Una de las escenas clave de El fantasma y la señora Muir (1947), la bellísima película de Joseph Mankiewicz, es el monólogo con el que el capitán Daniel Cregg (o mejor dicho, su fantasma, interpretado por Rex Harrison), que habita en la casa que le perteneció en vida, se despide en sueños de la nueva dueña de la mansión, la viuda Lucy Muir (Gene Tierney), de la que, tras unos primeros encuentros irritantes, ha acabado enamorándose, al igual que ella de él. Las tan emotivas como lúcidas palabras del capitán ponen de relieve la imposibilidad de un amor tan descarnado, aunque ello no le impida imaginar con enfático sentimiento lo que podrían haber vivido juntos.
La escena, al igual que la película toda, ha sido analizada con gran acierto y minuciosidad por Javier Marías, el gran valedor en el ámbito hispánico de esta obra, a la que que considera «[la película] que ha llegado más lejos -junto con Los muertos de John Huston- en algo a lo que ni el cine ni la literatura se han atrevido a menudo: la abolición del tiempo, la visión del futuro como pasado y del pasado como futuro, la reconciliación con los muertos y el deseo sereno e íntimo de ser uno de ellos».
Así describe Marías la escena en un artículo memorable, publicado inicialmente en el libro Écrire le cinéma (1995) y recogido después también en los volúmenes recopilatorios Vida del fantasma (2001) y Donde todo ha sucedido. Al salir del cine (2005) (cito por este último):
« ... Lucy duerme y el capitán entra por el balcón como otras veces, le habla, le reprocha primero que no sea tan sabia y sensata como el creía, pero en seguida añade: "No te inquietes no es culpa tuya, has elegido la vida, lo único que podías elegir". Luego le da en su sueño instrucciones para que se olvide de él, para que "mañana y en los años siguientes" lo recuerde solo como un sueño, un estado de ánimo, una atmósfera que la invadió y llegó a hacerle escribir un libro, lo escribió ella sola. El capitán le entrega no sólo los derechos que ya le dio para su causa común de conservar la casa, sino también su propia historia, la historia de su vida que a partir de ahora ella tiene que haber inventado. El momento es de gran importancia, porque el fantasma se hace ahí doble fantasma, o mejor dicho, pasa de ser un fantasma "real" a convertirse en el objeto de un sueño y en un personaje de ficción, una mera creación de Lucy.»
Y un poco más adelante Marías escribe:
« ... Lucy duerme y el capitán entra por el balcón como otras veces, le habla, le reprocha primero que no sea tan sabia y sensata como el creía, pero en seguida añade: "No te inquietes no es culpa tuya, has elegido la vida, lo único que podías elegir". Luego le da en su sueño instrucciones para que se olvide de él, para que "mañana y en los años siguientes" lo recuerde solo como un sueño, un estado de ánimo, una atmósfera que la invadió y llegó a hacerle escribir un libro, lo escribió ella sola. El capitán le entrega no sólo los derechos que ya le dio para su causa común de conservar la casa, sino también su propia historia, la historia de su vida que a partir de ahora ella tiene que haber inventado. El momento es de gran importancia, porque el fantasma se hace ahí doble fantasma, o mejor dicho, pasa de ser un fantasma "real" a convertirse en el objeto de un sueño y en un personaje de ficción, una mera creación de Lucy.»
Y un poco más adelante Marías escribe:
»Antes de desaparecer o de su segunda muerte el capitán se permite un momento de nostalgia que es el precedente más claro de la muerte de Batty (Rutger Hauer) en Blade Runner de Ridley Scott, cuando el replicante lamenta que con él se pierda cuanto ha visto y vivido [...] Aquí el capitán Gregg mira a Lucy dormida y exclama unas frases aliterativas que parecen salidas del Prufrock de T S Eliot: "Cómo te habría gustado el Cabo Norte, y los fiordos bajo el sol de medianoche, y navegar junto al arrecife en Barbados donde el agua azul se torna verde, y hacia las Falkland donde la galerna del sur desagarra el mar entero y lo vuelve blanco", hasta acabar diciendo: "Lo que nos hemos perdido, Lucía, lo que nos hemos perdidos ambos".»Un "ambos" (both) que, en mi opinión, también resuena como un subrayado de la imposibilidad de fusión plena que acaso explique la melancolía implícita en todo amor, sea éste asunto entre criaturas carnales o entre espíritus más o menos puros.