lunes, 11 de marzo de 2019

Música quebrada

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Llamador de viejas sombras. En una antigua puerta de Eburia. © AJR, 2019.

No es fácil entender qué es lo que pasa.
Si retiras la mente, se vacía
el fulgor de los ojos. Sopla el viento.
El cuerpo es una concha a la deriva.

Y suena entre sus huecos una extraña
melodía sin fin: la vieja caña
del pensar, el dibujo que porfía
por ganarse el fervor del sentimiento.
Así, como si fueran las palabras
el esquema de un juego de caballos
sobre el atroz tablero de la vida,
la luz al declinar descubre aciagas
sospechas, quiebra músicas. Milagro
es que puedas contarlo todavía.

11-M, 15 años después



(Visto y oído en voz alta). 15 años ya y todavía del 11-M. Una ráfaga de tiempo y de dolor. Hemos visto cosas que no hubiéramos querido, tragedias que apenas nos parecían reales, hitos de desolación e infinita tristeza, revelaciones sin vuelta de hoja sobre un error de fondo en algunas estancias de la condición humana. O, simplemente, como decía Kurtz, el horror, el horror. El hecho bruto del terror. La música tiene, como pocas artes, la capacidad de hacer digeribles las emociones más ingobernables. A veces incluso a costa de darles una belleza algo pastosa, una sobredosis de sentimentalidad, un reclamo necesario de lágrimas que limpian. Aunque no haya modo de llorar el llanto. Ojalá nunca más.

«Visite el ambigú»

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Fachada del antiguo cine Coliseum, en Talavera de la Reina. Foto © AJR, 2019.
Como éramos jóvenes y algo descreídos, antes del fatal accidente que me costó la vida nos habíamos prometido que el primero en irse al otro barrio, si realmente había un más allá, volvería para avisar al otro. Yo decía que no y él que sí. Pues bien, no, no lo hay. No voy a darle la razón ahora. Además, no creo que soportara el susto. Y menos aquí, en el ambigú del cine Coliseum, flotando entre la ninfas del proscenio y en el intermedio de una sesión doble.
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domingo, 10 de marzo de 2019

La cúpula y la culpa

R. B. Kitaj: The Red Banquet, 1960.
© R. B. Kitaj Estate/Walker Art Gallery, National Museums Liverpool.
—Yo es que no puedo —dice uno retorciendo un mostacho bien poblado— con el sentimiento de cúpula. 
—Será de culpa —tercia el otro mientras se ajusta la tirilla del clériman.
—Sí, ese también. Pero el de cúpula es peor.
—¿Y en qué consiste?
—Que me pingo al hablar y me encampano.
—Ah, eso no tiene cura.
—Y usted que lo diga.

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sábado, 9 de marzo de 2019

Bahamontes, leyenda viva

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Monumento a Bahamontes en Toledo. Foto: AJR, 2019.

(Visiones en voz alta). El primer héroe deportivo del que te tengo memoria se llamaba (y, por fortuna, se llama) Federico Martín Bahamontes. Corrió su primer Tour de France el mismo año en que yo nací, y cinco años después, en 1959, fue el primer español que ganó la mítica carrera, de modo que en mi más temprana infancia era ya una leyenda viva y fue determinante en mi afición al ciclismo. De Bahamontes se contaban en los corrillos del barrio anécdotas increíbles: que sí se paraba en los puertos a comerse un helado, que a veces se metía por atajos de caminos de cabras o, la más insólita, que llevaba una ristra de chorizos escondida en la cámara de repuesto de la bici y por eso ganaba siempre. Lo cierto es que, si bien apenas recuerdo verlo competir (vagamente entreveo alguna portada de prensa, puede que del vespertino “El Alcázar”, celebrando algunos de sus últimos reinados de la montaña en el Tour), fue sin duda el adelantado de aquella generación de “carreristas” (San Miguel, Perurena, Julio Jiménez, Pérez Francés, Tamames, Galdós... y, sobre todo, Jose Manuel Fuente “el Tarangu”...) que culminaría en Luis Ocaña, el héroe absoluto de mi infancia deportiva. Esta entrevista que Broncano le hizo a Bahamontes en “La Resistencia” es pura delicia. Habría que organizarle cualquier día de estos un homenaje nacional al Águila de Toledo y, quién sabe, también nombrarlo, como él dice, “medianero” para lo de Cataluña, que así seguro que se enderezaba tanta torpeza.

5 x 5, en el Zoo (o en La 2)

Henri Rousseau: Le Rêve. 1910, MoMA.


S  O  P  O  R


O  C  A  S  O

P  A  R  E  D

O  S  E  R  A

R  O  D  A  R

jueves, 7 de marzo de 2019

La ciencia olvidada

Última versión de «El Ajedrecista», 1920. Museo Torres Quevedo, Madrid.
(Lecturas en voz alta). El estado de postración (y la palabra es exacta) de la ciencia española y su continuo desprecio y olvido en los presupuestos estatales son ya un tópico. Pero habrá que seguir denunciándolo. El olvido de figuras señeras en sus campos como Cajal, Torres Quevedo, Peral, Cabrera, e incluso más recientes como Ochoa o Grande Covián, además de pertinaz y obsceno, es doloroso. Y más cuando en los tiempos actuales, y merced paradójicamente a los avances que esas y otras mentes cercanas hicieron posible, no sería muy costoso remediar tan indecente situación. Si es que a alguien le preocupa. La lectura de este interesante reportaje pone de nuevo el dedo en una llaga que amenaza con convertirse —tal vez ya lo sea— en una realidad ulcerosa de imposible curación.