los justos —cómo será ese sueño— en anaqueles cada vez más caóticos. Mucha tela que cortar. Y esta anécdota. En Impón tu suerte (Círculo de Tiza, marzo 2018), donde se reúnen artículos y otros piezas cortas, en la página 130 aparece una breve mención de un libro de Flann O’Brien, La saga del sagú de Slattery, sobre la que E. V.-M. anota que es —abro comillas— «una novela sobre las patatas y el petróleo, en muy buena versión de Antonio Rivero Taravillo». Como el libro incluye al final un amplio índice onomástico (pp. 438-459) me entretengo en repasarlo y comprobar su inclusión en él de esta mención de ART, y en efecto allí figura el nombre aunque remitido a una página errónea. No sólo eso, a una página 13 que no está foliada porque corresponde, oh coincidencia, con la doble página en blanco insertada entre el prefacio y el primer apartado el libro. Dado que la página que debería figura es la 130, no es difícil deducir lo que ha podido pasar en la confección de ese índice: se ha perdido un 0, o sea nada. Lo que ya resulta más difícil calibrar es la significación profunda de un despiste/errata/error como ese en el interior de un artefacto en el que, como suele ocurrir en el universo del autor barcelonés, nada ni el azar mismo responde sólo a la puta casualidad, ni las erratas son insignificantes. Por lo demás, el libro se lee como agua que corre, es un continúa festival de entusiasmos y revelaciones, de pistas utilísimas y también de páginas muy valiosas, como por ejemplo las dedicadas a Roberto Bolaño, tan inspiradas y convincentes que me han llevado a volcarme de nuevo en el mundo del autor de Los detectives salvajes, y a... procurar no perecer en el intenso vórtice de un tiempo que no volverá.
miércoles, 12 de mayo de 2021
lunes, 10 de mayo de 2021
Ýcaro
viernes, 7 de mayo de 2021
Madrid con vida
Foto AJR, 2021.
(Al paso). Tras el derribo del paso elevado de Joaquín Costa, el eje Avda. América-Francisco Silvela-Mª Molina-Ppe. Vergara ha quedado como un amplio espacio despejado y amable y al que, al parecer, no tardarán en regresar los ajenos y añorados bulevares, una de las señas de identidad de cierto Madrid ilustrado y paseante que había ido cayendo víctima de ese gran depredador de los espacios urbanos que es el automóvil. Este singular edificio de Iberia, cuyo chaflán recoge como un muro de percusión todo el tráfago proveniente de la Castellana y el flanco Oeste de la urbe, tenía fama de ser el punto más ruidoso de la ciudad, una condición de dudoso honor que tal vez se corrija ahora.
AstraZeneca in progress
(Al filo de los días). La que me quiere bien, que es la misma que ha tomado la instantánea, me la envía con este comentario a modo de pie: «Saliendo victorioso de la vacuna». De momento (la imagen es del pasado domingo 2) así ha sido: ni la menor secuela de la primera dosis de AstraZeneca, pinchada en mi brazo izquierdo en el transcurso de un proceso casi estabular pero eficacísimo, en el ahora llamado Wizink Center, entre vagos recuerdos de canciones de Cohen, Aute o Supertramp, y con el número de orden 5665. Una muesca en el volver de la vida. Iremos viendo.
jueves, 6 de mayo de 2021
Cantares de Ise y otros cantos
(Al filo de los días). Una mañana peristáltica de preparativos, notablemente incómoda, a la que ha venido a aliviar, por mero azar favorable, esta vieja edición (1979: lleva la firma de compra de S. Pinto con fecha 29.5.1983) de un clásico japonés. No diré que lo tenía completamen-té olvidado porque ya no hay verdades casuales de largo alcance (ni forma alguna de poder contrastarlas), pero sí puedo dar fe y carta de creencia de la alegría y entusiasmo que su recuperación me produce, además del inmediato partido que espero poder sacarle para llevar a buen puerto algo que traigo entre manos.
lunes, 3 de mayo de 2021
El día Jawlensky
(En voz alta). Mientras los puntos neurálgicos de la ciudad estaban siendo ocupados por desfiles de guardarropía y ceremonias más o menos alcanfóricas, era muy grato caminar por sus calles soleadas para llegar hasta uno de esos sus muy numerosos museos en los que tipos muy diversos de arte ofrecen islas de belleza y acicates para resistir y seguir disfrutando frente a tantas plagas y agresiones. Ayer, fiesta de la Comunidad, y día señalado para la imprescindible cita con la vacuna, fue también el día Jawlensky, merced a la visita —aplazada varias veces y ya casi en tiempo de descuento— a las salas de la Fundación Mapfre en su palacete de Recoletos. Fue todo un descubrimiento el recorrido por la excelente y amplísima exposición de obras de este autor ruso cuya vida y arte estuvieron marcadas por la honda emoción que de niño le produjo el desvelamiento de un icono. Dispuesta de manera admirable y con todas las cautelas que impone la peste, la hora y media larga que pasamos entre esta singular muestra fue todo un estimulante y conmovedor itinerario a través de una vida consagrada a la exaltación de la vida interior y la afinación de los sentidos. Una experiencia que, una vez más, nos reafirma en la profunda convicción de que con Madrid, con lo que la ciudad es verdaderamente, más allá de tópicos y simplezas, no va a poder nadie. Desengáñense, está ciudad está hechizada. Y su duende es inmortal.
lunes, 26 de abril de 2021
En la muerte del poeta Pedro Tenorio
El poeta Pedro Tenorio (1953-2021). Foto tomada de Cuadernos del Laberinto |
(Al filo de los días). Em la tarde del domingo 25 de abril (2021) falleció, a causa de la
Covid-19 y tras largos meses de hospitalización, nuestro gran amigo el poeta
madrileño Pedro Tenorio (1953). Afincado desde hace años en Talavera de la
Reina, su muerte, a los 68 años, ha causado una gran tristeza y conmoción en la
ciudad donde pasó la mayor parte de su vida y entre quienes, allí y en otros
escenarios, a lo largo de casi cuatro décadas compartimos con él horas,
ilusiones, pasiones, luchas y palabras.
Pedro, que llevaba en su nombre y apellido una estela
patronímica muy notable de la historia de España —asunto sobre el que a menudo
bromeábamos y que fue incluso acicate de un proyecto narrativo suyo— ha sido
sobre todo un hombre de palabra, seducido por la poesía, profesor y estudioso
de la literatura y su didáctica, amante del arte y persona con una gran
conciencia civil. Su labor como divulgador e incitador cultural, tanto desde su
puesto de profesor de literatura como desde muchas otras actividades, es bien
conocida y valorada en la ciudad del Tajo. Como poeta, su nombre trascendió las
fronteras locales y logró, a través de sus publicaciones y premios, ciertos
reconocimientos valiosos.
Su primer libro de poemas, Muertos para una exposición (1983), que
obtuvo un accésit en el premio Rafael Morales, es una obra exigente y original,
una indagación en las posibilidades de la palabra poética como recreadora del
mundo, de un modo similar al que permiten la pintura, sus técnicas y principios. Junto a una suerte de tratado minimalista de estética y metapoética, también
aporta un acercamiento filosófico a las “figuraciones” del lenguaje; es decir,
a su efectivo poder de “crear realidad”. «Los versos más antiguos / empiezan en el
monte de heno helado / donde se desnudaban las muchachas», dice uno de sus
poemas (cito de memoria).
Ese libro fue ocasión de que nos conociéramos e iniciáramos un diálogo que, con
intermitencias y meandros, hemos mantenido hasta no hace mucho, cuando la
enfermedad lo golpeó con dureza. Fue especialmente intenso nuestro trato con
ocasión de la escritura y publicación de la que probablemente sea su obra más
singular, La luz se calla (2013), un poemario dedicado al joven hijo
muerto por propia voluntad, tragedia que marcó la vida del poeta y de la que,
como han hecho a menudo los grandes creadores, Tenorio consiguió extraer la
dolorosa belleza de una elegía llena de lucidez e imágenes inolvidables. Fue un
honor escribir el prólogo y participar en la presentación de ese libro, y fue
un privilegio hablar repetidas veces con el poeta o intercambiar amplia correspondencia
en torno a un núcleo fundamental de su concepción de la poesía, transformada en
este caso en una verdadera tabla de salvación.
Hay en su currículo otras varias obras poéticas, también muy
exigentes: recuerdo en especial el ciclo de Evila, que tuvo diversas
encarnaciones; los poemas de denuncia de la barbaridad bélica contenidos en Los
castigos y las hostilidades (2010, premio Gil de Biedma de Nava de la
Asunción) o el recorrido por diversos registros amoroso a ritmo de jazz de La
piel del agua (2017). Hay que añadir varios manuales y otros materiales didácticos
y diversos artículos e investigaciones emprendidas con gran entusiasmo y
pericia.
Pedro era un hombre tierno, inteligente, culto, gran hablador, meditativo a la
hora de buscar la palabra exacta, polemista que nunca perdía la afabilidad,
aunque tampoco daba fácilmente su brazo a torcer, gran amigo y creador de
círculos de amistad. Recuerdo, entre otras muchos momentos compartidos, algunas
veladas en el patio de la casa de Las Herencias, allí donde el Tajo se
convierte en un río casi italiano y atraviesa un paisaje con ondulaciones
toscanas. O noches de francachela en el Madrid de la Alegre Transición, en
reuniones o “movidas” de amigos; o con ocasión de su memorable actuación en la
Sala Clamores, otras veces al hilo de la presentación de alguno de sus libros.
También estuvimos alguna vez juntos en Hoyo del Manzanares, solar familiar, o
en actos reivindicativos de Talavera en Toledo. Son momentos que se atesoran en
la memoria y de los que siempre emerge la mirada intencionada, llena de humor e
inteligencia, a veces también algo desvalida, de un amigo que nos tenía
ganadas, a partes iguales, la admiración y el afecto.
Muchas de estas últimas ocasiones contaron con la complicidad de Prado Garvín,
la encantadora mujer que llegó a la vida de nuestro amigo en momentos difíciles
y que fue desde entonces, y hasta ayer mismo, la gran cómplice de alma fuerte.
Para ella, junto a la madre (91 años), los hermanos y el resto de la familia de
nuestro querido Pedro, va un gran abrazo. Al amigo, cuya muerte ha acentuado el
agobio y la tristeza de estos tiempos de pérdidas tan dolorosas, lo
recordaremos a menudo.
Que la tierra te sea leve, querido cronopio. Para que vuelvas a sonreír allí
desde donde nos mires, volveré a llamarte «moderno émulo de Pleberio, el del
gran planto», al tiempo que, con mis ojos puestos en las altas Torres Albarranas
de la vieja Eburia, te deseo un buen viaje. Hasta siempre, amigo.