domingo, 14 de octubre de 2018

Angie of Stones



(Visiones y audiciones en voz alta) Siempre es un buen momento para sentir la melancolía llena de belleza de este tema inmortal de los Rolling. Cuando lo escucho, me acuerdo de un colega de la base aérea de Los Llanos, que lo cantaba con mucho sentimiento, y no escasa calidad, en ocasiones en que habíamos logrado escaquearnos en alguna estancia de la escuadrilla y teníamos por delante un par de horas libres de sudor guerrero. No sé si acierto al decir que nunca los Rolling sonaron más Beatles. Uno de esos cruces de caminos donde confluyen rumbos que van y vienen formando parte de la misma ruta.

Lo de Bansky

Cuadro, marco, trituración, exposición: «El amor está en la papelera».
(Visiones en voz alta). Lo de Banksy, con su happening ausente triturador (por así decir), dará mucho que hablar. Ya está ocurriendo. Ha sido, es, una intervención genial, una obra maestra del arte fugitivo contemporáneo, que es el que más relevancia tiene ahora mismo en todas las disciplinas. De lo “ocurrido” (ese es el término preciso), junto con el inmediato resultado de la creación de una obra de arte de “verdad práctica” (como proponía Isidore Ducasse), me parecen destacables, sobre otros, dos aspectos. El primero: el poderoso efecto del cambio del título de la obra, que de Niña con un 🎈 pasa a llamarse El amor está en la papelera (“Love is in the Bin”), rótulo excepcional que en sí mismo es una definición triple: de la nueva obra, del proceso que la ha creado, de la época en la que se enmarca y que la hace posible. 

La otra cuestión reseñable, no sé si conscientemente buscada, es la creación de una nueva imagen clásica que acabará adquiriendo valor de icono de época: es la foto fija del momento en que la obra, sujetada por dos empleadas de la casa de subastas con armónico aires de ujieres o valets de palacio, es colocada de modo que permita evocar y enmarcar la "ocasión" en que se desprendía del marco y pasaba por la trituradora, que lejos de destruirla la convirtió en otra cosa, otro objeto, otro símbolo, otro sueño: un instante estelar de rara perfección clásica y con una capacidad de sugerencia artística que hacía tiempo que no se veía en el mundo mediático de las bellas artes. 

Y un tercer apunte: a Banksy hay que agradecerle que haya enterrado definitivamente el urinario de Duchamp como símbolo de vanguardia sustituyéndolo por una acción poética cuya belleza es, ahora sí, de verdad deslumbrante.

Posdata. Según ha explicado el artista en un vídeo posterior, el plan de destrucción en directo de la obra no salió según lo previsto: el mecanismo de trituración camuflado en el interior del marco no funcionó correctamente y no se produjo la destrucción completa de la obra, que era lo buscado. Creámosle o no («yo sí te creo»), lo cierto es no cambia nada que el azar haya intervenido en el suceso y las circunstancias se haya confabulado en una determinada dirección. Incluso puede que refuerce su significación, haciéndola menos dependiente de la voluntad del artista y más de las fuerzas imparables de los hechos: una vez ocurrido lo ocurrido sólo nos queda ver qué se nos ocurre hacer con ello.

Onirismos

La imagen puede contener: 4 personas, interior
Eduardo Zamacois y Zabala: El favor del rey, 1865-1867.
Col. Frankel Family Trust, Dallas (EE UU).

Soñé que en Ciudad Desconocida me encontraba con Evil Vivo, amable y reconcentrado, como suele, y en compañía de nuestra amiga común Ailama. Pero hubo disputa con otros amigos y compadres de los alrededores en torno a si se trataba del auténtico Evil Vivo en persona, o era tan sólo un súcubo. Aún nos discutimos.
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sábado, 13 de octubre de 2018

Suposiciones

La imagen puede contener: una persona, de pie
Piero della Francesca: Flagellazione di Cristo, h. 1444-1469. Palacio Ducal de Urbino, Italia.
«Si le contara por qué estoy aquí, no me iban a creer —dijo mirando a sus verdugos, que permanecían sentados en el patio de butacas de sus casas. Y, tras tragar saliva, continuó:— Espero que al menos ustedes sepan por qué están».
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La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie e interior

viernes, 12 de octubre de 2018

El color de las cosas

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Ponerle un nombre al color de las cosas no siempre es fácil.
Porque aunque las cosas tengan un color 
y coincidamos en nombrar eso que vemos,
la mayoría de las que nos importan
y están en medio de nuestras vidas
como reyes maduros y triunfantes
o como seres muy menesterosos siempre a punto de pedir limosna
no tiene(n) un color al que podamos darle un nombre.
¿De qué color es, por ejemplo, el sentimiento de impaciencia?
¿De qué color el cansancio espantoso, la obcecación, el rescoldo de alegría,
la ira en conserva, el puro mamoneo,
la implacable y leprosa burocracia,
la nostalgia infinita, el desdén, la risa floja
o los inmisericordes latrocinios que asedian cada día el reducto invencible de nuestros corazones?
¿Y cuál es el color de la hipocresía,de la histeria, la hipérbole, lo híspido... 
y tantas haches mudas
—esas “hachas rupestres” (gracias, Gabo)—
o el de los episodios memorables de la vida que no hemos vivido,
el color de lo que aún no existe pero no puede dejar de existir,
el color con el que nos pensamos el cerebro,
el de la mirada que nos fija en un punto del mundo
o el de la noche que se nos escapa?
No sabemos el nombre del color
y, sin embargo, nos ciega a cada instante
la luz intermitente de las cosas
y el miedo cierto a que no sea posible
despertar.
(No sé si este ¿poema? acaba aquí:
está escrito en mi bloc con tinta verde
y el verde es, por defecto,
el más rancio color de la esperanza).
(De La noche sin excusa, inédito)

La senda tenebrosa

La imagen puede contener: una o varias personas, exterior y naturaleza
Pieter Brueghel el Viejo: La parábola de los ciegos, 1568. Museo de Capodimonte, Nápoles.
Lo del algoritmo pasó a palabras mayores cuando en la publicidad personalizada comenzaron a aparecer productos que utilizaban como reclamo imágenes que ellos sólo habían visto en sueños, en fosfenos intermitentes, en el vuelo fugaz de un deseo apenas formulado.
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jueves, 11 de octubre de 2018

La Rosenvinge



(Oído en voz alta). Cómo me ha alegrado la concesión del Premio Nacional de la Música dizque Moderna a Christina Rosenvinge (algún día el corrector aprenderá a escribir su nombre de un tirón, sin dudas consonánticas). Que levanten la mano aquellos de mi generación, y aun mediada la siguiente, ya sean heteros, homos o persiles, que no hayan andado enamorados de una artista que es lo más parecido que tenemos por estas latitudes a una princesa princesa, de verdad, dulce y brutal y, sobre todo, lista como una raposa y ágil y delicada como un lince. Un disfrute completo: su voz, su arte, su inteligencia y su toda figura. Noraboa.