De igual modo que las envolventes notas del
Himno a la alegría van abriéndose paso en el cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven, hasta lograr imponer la melodía y el mensaje rotundo de la canción, el movimiento del 15-M, también llamado de los indignados pero no carente de buen humor y gusto, sigue conquistando con sus gestos y acciones un significado cada vez más claro en el borrascoso panorama político y social.
Uno de los momentos más emotivos de la manifestación de hoy en la plaza de Neptuno de Madrid ha sido, precisamente, la interpretación por parte de una orquesta formada a lo largo de las últimas semanas en el seno del 15-M de la célebre composición de Beethoven, himno de esa Unión Europea que parece tambalearse y símbolo de valores como la fraternidad y solidaridad, hoy en ella puestos en entredicho.
He podido vivir ese instante, intenso, emotivo, revelador, al pie mismo del lugar acotado donde la orquesta, integrada por un centenar de músicos, y un coro de unas pocas decenas de voces han logrado desplegar sus atriles y partituras para llevar a cabo una interpretación llena de fuerza y entusiasmo, ante el respetuoso silencio de los miles de reunidos y bajo el implacable sol de junio (eran exactamente las 15:15).
Al concluir, los músicos han alzado sus instrumentos y pentagramas al cielo, los reunidos hemos levantado nuestras manos, y todos nos hemos unido durante un buen rato en un clamor que ha llenado la plaza: «¡Estas son nuestras armas!»
Un clamor que sin duda ha tenido que resonar entre las paredes del cercano Congreso de los Diputados. Donde (hoy estaba vacío, pero mañana no) sería deseable, también exigible, que de una vez alguien se diera por aludido.
Por cierto, el camino al Congreso estaba adecuadamente protegido por una triple barrera de vallas de seguridad, tras la que se alineaba una numerosa dotación de vehículos de la policía nacional. Pero, varios metros por delante de ellos y cruzando de lado a lado la entrada de la Carrera de San Jerónimo, un gran letrero compuesto por letras muy coloristas, cada una dibujada sobre una pancarta independiente, dejaba flotando en el aire una sola palabra: «R E S P E T O».