Dado que corren tiempos en los que ya «no se respeta ni la ley de la selva», parecía que nunca le iban a conceder el premio Cervantes a Nicanor Parra, el gran poeta y antipoeta grande, además de chileno, que el pasado 5 de septiembre cumplió 97 años. Su obra es un punto y aparte en la lengua española, incluso en una ancha franja de la poesía contemporánea heredera de las vanguardias que en ella, en la obra de Parra, culmina y se renueva.
Parra concibe siempre el poema en pecado original y lo engendra como un artefacto que ha de llegar al mundo lleno de sentido práctico, cumpliendo a rajatabla aquella máxima de Ducasse de que «un poeta debe de ser más útil que cualquier ciudadano de su tribu». Y un artefacto lleno, también, de sentido del humor, ese instinto que don Nicanor ha sabido explotar en casi todas las direcciones posibles y que hace que sea improbable poder leer sus poemas sin partirse, en uno u otro momento, la caja... de Pandora, para que después salgan de ella (caja o poesía) todos los humores a vagar por el mundo.
Repasando el primer tomo de sus Obras completas & algo + (este último signo es una cruz de esquela mortuoria), editado por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, en 2006, me reencuentro con este juicio de Harold Bloom:
¿Cómo no iba yo a venerar los mejores poemas de Parra? Es un héroe de la ocultación, en sí mismo un Mapa de Malas Lecturas. [...] Es a la vez un auténtico innovador y un monumento cómplice a la Ansiedad de la Influencia. Como critico literario gnóstico, judío y norteamericano, no estoy muy convencido de entender del todo a Nicanor Parra. Pero creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo. [...] Hay algunos poetas vivos maravillosos en Estados Unidos, entre los cuales destaca John Ashbery. Pero no tenemos a ninguno tan persuasivamente irreverente como Parra.Y concluye Bloom:
Debe reconocerse como un mérito de Parra el haber contribuido a preservar la imagen de lo humano en estos malos tiempos en que la Izquierda y la Derecha han sacrificado juntas la libertad de la imaginación en aras de sus ideologías antagónicas. Parra nos devuelve una individualidad preocupada por sí misma y por los demás, en lugar de un individualismo tan indiferente a los demás como a sí mismo.Hubo un tiempo, a mediados de los setenta del otro siglo, en que entretenía mis horas componiendo un libro, finalmente frustrado, del que solo conservo el título, un poco empalagoso o alejandrino: Artefactos sonoros para medir la noche. Entonces aún no conocía la obra de Parra o, por mejor decir, la ignoraba por completo. Años después, a principios de la siguiente década, leyendo para editar, completar e ilustrar lo mejor posible un librito que firmó Joaquín Marco (La nueva voz de un continente), descubrí con sorpresa el peso que en la obra del poeta chileno tienen los artefactos, poemas objetuales que se despliegan en muchas direcciones, desde la poesía visual hasta el collage o el aforismo, el chiste e incluso la dramatización. Suelo volver a ellos de cuando en cuando porque me parece que agrupan algunas de las más felices ocurrencias sucedidas en el vasto campo de las palabras y sus fuegos infinitos. Y porque, además, me barrunto que son el meollo de la mirada poética del autor, aunque esto último tendría que meditarlo más.
Permítanme, como traca final y para dar buena cuenta del principio, que les presente a Nuestro Señor...
Fotografía de Nicanor Parra, de autor desconocido, tomada de aquí.