martes, 18 de febrero de 2020

La Socorrito

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Picasso: La Enana, 1932. Museo Picasso, Barcelona
Fue el jueves lardero —bien lo recuerda— cuando la Socorrito, a la que conocía de vista del descampado, le tiró los tejos. Y él, que es más ingenuo que una bombilla, entró de lleno al trapo, y no sólo se enroló en el circo y empezó a currar duro limpiando la jaula de los elefantes, también se ocupaba de despachar las entradas y, en los días de lluvia, que estaban siendo casi como en bleidrraner, tenía que vaciar los cangilones del gran chapitel, que se ponían de agua hasta los topes a cada poco. Total, que el hombre, con esa ruina en que el amor lo ha ido metiendo, anda muy torpón, macilento y más chupao que una sardina. Esto, me parece, no tiene pinta de que vaya a acabar bien. Y es que la Socorrito, aunque ni poniéndose de puntillas alcanza el metro, no sé qué tiene que se los lleva de calle. Serán los polvos esos que dicen que usa. Eso será. Pero a este paso y con este julepe, el gachó no llega ni al domingo de Ramos. Eso fijo. Si lo sabré yo.
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lunes, 17 de febrero de 2020

Adagia andante (2b)

El poeta ha de ser más útil y atrevido que cualquier ciudadano de su aldea. Tiene en el corazón el orbe entero y en su razón un río de presencias.
Toda palabra de verdad apunta siempre a lo desconocido.

Todo poema verdadero es un renglón de la sabiduría: un disparo en el ojo de la mente.
¿Y qué decir de la experiencia, que no sea retórica ambulante? La experiencia, en la vida de un poeta, es un reino mucho más extenso que el de la realidad en la que vive.
La realidad no es un juego de palabras. Son todas las estancias y leyendas que la pura palabra pone en juego.
La vida siempre está en otra parte. La otra parte que también está en nosotros. Aunque no la veamos. O la ocultemos.
Poetas y pintores tratan de lo mismo. El arte, en realidad, es siempre imaginario y desemboca en bultos de palabras, en voces que resuenan en la sombra, en formas que transforman los sentidos.
El tiempo es un meteoro: pasa y llueve.
También en el poema hay otros mundos.

Más caritas

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Henri Rousseau: Noche de carnaval, 1886. Philadelphia Museum of Art, Pennsylvania.
—Y me va de puta madre.
—¡Guay, chaval!
—Cuando no es una cosa es la otra, pero siempre pin pan, pin pan.
—Jo, macho, eso es potra, ¿que no?
—Lo normal.
—No te creas, hay por ahí mucho marrón.
—Y además, tengo unos padres de la hostia...
—¡Nivelazo!
—... de la hostia que me dan de vez en cuando no me quedan ganas de volver a quejarme....
Me pareció que se reían, pero ya no pude oír más. Las dos mascaritas dieron la vuelta a la esquina y yo seguí mi camino. De vuelta a casa.
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domingo, 16 de febrero de 2020

El tío Camuñas

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Baldomero Romero Ressendi: Encapuchado, hacia 1950.
Dicen del tío Camuñas que está mu’ triste, pues ya no asusta a naides. ¡Vaya marrón! En estos carnavales s’ha dao’ al trinque. «¡Na’ mejor contra el paro que un colocón!», piensa mientras se cala la boina negra y el pañuelico a rayas. Y en un pispás se ha plantao’ en la taberna del Olegario y se ha unido a la murga del Carrasclás. Estas criaturitas son como niños: una vez cada año se dejan ver y, al llegar la ceniza, cambian el paso y en la Semana Santa van del revés. Benditos sean por siempre los bellos ritos que sacan de sus quicios puertas blindás. Que vivir son dos días y de ellos sólo unas poquiellas horas son carnaval.
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sábado, 15 de febrero de 2020

Cuerda de presos

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José Gutiérrez Solana: Máscaras con burro, Las Máscaras de Carnaval o Las Máscaras del soplillo, hacia 1932. 
Colección Banco de Santander, Madrid.

En aquel patético duelo, parecido al de Ok Corral, se enfrentaban los típicos tópicos contra una pandilla de refranes rufianes. De modo que, a poco que uno se fijara, podía distinguirse con claridad a la que pintan calva enzarzada con la corneada por la gusa y al que puso la pica en Flandes luchando contra el que no daba un palo al agua. Andaba también por allí la Bernarda y su consabido frente al pregonero con sus tres cuartos, y no muy lejos podía verse al mentiroso adelantado por el cojo, mientras el del paño de lágrimas y el que ponía a caer de un burro discutían con el que empinaba el codo en presencia del que asó la manteca... Y así sucesivamente. Cualquiera diría que también ellos se preparaban para el Carnaval.
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viernes, 14 de febrero de 2020

Entroido

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Disfraz de Peliqueiro de Laza. Museo del Traje, Madrid.
Por mor de una contractura cervical que apenas le permitía mover el cuello, mi colega del alma Xan Poleirán, “amigo das nenas”, bajo el peso macizo de su máscara, sintió cómo su Carnaval se convertía en la antesala misma del infierno. Aun así, no dejó que el sufrimiento lo bocabajeara y se dispuso a fustigar a cuantas zarangüainas, espetones, chupacabras, mascaritas y fadas corrupias le salieran al paso. «El que avisa —me susurró con voz apenas audible tras la mueca inmóvil—..., avisador».
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jueves, 13 de febrero de 2020

En son de Paz (1)

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Octavio Paz fotografiado por Ricardo Salazar.
(En son de Paz, 1). »La poesía es como el amor, mientras que la prosa es como el trabajo», dijo en una entrevista televisiva Octavio Paz. 
Bien visto, maestro. Pero hay que ver cuánto trabajo da a veces la primera, y el heroico y esforzado amor con hay que sobrellevar a menudo los trabajos —más bien alimentarios— de la segunda.


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Paz y un libro abierto.
(En son de Paz, 2). »... Los poemas que amamos son mecanismos de significaciones sucesivas —una arquitectura que sin cesar se deshace y se rehace, un organismo en perpetua rotación», escribió Octavio Paz, quien no en vano tituló Los signos en rotación una de sus obras, precisamente un ensayo sobre la poesía que añadió como capítulo final a su imprescindible El arco y la lira. Es lo que se llama una «idea fuerte», o quizás más propiamente una «idea fuerza».


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Paz entre los círculos concéntricos del tiempo y el espacio.
Foto tomada de Zenda. Desconozco su autor.
(En son de Paz, 3). Octavio Paz afirmó que algunos grandes poetas viven entre nosotros «gracias a un puñado de sílabas». Y «en este instante —pudo haber añadido él mismo— alguien las deletrea».
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Paz retratado con aire surrealista, incluso con cierto vago parecido a André Bretón.
Foto: AGN, Enrique Díaz.
(En son de Paz, 4). 
«Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan: 
todo su entendimiento es su garganta», 
cantó Octavio Paz en uno de sus poemas inmediatos. Y al repetirlo uno siente, con una alegría claroscura, acorde con este tiempo resbaladizo, que también tiene licencia para cantar.
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Retrato de Octavio Paz.
Cortesía del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), México.
(En son de Paz, 5). »Vivir bien exige morir bien. Tenemos que aprender a mirar de frente a la muerte», escribió Octavio Paz en su discurso de aceptación del Nobel. Un propósito lúcido que, como se ve y a veces de forma muy agresiva e incluso obscena, se confunde con la crueldad e inhumanidad extremas de ciertos fanatismos.