Cuando introdujo la Oda a Walt Whitman en su último recital en la Sala Galileo, el 25 de noviembre pasado (2019), Patxi Andión contó con gracia cómo le llegó la noticia de que Leonard Cohen quería contar con él para su Poetas en Nueva York- Lorca (1986), el memorable disco que el músico canadiense dedicó a la memoria del poeta que le descubrió la poesía. Tras recibir el recado de un agente de su discográfica, durante un buen rato Patxi pensó que era una broma, pero pocos días después se encontraba con Cohen y se ponía en marcha su dura y sensible interpretación del poema lorquiano que contiene los que seguramente es el verso más desolado de Lorca.
Fue uno de los muchos momentos emotivos de una noche en la que el cantautor, además de presentar el disco que ahora se ha convertido en su testamento —La Hora Lobicán, que alude a ese momento entre dos luces, en la frontera entre el día y la noche—, hizo un generoso repaso por su discografía y nos fue metiendo a todos los que abarrotábamos los dos pisos de la sala en una atmósfera de melancolía y felicidad que estallaba en pura común unión cada vez que una de aquellas canciones de nuestra juventud asomaba a sus labios y, en seguida, a los nuestros: “Rogelio”, “La Jacinta”, “Samaritana”, la estremecedora ”Con toda la mar detrás”, entre muchas otras, y ya al cierre, “El maestro”, además de la muy intencionada y actual “Si yo fuera mujer”, con la que inició el concierto.
Del nuevo disco, que tengo que escuchar con más detención, me gustó especialmente un largo poema zen dedicado a la caída de la nieve en la conquense Hoz del Huécar, una composición minimalista que, a la vieja facilidad del autor para ensamblar metáforas sugerentes, unía un plus de intensidad cinestésica, declinada en una larga letanía que iba reconstruyendo la experiencia de abrir los ojos ante un prodigio de belleza y acertaba a pulsar las cuerdas adecuadas para dar cuenta de él, al tiempo que se producía su desvanecimiento. Una pequeña joya. Intervinieron también en el concierto sus dos hijos (tal vez supo a poco su colaboración) y las más de dos horas que duró el acto se pasaron casi sin sentir. Cómo íbamos a saber entonces que asistíamos al último concierto.
Tuve la suerte, merced a la compañía de Antonia Cortés, gran amiga
del artista, de poder saludarle brevemente a la salida y decirle en un par de frases lo mucho que he
disfrutado con su música, “más de cuarenta años después” de que un para mí mítico elepé, Once
Canciones entre paréntesis (1971), llegara a mis manos en un verano (creo que fue el
del 72) que pasé casi por completo envuelto en su música. Muchas de sus canciones aún las recuerdo de memoria y la voz agrietada de sus recitados todavía me eriza la piel.
Gracias, maestro. Buen viaje.
No pienso.
Estoy con el alma en una nube...
(Patxi Andión, i.m.)