Dunas de Calblanque. © Sagrario Pinto, 2008. |
Siempre empiezo a escribir en el desierto.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.
El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.
Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.
Siempre dejan un rastro –las palabras–
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.
El desierto es así. Y no tiene límites.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.
El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.
Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.
Siempre dejan un rastro –las palabras–
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.
El desierto es así. Y no tiene límites.
Rescatado de los arcones de la Posada
(Primera publicación: 3 julio 2009; 12:37)
3 comentarios:
Arrepiadiña me deixaches...
Nada sería sin las palabras. Quizás sí, que "al principio fue el verbo".
Divino poema Alfredo.
Desarrepíate, irmá, que xa é de día...
Qué placer escuchar estas "divinas" (éstas sí) viejas palabras de la tribu, Cristal. Graciñas.
He disfrutado mucho leyéndote, Alfredo. Un abrazo, J12
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