miércoles, 11 de diciembre de 2013

Metáforas de arena

Dunas de Calblanque. © Sagrario Pinto, 2008.

Siempre empiezo a escribir en el desierto.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.

El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.

Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.

Siempre dejan un rastro las palabras
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.

El desierto es así. Y no tiene límites.



Rescatado de los arcones de la Posada
(Primera publicación: 3 julio 2009; 12:37)

sábado, 7 de diciembre de 2013

Sin parangón

Nelson Mandela en 2008, al cumplir 90 años. Foto EFE.

El padre JR, al que familiarmente llamábamos «Zaqueo», era un gran amante de los ránkings, las listas, las enumeraciones que pusieran en orden el mundo. Recuerdo que aquel año (tal vez en el curso escolar 68-69, puede que uno antes, tal vez uno después) lanzó una encuesta entre los alumnos del colegio-seminario de San Agustín de Salamanca para elegir, por rigurosa votación individual, a los personajes más importantes de la historia. Había al menos ocho o nueve categorías: se trataba de seleccionar y ordenar los diez nombres más destacados e influyentes en campos tales como la religión (el primero), ciencia, literatura, arte, música, deportes, cine... y alguno más. Y, como resumen de la encuesta, pero de forma independiente, había que designar un top ten (como diríamos ahora) de los diez nombres verdaderamente imprescindibles de la historia universal en todos los terrenos; o sea, algo así como el «no va más» de la excelencia (aunque esta palabra entonces tampoco la utilizábamos).

Me gustaría recuperar, por curiosidad más que nada, aquellas elecciones, que tal vez llegaron a publicarse (al menos un resumen) en Elegidos, la revista del colegio, cuyo principal impulsor era también el padre JR (en ella vi por primera vez mi nombre en letra impresa, debajo de uno de los primeros poemas que escribí, o tal vez de una prosa poética en torno a la figura de fray Luis de León, al que por ser agustino, y más en Salamanca, considerábamos casi como alguien de la familia... y en cierto modo lo era). De aquellas listas sólo recuerdo que la de los "diez principales" la encabezaba, claro, Jesucristo, y que en ella seguramente figuraban San Agustín (por supuesto) y Cervantes y Shakespeare, supongo que también Aristóteles y Platón (la filosofía nos infundía gran respeto),  y puede que con algunas posibilidades para Buda o Confucio (el ecumenismo estaba en boga), muy probablemente algún papa (Juan XXIII era muy admirado), pongamos que algún rey, dudo que algún político (ni siquiera John Kennedy, entonces aún envuelto por completo en la mitificación de su magnicidio) y por ahí...

Viene todo esto a cuento de la muerte de Nelson Mandela y ese consenso universal que parece existir alrededor de su figura, tan extendido que nos lleva a pensar que no tiene precedentes, al menos en la historia de las últimas décadas. Aunque a veces se olvida, al hacer estas comparaciones, cómo han cambiado las cosas en poco tiempo: hace tan sólo unos pocos años las posibles sintonías no tenían a su alcance medios tan poderosos para fraguarse y manifestarse como las actuales redes sociales y las alambradas inalámbricas de la telefonía móvil. Con todo, llama la atención el duelo universal por la muerte de un hombre. Se ha dicho que sólo Gandhi puede comparársele, ya que sobre otras grandes personalidades, como los ya citados Kennedy o Juan XXIII, cuyas muertes también causaron una gran conmoción, las opiniones estaban más divididas, o incluso del todo polarizadas por esa raya que, a poco que te descuides, divide el mundo en dos partes del todo irreconciliables, sin duda como manifestación de la vieja lucha entre el bien y el mal y las diferentes perspectivas desde las que esa ancestral reyerta suele ser enfocada.

Nelson Mandela, con su gigantesco ejemplo de combate a favor de los derechos humanos y por su condición de baluarte de una raza cuya defensa, desde los bordes mismos de la esclavitud (no se olvide), ponía en juego la dignidad de la humanidad como especie capaz de luchar por ideales universales, es probablemente la personalidad más significada de nuestro tiempo. Alguien que añadió a la lucha también sostenida, y de forma heroica, por líderes como el propio Gandhi o Martin Luther King un especial sentido práctico que le permitió vencer en su empeño y dejar un ejemplo de enorme valor: todo un patrimonio moral (y legal) para la humanidad que, si no es del todo seguro que no tenga posible vuelta atrás, sí sabemos que, por ejemplos como el suyo, tendrá un papel clave para seguir luchando por un mundo más justo. Con la plenitud de sus 95 años y con esa imagen de hombre alegre y luchador que nos ha acompañado durante tanto tiempo, no es extraño que toda el mundo sensible sienta que ha desaparecido alguien sin parangón, un ser humano al que podemos poner al frente de cualquier ránking que trate de ordenar las prioridades de lo que de verdad importa.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mr Eliot


Y ahí está, mirándonos, tal vez sin vernos, pero dándose cuenta de que estamos ahí, aquí, en el hipotético lugar donde confluyen tiempos y energías, sueños y sombras, el rastro otro de la luz. Es curioso ─seguro que también a vosotros os pasa algo parecido─ pero esa mirada nos recuerda a alguien: otras veces nos han mirado así y hemos sentido el mismo cálido asombro de sabernos reconocidos. Claro que aquella (la que yo recuerdo, tal vez también la vuestra) era una mirada amiga, se escapaba un hilo de ternura debajo de sus párpados y había en ella una cercanía de la que no era posible dudar. Aquí se impone, acaso como velo o máscara que no puede evitarse, el saber que miramos a alguien que vio las cosas con una luz que no está al alcance de todos. Quizás está viendo algo a nuestra espalda, lo ve llegar de lejos, no se sabe si es una amenaza o simplemente una consecuencia de nuestros actos. No estamos al margen de nada, ni las orillas de la vida y la muerte tienen los perfiles tan claros como para que el pensamiento y el instinto despierto de los sentidos no sean capaces de moverse con soltura entre una y otra. Es fácil sentir, mirando a Mr Eliot, en esta imagen tan noble y elegante, incluso con tanta inteligencia en la postura, que alguna forma de inmortalidad está al alcance de nuestra condición humana (oigo en la radio, en noticia que tildan de "urgente", que se ha logrado extraer en Atapuerca el adn humano más antiguo del mundo: 400.000 años...). Y que podemos recrearnos, sin temor, con gozo, en la sabiduría trémula que destilan esos ojos finalmente tan vivos.

Retrato de T. S. Eliot © Getty Images. Tomado de aquí.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Altaïr vuela sobre la Red


Mi amigo Pep Bernadas, con el que he compartido algún desayuno memorable, me comunica la próxima apertura del nuevo portal de Altaïr, www.altair.esun nombre fundamental en el terreno de las publicaciones viajeras y del que Pep ha venido siendo el principal impulsor y editor, tarea que ahora comparte con Albert Padrol. 

Bajo su ya clásico lema, «Para ir más lejos», la revista, caracterizada por el rigor, interés y actualidad de sus espléndidos números monográficos («cuadernos de viaje» es un nombre apropiado), salta ahora de forma ambiciosa a Internet y a las redes sociales para seguir ofreciendo los contenidos de calidad habituales, pero explotando las posibilidades tecnológicas vigentes.

He aquí los párrafos más significativos de la carta de presentación del nuevo portal, cuya puesta a punto definitiva está prevista para la próxima primavera:
En la nueva revista digital que estamos construyendo, manteniendo el rigor de siempre, utilizaremos la imagen con pasión, riesgo y osadía e incorporaremos reportajes audiovisuales. Trabajaremos las historias viajeras con una apuesta decidida por tejer, en muchos países del mundo, una nueva red de colaboradores autóctonos que nos transmitan puntos de vista particulares sobre sus realidades.
El nuevo Altaïr estará abierto a todos desde la red y nace con el objetivo de vertebrar esa trama de reciprocidades y avanzar en la construcción de una comunidad Altaïr que complete el alcance de nuestro proyecto.
La Librería Altaïr cobra también una nueva dimensión en esta nueva etapa. Incrementaremos nuestra programación cultural que realiza el Fórum Altaïr y la abriremos a la participación global y online. Videoconferencias y debates con escritores, periodistas de otros países, talleres de formación y una nueva programación cultural para un lugar de encuentro entre viajeros.
Posdata de 12/12/13: Más datos y precisiones, tanto sobre la nueva Altaïr como sobre el sentido del viaje en nuestros días, pueden leerse en esta interesante entrevista.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Daimon



Bajo la luz sucesiva 
de los cuerpos siderales 
brillan bellos animales 
de una especie pensativa.
Mis ojos tienen cautiva 
en su pozo de tristeza 
la imagen de la belleza 
que ha de durar mientras viva.
Yo soy el arrebatado 
por el vuelo a ras de cielo 
del demonio que en mí canta.
Del bosque petrificado 
de esa canción brota el hielo 
que refresca mi garganta.

Imagen: «A ras de cielo». Escultura en una calle de Belfast.
Foto © AJR, 2009


Rescatado de los arcones de la Posada
(Primera publicación: 18 octubre 2009)

viernes, 29 de noviembre de 2013

Eco de Doce



Tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan.
En el sueño escribía al compás de una campana 
que escuché en mi infancia. Eran tiempos en los que todo estaba tan vivo que nada turbaba la sorpresa continua del instante.
Aunque sabemos que nunca existió una hora así.
Pero vivimos de ese eco. De su infinita resonancia.
Y de unas pocas palabras que alguien dijo
«cuando el mundo se convirtió en el mundo».



Para Jordi Doce, de un lector agradecido.


[AJR, 3:9; Palíndromos ilustrados, XXXI]

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Palabras para La luz se calla

El poeta Pedro Tenorio durante una lectura. Foto tomada de aquí.

La presentación, en la Biblioteca "José Hierro" de Talavera, de La luz se calla, el nuevo libro de poemas de Pedro Tenorio, fue un acto emotivo y alegre. Dory Manzano, la directora del centro, creó con sus palabras de acogida un clima propicio que el editor de la obra, Santiago López Navia, alma máter de Ediciones de la Discreta, aprovechó para presentar brevemente los objetivos de su proyecto editorial (ya con un extenso catálogo), antes de subrayar la importancia poética del libro de Pedro, publicado en la «Colección Bastardilla»: «Es uno de los más importantes y estremecedores poemarios aparecidos en los últimos años», vino a decir.  En mi intervención leí un texto, del que abajo ofrezco un amplio resumen. Después, el poeta leyó una selección de poemas del libro y, como colofón, Luis Martín Gil, del grupo de rock talabricense Lobos Negros, interpretó una canción basada en textos de la obra. Con el aforo del salón ampliamente sobrepasado, el acto fue una muy agradable reunión en torno a las palabras de un libro que logra transformar en un canto de gran belleza y lucidez una experiencia dolorosa.

He aquí su primer poema.

PLANTO
  
Por sus aguas corrientes los cristales más turbios
te han conducido, amor, hasta el Atlántico.
Ni emergiéndote pude rescatarte,
ni pude detener tanto caudal
a brazadas exhaustas,
ni abrazado a tu muerte, pelo a pelo,
pude alcanzar a las estrellas blancas.

Si saltando hacia ti tras las luciérnagas
acuáticas, rotundas,
fuera a vivir contigo
la hermosa latitud que ocupas descompuesto,
la encarnada bondad con que lo invades todo,
si sintiera tu pálpito y no el mío,
me habría ido a tu lado
a acariciarte siempre.

Pero es un gesto inútil:
viviendo te recuerdo y te revivo,
y te maldigo ausente y me resigno,
porque es un gesto injusto
el tajo de tu vida.

Por sus aguas corrientes los cristales más turbios
te han conducido, hijo, hasta la muerte.
Ola a ola. Y tajamareando
puente a puente
los paisajes del río y sus riberas,
no podrás ser, amor, sino mi muerto,
sino mi ocaso y noche,
sino mi ausencia
y boca a boca desbocada de la luz.

Porque es verdad que alumbras
fundido en las estrellas,
en las corrientes aguas puras…

© Pedro Tenorio




 Extracto de la presentación

«Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio», escribió José Ángel Valente, en una expresión que lo vincula con la poética de Octavio Paz. Si ese poema (ese libro) se llama La luz se calla, puede que la oportunidad de traer a cuento esa cita sea aún mayor.

Dicho esto, quiero manifestar antes que nada mi alegría por estar aquí acompañando a Pedro en este acto que sé que para él tanto significa. Y también el honor que supone actuar, en cierto modo, como innecesario embajador de La luz se calla, un libro de poemas a cuyo proceso de creación, al menos en su fase final (pues tengo la impresión de que este es un libro de muy largo recorrido), he tenido la suerte de poder asistir.

Todavía deben de andar por algún disco duro malherido, o en alguna de esas memorias portátiles tan útiles que son los pendrive, la breve pero intensa correspondencia que mantuvimos sobre la obra, en diversos momentos: siempre con el asombro como respuesta por mi parte. Supongo que de algo que en alguno de esos correos electrónicos le comenté nacería la ocurrencia de Pedro de pedirme que le escribiera el prólogo, tarea tan arriesgada como comprometida, pero que llevé a cabo con la mayor aplicación que pude.

Lo que pudiera decir sobre el libro ya lo he contado en ese prólogo, y ahí está a disposición de quien tenga curiosidad. Aunque, como digo también en él, lo mejor será que el lector vaya directamente a la obra, sin intermediarios ni entretenimientos. [...] Entre las muchas definiciones que se pueden dar de la poesía, desde hace ya algún tiempo he hecho mía la que afirma que «poesía es lo que no puede decirse de otra forma», de ahí su carácter insustituible, y la inutilidad de pretender verter lo que un poema dice en otro recipiente que no sea él mismo. Pero por fortuna o porque no hay más remedio que hablar, sí cabe el comentario, la glosa, el merodeo por los alrededores. Y a eso es a lo que ahora me aplicaré, muy brevemente.