Chicho Ibáñez Serrador, retratado por Sergio González Valero /El Mundo. |
(Lecturas en voz alta). Chicho Ibáñez Serrador viene a ser a la televisión española algo así como Gutenberg a la imprenta. Está en la raíz misma de la fascinación que la llamada "caja tonta" (ahora tal vez le cabría mejor el calificativo de "matrioska imbécil") ejerció sobre la primera generación de niños españoles que aún alcanzó a merendar pan y chocolate viendo la tele y, sobre todo, de quienes nos deslumbramos con el escalofrío de los terrores nocturnos casi al mismo tiempo que descubríamos que la literatura podía ofrecernos una dimensión capaz no sólo de hacer la vida más interesante sino de encontrar en la ficción el imprescindible complemento a las penurias de la realidad. Aunque de esto, claro, nos fuimos dando cuenta más tarde. Por aquel entonces nos limitábamos a estrenar con toda la intensidad posible sensaciones dulcemente insoportables. Son muchos los motivos de agradecimiento al gran Chicho. Deberían decretar en su honor un día de silencio televisivo, más que nada por si alguien aún duda de las diferencias. Descanse en paz.