martes, 21 de mayo de 2019

Ellos (o Losotros)

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 Benjamín Palencia: La luz encendida, 1948.
Volví de nuevo a la carbonera y aún no se habían ido. Ya no me daban miedo, pero empezaba a ser difícil explicar su presencia permanente, de un día para otro, de sueño en sueño, como si para ellos mis días fueran sólo una pausa en sus vidas de humo.
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lunes, 20 de mayo de 2019

Fulgor mortal

La imagen puede contener: árbol, planta, cielo, exterior y naturaleza
Foto AJR, 2019.
La luz de lo que ocurre, la piel de cada día,
está llena de arrugas que son sólo ocurrencias,
laberintos de sol, reminiscencias
de una vieja armonía.
Por eso, los caminos de la melancolía,
los dulces finisterres que encienden el ocaso,
dejan sobre las sombras del fracaso
un poso de alegría.
Fulgor mortal, fluencia clamorosa
de nuestros cuerpos juntos
que el tiempo ha de beberse.
Tu piel, mi piel y una canción hermosa,
la clara melodía
que nos ocurre a veces.

Viejas lecturas

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En el Metro de Madrid, línea 4.
(Al paso). Hace unas semanas, viajando en metro camino del cine Paz para asistir al preestreno de Conociendo a Astrid, un delicado retrato de la juventud de la creadora de Pippi Calzaslargas (recomendable sin reparos), me topé en el vagón con esta nómina lectora evocada por el maestro Savater. Parece mismamente el catálogo del primitivo Círculo de Lectores, un club del libro cuya revista y novedades desde muy pequeño vi en mi casa de Talavera por mediación de alguno de mis hermanos. Nombres y títulos que no se borran. Aunque el acercamiento a estas primeras formas de “bibliomanía” no fueran garantía de arraigo del vicio de leer, hay que subrayar en lo que valen lo mucho que favorecieron las posibilidades de acceso popular al mundo de los libros en una España semianalfabeta y más bien refractaria a la letra impresa. 

Casi al mismo tiempo, o un poco después (muy a finales de los 60), vendría la explosión del libro de bolsillo, con el lanzamiento de la Biblioteca Salvat de Libros RTV (a cinco duros el ejemplar) y el Libro de Bolsillo de Alianza, entre muchas otras. Fue entonces cuando puede decirse con propiedad que la lectura pudo entrar a formar parte de los hábitos sociales, y el libro dejó su papel de objeto elitista y algo huraño para instalarse en vida cotidiana. 

Lo extraño es que, más de medio siglo después, los hábitos lectores sigan siendo algo ajeno a una parte importante y principalmente masculina de la población. Y que un porcentaje monstruosamente significativo de personas declaren que no leen un solo libro al año. Por ahí sí que nos aproximamos al fin del mundo..., al menos tal como lo hemos conocido.

El Cenizo

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 Ignacio Zuloaga: El anacoreta, 1907. Museo de Orsay, París.
Al cumplir los sesenta, se dejó crecer la barba y las ralas guedejas, vistiose de oscuro y dio en andar por esquinas y encrucijadas soltando su bíblica admonición: «¡Venga, bandarras! Estad preparados, alerta y vigilantes porque no sabéis el día ni la hora». No tardaron en llamarle El Cenizo. Ni parecía desagradarle.
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domingo, 19 de mayo de 2019

Restos del sueño

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 Josep Tapiró: La fiesta de los issawa (acuarela), h. 1885. Col. Particular, Reus.
De aquel sueño, tan nítido al despertar, pasados unos minutos sólo le quedaba una frase reconocible y, como no tardó en comprender, profética, casi redundante: «Al llegar a la ciudadela todos salieron corriendo como alma que lleva el diablo».
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sábado, 18 de mayo de 2019

Rodaje

La imagen puede contener: 2 personas, calzado
Charlton Heston y Billy Curtis durante un descanso del rodaje de El planeta de los simios (1968).
—Dime, maestro, ¿en qué consiste la felicidad?
—Básicamente, en no hacer preguntas de capullo.
—¿Y con mente compleja?
—En no dejar de responderlas.
«¡Corten! ¡Buena improvisación! —dijo el del megáfono—. Me valen los gestos y las posturas. Ya doblaremos las frases».
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viernes, 17 de mayo de 2019

La última de la Deneuve


(Visiones en voz alta). Un penetrante aroma de viejo cine, la presencia sonámbula de Catherine Deneuve, superpuesta a la de su hija Chiara Mastroianni, dos secuencias grupales que parecen un homenaje al Kubrick de Barry Lyndon y una trama no carente de interés pero muy previsible son los principales alicientes de La última locura de Claire Darling, que vi ayer en sesión de preestreno y en VO. Hay momentos dulces y no falta el tedio, incluso la oportunidad de dar una cabezadita (aunque esto sin duda hay que atribuirlo, más que nada, a las circunstancias del espectador). Se muestran juguetes fantásticos (toda una colección de autómatas) que vienen a ser como el alma de cierta memoria, tal vez de raíz (digamos) felliniana. Pero el automatismo, ay, no se acaba en los juguetes: a veces contagia a los actores, sin excluir a la otrora maravillosa protagonista. Que sigue siendo una mujer hechizante. Hay un gracioso pero también innecesariamente enmarañado juego con el tiempo y un subrayado excesivo de las conclusiones, las moralejas: obviedades. Pero se disfruta, incluido el explosivo y estridente final que ilustra a la perfección el cumplimiento del segundo principio de la termodinámica (esa vieja tendencia al desorden) y el fin insoslayable de todas las historias. Me pareció ver en la película (ya lo dije) un homenaje al cine que ya no está. Y en la posibilidad de ese agradecimiento estriba a mí entender su mayor mérito. Y todo el disfrute. Que no es poco.