(En voz alta). La cosa va de entretenimiento. Si les gustó El día de la bestia o La Comunidad, estoy por apostar que no les defraudará 30 monedas, la serie de Álex de la Iglesia que va por su capítulo sexto en su emisión en HBO (creo que en algún lugar especializado se puede ver ya completa). A mí me está encantando, salvo algún detallejo de exceso casqueril, pero menos, y alguna blandura interpretativa, aunque bien contrapesada. Ha hecho que me congracie (o como se diga) con el infatigable director vasco, tan perdido últimamente en sus idas de olla. Falta ver si lo remata bien, pero creo que ha regresado el mejor Álex de la Iglesia (cuyo apellido parece un ejemplo claro de predestinación).
Dejaré para otro momento —el secreto es importante— más detalles sobre una obra que tiene como telón de fondo el eterno problema del mal, las insuficiencias del maniqueísmo o los estrechos corredores de la libertad, todo ello abordado en clave de ágil tragicomedia, con varias tramas bien ensambladas, y con una intención manifiesta ya desde la espectacular cabecera: homenajear a las grandes referencias del género con mayor o menor sutileza, sin descartar el “plagio”, y siempre con una “marca de fábrica” bien reconocible y encomiable. Ah, y apoyada en un excelente reparto, con un Eduard Fernández muy poderoso al frente de un trabajo coral de estirpe berlanguiana. Y en el que, entre otros papeles muy notables, me apetece destacar la presencia de una especie de Salvatore (el inolvidable monje bobalicón de El nombre de la Rosa»), incorporado con gran eficacia por Javier Bódalo (“El Rana” de Cuéntame) y con un punto friki-diabólico muy bien pautado. Atentos.
Posdata (30.01.21). Lamentablemente, mis expectativas no se han cumplido. Tras el magnifico capítulo de Roma y momentos prometedores de algunos otros, me parece que la historia, pese a apuntar hacia otras direcciones (o eso me pareció) no consigue salir del mismo atolladero nigromante y casqueril, además de bastante absurdo per se, en el que el director vasco ha caído otras veces. Lástima. Porque la cosa prometía.