lunes, 13 de abril de 2020

Adagia andante (5)


El poema es una partitura. Se toca con los nervios.
¿De qué sirve un poema? Tal vez tan sólo sea un medio entre dos fines. O un trozo de tierra tatuada antes de dormir (como dijo Molina). ¿Y un impulso concreto para nombrar también lo que no existe?

No hay nada más ajeno al sentimiento que el sentimentalismo, esa suerte de magia corrompida o simulacro vacuo.
¿Y qué decir de la imaginación? No es pura fantasía. Es el arte supremo de tender puentes. Una ingeniería de altos vuelos.
La creencia, toda creencia, es siempre una ficción. Y no hay mayor ficción que la de tener una creencia. Esto no es un mero juego de palabras.
Tampoco era ilusoria la vieja extrañeza de Ducasse cuando consideró hermoso el encuentro, sobre una mesa de disección, entre una máquina de coser y un paraguas. Ducasse no conocía la máquina de escribir. En realidad, él cosía sus textos. Y los ponía a secar sobre pieles curtidas. Los Cantos de su alter ego, el Conde de Lautréamont, alter ego a su vez del inolvidable Maldoror, son las últimas pieles de bisontes colgadas en el interior de los templos en ruinas que retrataron los pintores románticos.
¿Y qué decir de los primeros principios? ¿Qué de los finales postreros? Tal vez los primeros postreros acabaron siendo lo mismo que los principios finales. (Y esto si que es un juego de palabras).
Escribir poesía es rezar. El poema conoce por sí solo el camino de luz al infinito.

La Laguna

Mayonor Mijangos: Laguna de Lemoa, Santa Cruz de Quiché. Guatemala.
© 2013, Imágenes de Guatemala.
Si estaba ahí dónde se fue.
Estaba ahí si se fue dónde.
Ahí se estaba dónde fue si.
Dónde estaba si se fue ahí.
Sé dónde fue si ahí estaba.
Fue si ahí se estaba dónde.
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domingo, 12 de abril de 2020

La Prensa

El rincón de lector de papel prensa. Foto de autor desconocido.
Cuando pudo recuperar la prensa impresa advirtió con asombro que la sección de necrológicas se había adueñado del resto del diario.

sábado, 11 de abril de 2020

El Ángel Exterminador

La imagen puede contener: una persona, mesa e interior
Al final de El ángel exterminador (1962), la película de Luis Buñuel,
un rebaño de pacíficas ovejas acude al lugar del encierro.
Al terminar de romper la hora, según es su costumbre desde hace al menos ciento quince años, don Luis Buñuel ha dejado su tambor colgado en una nube y regresa al Limbo de los Ateos Gracias a Dios para seguir entreteniendo su eternidad con lo que más le gusta desde siempre: imaginar bromas algo crueles, incluso claramente atroces, para someter a sus amigos y conocidos a situaciones extremas y medir así el grado de tolerancia de la humana naturaleza bajo presión y hostigamiento. En los últimos días, el genial surrealista no hace otra cosa que darle vueltas a una vieja idea y distrae sus horas sin tiempo imaginando qué pasaría si, en vez de un grupo de parejas de la alta sociedad, fuera la humanidad entera la que se viera afectada por el extraño enigma del ángel exterminador, de modo tal que todas las gentes del universo mundo quedaran confinadas en sus propias casas durante un tiempo indeterminado. El ojo saltón del cineasta baturro refulge con fuerza en su nicho celeste mientras valora, con una sonrisa ferozmente angelical, las posibles consecuencias de semejante barrabasada. E incluso está pensando en que esa historia, película, fantasmagoría o, quién sabe, crónica veraz de los días de la peste bien podría titularse «El obsceno encanto del coronavirus». Y su espíritu de implacable artista incombustible vuelve a suspirar por enésima vez.
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viernes, 10 de abril de 2020

El Viernes

Humberto Rivas: Montmajour, 1993. Fotografía, gelatina de plata sobre papel.
Cuando el velo del templo se rasgó, allí ya sólo quedaba el silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio. El silencio...
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jueves, 9 de abril de 2020

En son de Paz (3)

La imagen puede contener: una persona, primer plano
La mirada de Octavio Paz hacia la realidad, tan irreal, del mundo.
Foto del Archivo del autor.
(En son de Paz, 11) »La carne no es triste: es irreal», escribió Paz en un lúcido ensayo sobre Cernuda, en el que, de paso, contesta a Mallarmé, al famoso verso en que el exigente poeta francés se lamentaba de sufrir un invencible tedio corporal y de haber leído todos los libros. Y tiene, me parece, razón Paz: hay algo en el fondo sensible y hasta sensual de nuestra experiencia que no parece de este mundo. Especialmente, en días como estos. Tiempo extraño, cuyo transcurso confinado vuelve irreal la luz que se refleja en el corredor sin fondo de nuestras conciencias, libres como pájaros que sueñan el vuelo y tal vez el mundo.


La imagen puede contener: Mariano Antolín Rato, sentada e interior
 Paz con el espacio y el tiempo a sus espaldas. Foto de autor no identificado,
publicada en la galería recogida por El Heraldo al dar cuenta de
una exposición sobre Paz y la censura de sus obras en España,
celebrada en Alcalá de Henares a finales de 2015.

(En son de Paz, 12). »El artista verdadero es el que dice “no” incluso cuando dice “sí”», escribió Octavio Paz casi al final del «Aviso» puesto como introducción de «Los privilegios de la vista, II», el tomo 7 de sus «Obras completas. Edición del autor», publicadas por Círculo de Lectores entre 1993 y 1997. Dándole vueltas a la frase, como a una margarita ante la que no fuéramos capaces de arrancar ni una hoja, doy en pensar que ese sea acaso el sino y el destino, no sólo del artista verdadero, sino del ser humano con conciencia que se sabe mortal. Hace dos días (31 de marzo 2020) Paz hubiera cumplido 106 años (la misma edad que mi padre, que era algunos meses más joven). El próximo día 19 de abril se cumplirán 22 años de su muerte. El tiempo es un calendario o una rayuela o una rejilla por cuyas avariciosas rendijas sólo alcanzamos a ver —y si acaso— un poco de luz.
La imagen puede contener: una o varias personas
Octavio Paz con sonriente mirada ensimismada.
Foto de autor no localizado, virada al negro.
(En son de Paz, 13). »Prisionero en la fortaleza que inventan los reflejos lunares de la uña del dedo meñique de una niña, un rey agoniza desde hace un millón de segundos. El microscopio de la fantasía descubre criaturas distintas a las de la ciencia pero no menos reales; aunque esas visiones son nuestras, también son de un tercero: alguien las mira (¿se mira?) a través de nuestra mirada», escribe Octavio Paz en el fragmento 20 de «El mono gramático», en el que describe, o más bien glosa, un misterioso cuadro de Richard Dadd, «The fairy-feller’s masterstroke», obra que alguna vez ya ha comparecido en este muro. En el confinamiento, estas minuciosidades cobran un valor inusitado: nos muestran que hay una realidad dentro de la realidad de la que apenas somos conscientes más que cuando miramos como si nos miraran. Y, una vez advertido, salimos pronto de ahí («¡escapa, escapa!», nos grita alguien, ¿quién?) para evitar el despeñadero de la locura y otros vértigos de pura destrucción. No está nada mal para una tarde de jueves santo.

La Saeta


La imagen puede contener: una o varias personas y exterior
Mujer caminando por el bosque nocturno con lámpara.
Foto: ©️  Kirill Ryzhov.
Soñé que a mi espalda había vuelto “el pequeño carcaj” que una vez tuve y, como andaba por una zona apestosa e infestada de todo tipo de criaturas malignas, no tenía más remedio que cargar una y otra vez mi arco y disparar sin pausa en cualquier dirección. Era tanta la fatiga y tan seguidos los sobresaltos, que me desperté varias veces en diferentes parajes, como el que rueda de sueño en sueño, de pesadilla en pesadilla, metido en un interminable túnel del terror. O quizás confinado a bordo del mismo tren donde el poeta vio la sombra y la figura de la mujer con una alcuza en la mano. Por fin pude llegar a una especie de ensenada junto a un gran lago y sobre el que una enorme cascada, como la que contemplé en el parque croata de Plitvice, vertía sin cesar un agua densa y pastosa cuyas gruesas gotas se iban convirtiendo en una lluvia de píxeles semejante a la que puede verse en el comienzo de Matrix, la película. Me había quedado sin flechas pero tampoco parecía haber más enemigos, así que por fin pude descansar en un sueño sin nada, blanco y candeal como el alma de un niño. Acabo de despertarme y ha sido muy grande mi sorpresa al advertir que tengo clavada, justamente bajo la tetilla izquierda, una diminuta saeta dorada junto a una aún más diminuta mancha que tiene todo la pinta de ser una gota seca de sangre🩸.
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