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Fragmento de la «Danza de los genios de las estaciones»,
mosaico en la Domus de las alfombras de piedra, de Rávena.
Foto AJR, 2018 |
Si en el espejo está quien yo no era
y es bien cierto que soy el del espejo,
todo está claro: el tiempo es un pendejo,
malandrín y truhán, la gran quimera.
Y una hoguera también: lo quema todo,
trituradora infame de osamentas,
su máquina infernal. Ni te das cuenta,
y ya se ha transformado el río en lodo.
Pero acaso lo único que ignora
el tiempo, dentro de su gruta de ogro,
es la trampa mortal que lo fulmina.
En un solo segundo de la aurora
que pones en mi vida brilla el logro
de lo que ya no es tiempo. Ni termina.