El escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Foto tomada de aquí. |
Estaba uno a la espera de la llegada a las librerías de la última novela de Hidalgo Bayal (alguien lo llamó una vez «el Nabokov extremeño»: qué más quisiera el ruso-americano), cuando en el blog de su amigo y sin embargo fiel lector, el poeta Álvaro Valverde, leo este largo y bien detallado elogio, del que, nada más disfrutarlo, ya está uno a punto de comenzar a arrepentirse (de leerlo), porque nos va a privar del placer de descubrir, en primera persona (uno o yo, tanto monta) y dulcemente noqueado, algunas de las perlas escondidas en la prosa consciente y viva, con tantas palabras en estado de gracia, de un novelista único, no diré ni mejor ni peor que otros porque no hay nada más odioso que poner en orden la nómina de los dioses tutelares, pero sobre todo im-pres-cin-di-ble. Tanto que no tengo más remedio que dejar aquí estas líneas para bajar hasta la calle del Cardenal Silíceo de este barrio madrileño de La Prospe, que el escritor frecuenta (quién sabe si al encuentro del gran maestro y amigo), a ver si ha llegado ya a los estantes de El Buscón la buena nueva. La sed de sal es insaciable. En otro sentido, puramente lúdico, ya dejamos constancia reversible aquí de ello. Pero bien me sé yo (la más visible máscara de uno) dónde mana la fuente que, si no la sacia, la alimenta hasta hacerla infinita. Y, finalmente, la calma avivándola. Así que ya callo. Y corro.