jueves, 6 de mayo de 2021

Cantares de Ise y otros cantos

(Al filo de los días). Una mañana peristáltica de preparativos, notablemente incómoda, a la que ha venido a aliviar, por mero azar favorable, esta vieja edición (1979: lleva la firma de compra de S. Pinto con fecha 29.5.1983) de un clásico japonés. No diré que lo tenía completamen-té olvidado porque ya no hay verdades casuales de largo alcance (ni forma alguna de poder contrastarlas), pero sí puedo dar fe y carta de creencia de la alegría y entusiasmo que su recuperación me produce, además del inmediato partido que espero poder sacarle para llevar a buen puerto algo que traigo entre manos.

En estas últimas semanas he hablado con varios amigos y amigas sobre una de las grandes diferencias que percibimos respecto a las nuevas generaciones: la muy diferente valoración de los libros. Para los jóvenes, o incluso adolescentes, que fuimos hubo un tiempo en que hacerse con una biblioteca personal equivalía a algo así como a construirse el alma, y desde entonces venimos arrastrando esa ‘condena’, que verdaderamente lo fue cuando caímos en la cuenta (hace ya mucho) de que, si bien el saber puede que no ocupe lugar, los libros en papel tienen una imparable tendencia a ocuparlo todo y eso acaba siendo una realidad si no del todo incómoda sí difícilmente gobernable.
Pero de una y otra cosa (la querencia y sus inconvenientes, y disculpen los desvíos) quedamos reconfortados y a salvo cuando ocurren este tipo de reencuentros, tan felices y prometedores: a uno le gustaría mucho que pudieran ser posibles con amigos de carne y hueso (aunque algunos, ay, ya sean sólo polvo), pero también comprendemos y nos consuela saber que entre las páginas de un libro que regresa hay algo más que letras o, como es el caso, delicados grabados.
A estas alturas, nuestras almas puede que ya tengan tatuados sus verdaderos y más sentidos afectos con una siempre revisitable secuencia de tipos móviles. Y tinta viva. Y puede que esa circunstancia sea nuestro mayor consuelo. O uno de ellos. Que tampoco hay que exagerar.

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