(Al paso, 🗑📖24). Recién rescatada de la parte superior de una papelera pública, me asomo a las páginas de esta novela de Arno Schmidt, que, según veo, fue un trabajo de traducción minucioso y paciente de Fernando Aramburu, allá por los primeros años del siglo que se nos precipita imparable. Mientras busco el modo de sacar tiempo para su lectura, no dejo de preguntarme qué sorpresa no me tendrá reservada esta novela para de modo tan directo haber venido en mi busca: «Cristalinoamarilla reposaba la luna agrietada...»
(Visiones en voz alta, 🐜🐜🐜36). Casi se me había olvidado el problema catalán, esa obsesión. Aunque sigue estando ahí y nunca ha dejado de estarlo, las horas de la pantomima unilateral fueron tan intensas que lo sobrevenido después por fuerza tenía que tener una extensión catártica. Y como además coincidió con la habitual molicie estresante de la Navidulia y los fastos del cambio de calendario, todo ha ganado en fantasmagoría e irrelevancia, dimensiones por otro lado que acrecientan su poderío a medida que uno va cumpliendo años y logra asumir que hacia ese estadio galopan sin cesar nuestras neuronas. Pero me parece que la pausa toca a su fin. Para prepararnos frente al nuevo arreón emocional que se avecina, nada mejor que dar pábulo —signifique lo que signifique pábulo y sin excluir ninguno de sus sentidos— a este discurso del bufón Boadella que, junto con esta delicada pieza publicitaria, supone la irrupción oficial, oficiosa, transitiva y perifrástica de la idea más potable que ha segregado el "procés" en todo su ya largo y accidentado recorrido. Es más: creo que desde el memorable invento y hallazgo del «trobar clus», en la tierra d'Oc, y el caganer, en la Payesía, no se había producido, en los territorios de la Marca Hispánica y periferias, tan aquilatada lectura de la realidad. Ciudadanos de Tabarnia, ánimo y a por todas. Mientras mantengáis vivo el sentido del humor, el seny y su reverso, tened por seguro que no estaréis solos. Ni tranquilos.
Vasili Kandinsky: Cielo azul, 1940. Centro Pompidou, París.
«Quizás esté llegando la hora —pensó— de tirarlo todo por la borda». Y tras darse una pausa: «Sólo falta saber dónde está el barco...». No había acabado de formarse la imagen en su cabeza cuando vio venir la otra: «Y el reloj».