viernes, 1 de mayo de 2020

¿Quién mata a quién?



(Al filo de los días). Si al final (o al hilo) de un intercambio de mensajes con un amigo —tocayo, por más señas— comparece este vídeo del año 79 urdido en torno a una canción no sólo resonante sino casi ya redundante, por el enorme juego que su mensaje nos brinda para entender (y no) el tiempo que vivimos, ¿qué menos puede 1 hacer sino compartirlo? Por fortuna, ciertas “cosas de época” no sólo siguen estando vivas y operativas sino que tienen la virtud de erigirse en baluartes de una cierta continuidad... tan incierta. Por lo demás, ¡viva la Radio!

Unos minutos de publicidad



(En voz alta). No suelo incluir, al menos de forma consciente, publicidad en este muro. Pero hoy me voy a permitir una excepción con esta pieza de mi amigo Bruno Galán para Oisho. Es fresca, alegre, luminosa. Y acorde con el mes de mayo que hoy se inicia. ¡Hala, a abrir ventanas! Y mañana, a la calle... un ratito. (Gracias, Celia).

Un paisaje de Oniria

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Álvaro Delgado: Casa junto al río, hacia 1960. Acuarela.
En el sueño, seguramente por influjo de estos relatos, había llegado a un pueblo llamado Oniria que se quedó fijado en mi memoria como si lo hubiera visitado de verdad. Unos cerros apenas alzados como telón de fondo bajo un cielo tachonado de nubes, pinos, cipreses y otros ejemplares del bosque mediterráneo, casas y caserones dispersos, alguno con un amplio jardín, campos vallados, un río, una barca en medio del río, un hombre remando... Un sueño, en verdad, muy apacible. No me ha extrañado nada comprobar que ya lo había soñado —y literalmente— alguien antes que yo.
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jueves, 30 de abril de 2020

Parrafaear...



Revista de Libros

(Lecturas en voz alta). Una de las cosas que más echo en falta en este confín es el poder "parrafear" con algunos amigos, y preferiblemente de uno en uno y cara a cara, que ese ha sido casi siempre, y en mi experiencia, el verdadero espacio de la amistad. Este largo artículo de Rafael Narbona en la muy recomendable Revista de Libros, entre otras cosas interesantes (y discutibles, claro), tiene la virtud de elogiar, y muy de veras, esos encuentros. Su lectura es por eso doble o triplemente reconfortante. Así que lo comparto.

En son de Paz (4)

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Octavio Paz conversando con Borges y María Kodama,
en uno de sus encuentros. Merece la pena leer este “recuento” de Paz.
(En son de Paz, 14). »Hablamos porque somos / mortales: las palabras / no son signos: son años. / Al decir lo que dicen / los nombres que decimos / dicen tiempo: nos dicen, / somos nombres del tiempo. / Conversar es humano», escribió Octavio Paz en la última estrofa de un poema (“Conversar”) incluido en su libro “Árbol adentro” y concebido —tal vez improvisada: su ágil vuelo así lo indica— como respuesta a un verso leído: “Conversar es divino”, que según el propio Paz señala en nota «figura en un poema del poeta portugués Alberto Lacerda dedicado a Jorge Guillén». Y hecha la precisión y puestas las barras, para que el fraseo del poeta no se pierda en las arenas movedizas de las pantallas, inevitablemente pienso en el luminoso verso de Quevedo que describe la lectura como una vida de «conversación con los difuntos» y asiento al completo carácter humano del instinto de compartir palabras, hasta el punto de que tal vez sea difícil encontrar otra fuerza que nos haga sentir más esa condición. «Por eso se explica —me digo, ya en otra fase del diálogo— tu heredada tendencia a hablar hasta en sueños». Y vuelvo al confín de cada día, inmerso en estas y otras sugerencias, acariciando con mis ojos los libros, las pantallas, los reflejos en la calle, siempre con el deseo vivo —humano, tal vez demasiado humano— de que no tarde en dar señales de vida el interlocutor... o ella.


Paz el autor, el lector, el corrector: un hombre de palabra.
(En son de Paz, 15). »[...] la lengua que hablamos es una realidad no menos decisiva que las ideas que profesamos o que el oficio que ejercemos. Decir lengua es decir civilización: comunidad de valores, símbolos, usos, creencias, visiones, preguntas sobre el pasado, el presente, el porvenir. Al hablar no hablamos únicamente con los que tenemos cerca: hablamos también con los muertos y con los que aún no nacen, con los árboles y las ciudades, los ríos y las ruinas, los animales y las cosas. Hablamos con el mundo animado y con el inanimado, con lo visible y con lo invisible. Hablamos con nosotros mismos. Hablar es convivir, vivir en un mundo que es este mundo y sus trasmundos, este tiempo y los otros: una civilización», escribió y leyó Octavio Paz en su discurso de recepción del Premio Cervantes, tal día como hoy del año 1982. En sus palabras de agradecimiento Paz bosquejó un breve recorrido por su biografía como lector, dio un paseo por el lado americano de la lengua, hizo un elogio y defensa de la libertad y, muy significativamente, cerró sus palabras con una reivindicación de la alegría y la humanidad de Cervantes: «Cada hombre —dijo al final de su discurso— es un ser singular y cada hombre se parece a todos los otros. Cada hombre es único y cada hombre es muchos hombres que él no conoce: el yo plural. Cervantes sonríe: aprender a ser libre es aprender a sonreír». Quién supiera.

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 Octavio Paz: una sonrisa iluminada desde dentro.
Foto tomada del archivo de la Nobel Foundation.

(En son de Paz, 16). »El tiempo del poema no está fuera de la historia sino dentro de ella: es un texto y es una lectura. Texto y lectura son inseparables y en ellos la historia y la ahistoria, el cambio y la identidad, se unen sin desaparecer. No es una trascendencia, sino una convergencia. Es un tiempo que se repite y que es irrepetible, que transcurre sin transcurrir, un tiempo que vuelve sobre sí mismo. El tiempo de la lectura es un hoy y un aquí: un hoy que sucede en cualquier momento y un aquí que está en cualquier parte. El poema es historia y es aquello que niega la historia en el instante en que la afirma. Leer un texto no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es resucitarlo, re-producirlo. Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que es la abolición de la historia. La poesía que comienza en este fin de siglo que comienza [1972], no comienza realmente. Tampoco vuelve al punto de partida. La poesía que comienza ahora, sin comenzar, busca la intersección de los tiempos, el punto de convergencia. Afirma que entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, la poesía es el presente. La re-producción es una presentación. Tiempo puro: aleteo de la presencia en el momento de su presentación/desaparición», escribió Octavio Paz al final de su ensayo Los hijos del limo, un luminoso estudio de la evolución de la poesía desde el Romanticismo hasta el último tercio del siglo XX (el texto está fechado en Cambridge, Massachussets, en junio de 1972). Complementario de El arco y la lira (1956), al igual que en otros ensayos, pero de forma muy destacada, Paz pone aquí de relieve un punto de vista, no sólo privilegiado, sino imprescindible: es el de quien habla “desde dentro” de la experiencia que describe. Y lo hace además con una precisión que logra unir, como en un verdadero poema, reflexión y emoción, razón y corazón, verdad y gracia. Uno de los grandes valores de la obra de Octavio Paz es que la mayoría de las veces, si no siempre, pone de manifiesto que ante todo es la obra de un poeta.

Vidas para el recuerdo

De izquierda a derecha, Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz.
Aurora Ríos, Victoriano Campos, Miguel Sánchez, Claudia Parra y Alejandro Ruiz, los protagonistas del relato de Jabois.
Entre las muchas y valiosas crónicas, artículos y reportajes que Manuel Jabois, mi periodista favorito, ha dedicado al coronavirus y sus efectos, destaca esta semblanza de vidas segadas por la peste. Son unas pocas pero elocuentes pistas que, dentro de sus propia, personal e intransferible tristeza, permiten percibir la enorme herida que está abriendo la implacable pandemia. Jabois aplica, junto a su sensibilidad de escritor atento y exigente, el habitual  toque humanístico y suavemente irónico que suele poner en sus trabajo para dejar un retrato vívido, cercano, brillante y profundamente solidario de los trágicos días que vivimos.

Nota personal: figura entre los protagonista del reportaje, Victoriano Campos Morro (el segundo en la fotografía), padre de mi entrañable amigo Antonio Campos, un extremeño recio, industrioso y sensible (el padre), de cuya alegre vitalidad pude disfrutar en los tiempos de Martín Martínez y el Edificio Herrera, durante unos laboriosos años. Fue Antonio, además, quien me dio la pista de un texto que se me había pasado en el papel. Gracias.
 

El Trepa

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Imagen tomada de la red y cuya autoría, título, fecha, ubicación, etc. desconozco. 
He intentado localizar esos datos, pero sin suerte. Se agradece información.
Durante los días de encierro —medita, y sin comillas, el Confinado—, a veces se me viene a la cabeza, y con fuerza tal que se instala delante de mis ojos, la casi proverbial figura del trepa —ella o él— y en algunas de esas oportunidades caigo en la cuenta de que, en ocasiones, he tenido muy cerca de mí a un verdadero trepa —él o ella—, aunque haya tardado en percatarme de esa su verdadera condición. Y es que —conclusión también de los días del confín—, por extraño y hasta contradictorio que pueda parecer, en la naturaleza del trepa —ella, él, incluso ello— hay una indudable facultad rastrera, excavadora, incluso de babosa, de modo que no siempre es fácil advertir maniobras que en realidad son justamente lo opuesto a lo que parecen. Trepar, reptar, tal vez urdir. El trepa —ella, él, ello—, a su modo, también es un artista.
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