... Y hay días, como el de hoy, en los que al despertar estamos deshabitados de sueños, en medio de la mañana y de la nada, desasidos de toda realidad, cuerpos a la deriva sin apenas conciencia de sí mismos, fantasmas que no saben que lo son, larvas de una forma de vida aún no previsible, seres de gestos vacantes, un puñado de nervios y de sentidos que se aproxima al mundo como el que sucumbe bajo una invasión, templos clausurados donde al empezar a reflejarse la luz se descubren rincones inverosímiles, paisajes de los que poco a poco se va retirando la niebla, voces que nos llegan desde el otro lado del río y a las que no tardamos en poner rostro y gestos, zumbidos de insectos en la canícula de la charca, fotogramas en blanco de una película cuyas imágenes hace tiempo que concluyeron y que sin embargo siguen proyectando sobre el lienzo el marco dentado transparente de un movimiento inacabable. No es fácil encontrar, en el vacío de la hora primera, la imagen capaz de incorporar el mundo. Con el hojeo, sobre el álbum interior, para ir probando o indagando cuál podría servirnos, se pone en marcha una curiosa forma de evocación siempre gobernada por la mayor o menor riqueza del material disponible, también por la cualidad y las características de los barros, tornos, moldes y aguas, sin olvidar el peso del paisaje dominante y el vuelo de las horas, todas esas contingencias y necesidades que han ido construyendo una sensibilidad. Es indudable que de la conexión con esa materia boscosa (iba a escribir "viscosa", pero la corrección hace ganar mucho a la frase) surge la capacidad expresiva: el arsenal de imágenes se nos antoja vastísimo e incluso creemos que siempre estaremos en disposición de traer al mundo nuevas criaturas de la imaginación. Pero también somos conscientes, y cómo, de que esa capacidad está limitado por nuestras rémoras (curiosa palabra que merece la pena repescar en el diccionario). La pregunta queda en el aire: en el ser humano, ¿la capacidad de soñar es infinita? Cuando hayamos descubierto las leyes últimas del universo es probable que aún estemos empezando a destapar el brocal de las profundidades de nuestra mente. Pensar que los grandes secretos están dentro y no fuera produce vértigo. Y más aún la sospecha de que "dentro" y "fuera" sólo son dos estancias distinguibles en el campo de las teorizaciones, pero que en realidad no hay tal sino una superficie plana, devoradora, refulgente: un desierto infinito en el que lo que llamamos "realidad" es solo un espejismo, la proyección física de nuestros deseos de ser y el poderoso reflejo de nuestras ansias frente a la puerta cerrada de la muerte. Nihilismos solipsistas de este tipo y lucubraciones así de peregrinas (pero en el fondo inmóviles) son lo que pone en marcha un despertar sin sueños que llevarse a los ojos, al corazón, a la pluma. Ejercicios gimnásticos de escritura. Meros gestos acaso de supervivencia.
(Tiempo contado. Apunte del 3 noviembre 2011, jueves, 12:05)
Imagen
Robert Motherwell: En la cueva de Platón, I, 1972. Museo de Arte de Filadelfia.