Desde que vi en una parada del
bus 9 el impactante cartel anunciador de
Déjame salir (Get out), me entraron ganas de ver la película. Y eso que no soy muy aficionado al género de terror hacia el que claramente se dirigen la imagen y el diseño elegidos para promocionar este filme, el primero de su director, el actor y comediante televisivo
Jordan Peele, del que hasta ahora lo desconocía todo. Sin dejar de valorar la posibilidad de caer en esa trampa política tan habitual que consiste en darse la razón a uno mismo para no sentirse defraudado, debo afirmar que mi intuición no falló:
Déjame salir —traducción inexacta e inapropiada del título:
Márchate, o incluso un expresivo
¡Fuera! serían preferibles tanto desde el punto de vista lingüístico como para resumir el argumento— es
una buena película, con una historia potente y creíble, excelentes interpretaciones y la que tal vez sea su principal virtud: una narración concebida y realizada de modo tan eficaz, que te mantiene pegado a la butaca desde la primera mirada que se cruzan sus protagonistas, una pareja de novios,
negro él, blanca ella, al emprender un viaje hacia la casa familiar de la chica para que sus padres conozcan a la persona con la que está compartiendo su vida.
Desde el primer momento —en concreto, desde la primera vez que un policía blanco aparece en escena— se advierte que el asunto del
racismo va a ser el tema central de la película, pero está abordado de una forma que resulta, además de sorprendente, muy ilustrativa de los tiempos que se viven en la América de Trump (también en la de Obama). Asimismo, se evidencia hasta qué punto ciertas actitudes que la corrección política parece haber barrido del mapa de hecho están enquistadas en importantes estratos sociales dando cobijo, y en su manifestación más odiosa, al
viejo problema del color de la piel y a las más virulentas reacciones que a él pueden asociarse. No me es posible ser más preciso sin peligro de destripar un argumento cuya eficacia descansa en
varias sorpresas y, sobre todo, en un
giro de la historia ideado y ejecutado con mano maestra.
Otro de los aspectos que hacen de
Get out una película muy recomendable es el excelente manejo de las
situaciones cómicas, es especial a través de un personaje, amigo del protagonista, que, además de resultar decisivo en el desenlace, es el que va ofreciendo, a lo largo del
viaje al infierno en que se convierte lo que iba a ser un apacible fin de semana familiar, un eficaz contrapunto narrativo, algo así como un principio de realidad que aquilata y da más credibilidad al clima un tanto onírico en que transcurre la historia.
En resumen,
Get out es un muy meritorio primer trabajo, concebido dentro de las pautas del
cine de género, pero mezclando con enorme habilidad ciertas
dosis de terror y una permanente
intriga —su principal virtud— con eficaces
toques de comedia. Todo ello al servicio de una historia convincente y en el fondo original, aunque deudora de algunas referencias cinematográficas, desde
Adivina quién viene esta noche hasta
La semilla del diablo, sin olvidar cierta atmósfera a lo
Eyes Wide Shut —expresamente mencionada— o algún guiño que me pareció ver al clima humano tan opresivo de
Deliverance. Si se suman los excelentes trabajos interpretativos de todo el elenco, ni que decir tiene que estamos ante una opción muy recomendable para
quedarse dentro de una sala fresquita durante las casi dos horas que dura el largometraje.