martes, 22 de diciembre de 2020

Pasos de tiempo

(Resonancias). Si hace sólo poco más de un año de esta reflexión, ¿por qué me parece de otra vida? E incluso ajena. Misterios del envejecimiento inverso de la memoria y de las sinapsis abolidas o transmutadas. ¡Queda aún tanto por saber del cerebro! Lo evidente —el imán— es que ayer el rey Felipe VI se trasladó a Barcino para entregarle al poeta Margarit el premio Cervantes, junto al mar. Seguro que se trajo alguna cita oportuna para ese problemático mensaje navideño que le están escribiendo al monarca con pies de plomo. Me compadezco de las mentes que ahora mismo se estén empleando en semejante menester. Ojalá encuentren el camino a su propia Casa de Misericordia.


(Al filo de los días). Me pilla la concesión del Cervantes a Joan Margarit Consarnau leyéndolo no sólo a él, su propia obra, sino a él como traductor, ese oficio de agente doble que, en el caso de los buenos poetas, es un muy privilegiado mirador para calibrar el alcance de ciertas cualidades. Y, además, no cualquier traducción: la del libro Stag’s Leap, «El salto del ciervo», de la estadounidense Sharon Olds (San Francisco, California, 1942), poemario que fue galardonado con el premio Pulitzer de 2013. Y que por muchos y complementarios motivos bien puede ser considerada una obra poética especial. Apareció en Igitur, en 2018, en traducción que, junto al poeta, firma también Eduard Lezcano Margarit. Estoy en medio de su fragor cotidiano y valiente, avanzando por su calendario vital de intensidad, lucidez y dolor, asombrado y tratando de seguir la recta vía. Y su lectura, la cercanía a una verdad tan honda como la que emerge de este libro, es un motivo de gran agradecimiento al “misericordioso” poeta ahora premiado. (14 noviembre 2019)


lunes, 21 de diciembre de 2020

Álex vuelve a la iglesia

(En voz alta). La cosa va de entretenimiento. Si les gustó El día de la bestia o La Comunidad, estoy por apostar que no les defraudará 30 monedas, la serie de Álex de la Iglesia que va por su capítulo sexto en su emisión en HBO (creo que en algún lugar especializado se puede ver ya completa). A mí me está encantando, salvo algún detallejo de exceso casqueril, pero menos, y alguna blandura interpretativa, aunque bien contrapesada. Ha hecho que me congracie (o como se diga) con el infatigable director vasco, tan perdido últimamente en sus idas de olla. Falta ver si lo remata bien, pero creo que ha regresado el mejor Álex de la Iglesia (cuyo apellido parece un ejemplo claro de predestinación).

Dejaré para otro momento —el secreto es importante— más detalles sobre una obra que tiene como telón de fondo el eterno problema del mal, las insuficiencias del maniqueísmo o los estrechos corredores de la libertad, todo ello abordado en clave de ágil tragicomedia, con varias tramas bien ensambladas, y con una intención manifiesta ya desde la espectacular cabecera: homenajear a las grandes referencias del género con mayor o menor sutileza, sin descartar el “plagio”, y siempre con una “marca de fábrica” bien reconocible y encomiable. Ah, y apoyada en un excelente reparto, con un Eduard Fernández muy poderoso al frente de un trabajo coral de estirpe berlanguiana. Y en el que, entre otros papeles muy notables, me apetece destacar la presencia de una especie de Salvatore (el inolvidable monje bobalicón de El nombre de la Rosa»), incorporado con gran eficacia por Javier Bódalo (“El Rana” de Cuéntame) y con un punto friki-diabólico muy bien pautado. Atentos.

Posdata (30.01.21). Lamentablemente, mis expectativas no se han cumplido. Tras el magnifico capítulo de Roma y momentos prometedores de algunos otros, me parece que la historia, pese a apuntar hacia otras direcciones (o eso me pareció) no consigue salir del mismo atolladero nigromante y casqueril, además de bastante absurdo per se, en el que el director vasco ha caído otras veces. Lástima. Porque la cosa prometía.

Línea sola


Ya ha empezado el invierno. Y eso es todo.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Voces no sono (b)


Ás veces veñen voces
e fálanme no sono
como si non soubesen
que o seu tempo pasou.
A súa vella música
soa coma se fose
un aire cheo de chuvia
que se achega ata min.
Non saben que están mortas
nin que eu durmo. É así
como quizais me falan
as xentes que viviron
no mesmo sangue meu.
Os días de esas noites
teño visto, ó redor
das horas máis valeiras,
algúns raios de luz.
E, remuiñando neles,
miúdas criaturas
de po que se esvaecen
se achego a miña mau.
Serán eses os átomos
de aqueles brancos corpos
de roxiños cabelos
e paseniño andar
que se sabían ramos
das árbores da vida
e non dan esquecido
que un día foron ollos
e aínda queren ver
que vai sendo das cousas
camiño do solpor...
Ás veces veñen voces
que me falan en soños
e fan co tempo un nó.

(Hoy, 18 de diciembre, mi padre hubiera cumplido 106 años. Falleció en 2002, a los 87. A él, como a mi madre, ambos gallegos, les debo el tesoro de una lengua que no es exactamente la mía pero que nunca he olvidado y aún me esfuerzo en aprender. La canción, de Antonio Luz, recrea bien escenas ligadas a esa lengua y a los días de los veranos de mi infancia pasados en Cerreda, en pleno corazón de lo que ahora llaman Ribeira Sacra).
Nota: agradezco a Carme Varela sus muy atinadas observaciones sobre algunas dudas ortográficas del texto.

jueves, 17 de diciembre de 2020

De realismos y realezas

(En voz alta). The Crown. 4ª temporada. Muy aconsejable, y no sólo porque la polémica sobre su carácter de «ficción de la realidad» la haya convertido en objeto principal del morbo. La irrupción de Diana de Gales, que copa buena parte de la trama, es un argumento poderoso bien resuelto. Y no es que haya grandes diferencias respecto a lo ya sabido por otras muchas fuentes sobre uno de los asuntos estelares del pasto televisivo de medio mundo, ni se ofrezcan grandes novedades o revelaciones: si acaso la palmaria constatación de que tampoco Carlos está libre de caer en la misma insensibilidad que al parecer (y según pusieron de manifiesto los episodios de Gales) tanto detesta en la insensible Royal Family.

La presencia de Margaret Thatcher y su retrato resultan más discutibles: me parece que hay ahí o bien un fallo de casting o bien un error en la dirección de actores: ¿es lícito parapetarse tras una mueca inmóvil hasta construir más que un personaje una caricatura? Esta “primera premier’, más que una interpretación, parece una venganza. Quién sabe.
En mi opinión, además de la elegancia visual, el peso tan exacto y medido de los diálogos, la brillantez de los retratos y otras líneas fuertes habituales de esta gran serie, una baza muy favorable de la cuarta temporada es la excelente forma en que está narrada la historia del extraño visitante de palacio. Es, además del contrapunto perfecto para calibrar el peso de la nube palaciega, un recurso dramático de primer orden explotado sin concesiones a sensiblerías ni maniqueísmos, con un tono veraz y bien medido tanto en sus aspectos dramáticos (el guion) como en la interpretación. Muy destacable.
Y la pregunta del millón: ¿sería factible algo similar respecto a la Corona española? ¿Mi opinión?: No, tajante. Pero ojalá.
Posdata: respecto a los tratos entre realidad y ficción, me parece que las series basadas en hechos claramente históricos harían bien en incorporar un “aviso” o cautela parecido al que abre los capítulos de «Fargo». Algo así como: «Esta es una historia real que aspira a ser verdadera. Por respeto a la verdad histórica se han inventado algunas circunstancias de lo que pudo ser. Para que nadie se sienta menoscabado se han mantenido los nombres reales de los protagonistas. Por lo demás, todo sucede en la mente del espectador. Como la historia misma».

lunes, 14 de diciembre de 2020

En la muerte del profesor Ángel Benito

Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.

(Al filo de los días).
Leo la noticia de la muerte del profesor Ángel Benito, que fue mi profesor, de forma efímera, en el primer curso de periodismo y en la asignatura más especializada de todas, Teoría General de la Información. Era esta la pieza central en un currículo que parecía elaborado con retales de aquí y allá, y en parte así se había hecho y a ello respondía el claustro de profesores. El caso es que en las notas necrológicas del viejo profesor aparecen nombres —Dovifat, Fatorello, Lazarsfeld...— de los que poco o nada he oído hablar después —tal vez me crucé con alguno laborando en la actualización de alguna enciclopedia—, mientas que en cambio otros, McLuhan, Eco, Barthes, descubiertos también por entonces, siempre han estado de uno u otro modo presentes en lo que podría denominar mi incierto horizonte de intereses ciertos.

Ángel Benito, si no recuerdo mal, era ya hacia 1974 —en octubre de ese año llegué a la Facultad de CC II de la Complutense, tras superar un examen de acceso en tiempos en los que aún no estaba implantada la selectividad— una figura universitaria emergente y el más claro representante —tal vez con Pedro Orive— de lo verdaderamente especializado de unos estudios que acababan de adquirir su rango universitario y de una Facultad que trataba de aglutinar y dignificar la herencia de las diversas escuelas profesionales precedentes (la de Periodismo, la mítica de Cine, tal vez alguna de Relaciones Públicas) y establecer un plan de estudios digno de respeto y con contenido valorable, abriéndose un hueco propio en el contexto de las ciencias humanísticas que se iban disgregando del tronco común de lo que se llamó Filosofía y Letras, y sin perder de vista los avances de las tecnologías informáticas que empezaban a ser algo más que un rumor de fondo.
Recuerdo bien que en los primeros años de Facultad, dentro de la convulsión del final del franquismo y las muy reiteradas huelgas tanto de tipo general como, sobre todo, las propiciadas por el gremio de profesores no numerarios (los famosos “penenes”), una ardua discusión fue la exigencia de convalidación de estudios por parte de los titulados de la antigua Escuela de Periodismo; una polémica absurda por cuanto pretendía medir con raseros diferentes el supuesto acceso a una profesión para la que nunca se exigió, en la práctica, título alguno más que la prueba demostrable de los hechos. Qué estéril me pareció entonces aquella diatriba y qué estéril de hecho acabó siendo: ningún título universitario ha garantizado nunca el ejercicio pleno de una profesión “intitulable”, ni nadie se ha visto nunca privado de poder escribir en los periódicos por carecer del título de periodista.
Probablemente hablo un poco a la ligera, pero me parece que el efecto mayor y más visible que las Facultades de Ciencias de la Información han tenido ha sido el de autoabastecerse como centros de estudios teóricos de la información y la comunicación, proporcionando, en el mejor de los casos, un marco gnoseológico de referencia para analizar y comprender la amplia casuística implicada en el proceso de comunicación a través de los medios de masas. Nada, en principio, muy distinto a lo que desde perspectivas más conspicuas abordan la lingüística, la filosofía o las ciencias sociales. Con matices, claro. Y con especializaciones crecientes, por supuesto.
Si no me falla la memoria, sólo tuve a Ángel Benito como profesor durante un trimestre. Lo sustituyó Federico Ysart, cuyas clases recuerdo como una mezcla de crónicas políticas ad hoc y charlas de café, al tiempo que, por medio de apuntes ciclostilados, o tal vez ya con el “manual de Benito”, teníamos que empollar los muy diversos esquemas del proceso comunicativo según diferentes escuelas cuya coincidencia común (ECCMMR) solía ser el concepto de feedback (retroalimentación) y unos dibujillos esquemáticos donde la comunicación se representaba a menudo con una especie de muelle en espiral, como si de un calambrazo se tratase.

Contraespionaje (dado-homenaje a John Le Carré)

John Le Carré. Foto autor no identificado. Tomada de aquí.


Saben que sé que no sabes.
Saben que no sé que sabes.
Saben que sabes que no sé.
Saben que sé que no sabes.
Saben que sé no que sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que sé saben que no sabes.
Que no sé saben que sabes.
Que saben que sé no sabes.
Que no sabes que sé saben.
Que saben que no sé sabes.
Que sabes que no sé saben.
Sé que no saben que sabes.
Sé que sabes que no saben.
Sé no que sabes que saben.
Sé que saben no que sabes.
Sé que no saben que sabes.
Sé que qué saben no sabes.
Que sabes sé que no saben.
Que sé que no saben sabes.
Que no qué saben sé sabes.
Que qué no sabes se saben.
Que sabes que sé no saben.
Que saben sabes sé que no.
No saben que sé que sabes.
No saben que sabes que se.
No saben sabes que qué sé.
No saben que qué sabes sé.
No saben que sabes sé que.
No saben sabes que sé que.
Sabes que no sé qué saben.
Sabes que saben no sé que.
Sabes que no que sé saben.
Sabes que qué saben no sé.
Sabes que se saben no qué.
Sabes que qué saben no sé.
No sé que saben que sabes.
Sabes que sé que no sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que no sabes que sé saben.
Sé que saben no qué sabes.
Que sé que sabes no saben.
.....
(En homenaje a John Le Carré, in memoriam: 13.12.2020)