Madres & Hijas (2009), la película de Rodrigo García (Bogotá, 1959) estrenada en España hace unas semanas, es una historia de mujeres cuyas vidas están unidas por vínculos que de un modo u otro tienen que ver con la maternidad, con su deseo o su rechazo, y con las consecuencias personales y sociales que de una y otra opción se derivan.
Los caminos casi siempre paradójicos del azar, por un lado, y la fuerza del parentesco («la fuerza de la sangre», en términos cervantinos), por otro, son dos elementos que el director echa a rodar en estas imágenes filmadas con la agilidad de un relato carente de tiempos muertos. Con ellos como principal motivo de fondo construye una historia coral, emotiva, trágica y cercana, llena de matices vitales y de algunas secuencias difíciles de olvidar. Las que tienen como protagonista al personaje de una muchacha ciega (ver tráiler 1:45) son en mi opinión las más logradas: brillan en medio de la obra, además de por su gran belleza formal, como una clave que derrama luz sobre el resto del filme.
No creo que la película obedezca expresamente a este propósito, pero a mí particularmente me ha servido para reforzar una intuición que a estas alturas cada vez me parece menos dudosa: aunque no tengan ni ejerzan el poder, incluso aunque muchas veces sean sus víctimas directas, son ellas, las mujeres, quienes mueven el mundo. Y, más aún, en términos antropológicos, es ella, la parte femenina, quien mantiene viva la llama de la especie y hace posible, a golpe de inteligencia práctica pero también de capacidad de resistencia y de valentía moral, que la adaptación de los humanos a la intemperie, sea física o psicológica, resulte posible.
Sin duda es una conclusión sui géneris de una película que se entretiene en desmenuzar asuntos de vida cotidiana entre los que no resulta difícil encontrar anécdotas que el espectador conoce o incluso puede haber vivido, ya que están en nuestro entorno y en una realidad social donde las relaciones familiares han adquirido nuevas complejidades sin por ello dejar de moverse por los mismos viejos instintos. Momentos si se quiere convencionales, incluso tópicos, pero que, gracias a la riqueza y precisión de los diálogos y a la excelente interpretación de un grupo admirable de actrices (entre las que los actores no desentonan), están elevados a la categoría de «situaciones ejemplarizantes».
Episodios ideales, en suma, para hacer avanzar con plena intensidad dramática un relato que se va anudando de forma, si no imprevisible, sí mediante escenas de sorprendente veracidad, hasta culminar en una tragedia solo suavizada en sus momentos finales por una giro discutible que permite la inclusión de cierta dosis de consuelo.
Algunos críticos han tachado esta parte final de la historia de sensiblera y lacrimógena, imputándosela además al director como la causa del fiasco de una obra más ambiciosa. Y es verdad que en las últimas escenas del filme las lágrimas acuden fácilmente a los ojos. Pero no creo que sea de forma gratuita. Y, desde luego, no por inverosimilitud alguna.
Puede que dentro de la tragedia que Madres & Hijas tiene, a mi juicio, como argumento principal (la del personaje que interpreta una tan glacial como inteligente Naomi Watts) haya una historia de mayor crudeza, que podría haberse desarrollado sin concesiones a ningún azar favorable. Pero puede también que la opción finalmente elegida por el director para «cerrar el cuento» en realidad no sea más que una apuesta (poética, por supuesto) para subrayar que la fuerza vital, pese a todo, es capaz de seguir su camino y consigue entregar su símbolo de continuidad (una cadenita cargada de afectos) a la siguiente generación.
Aunque sea gratuito, es tentador pensar que de este modo Rodrigo García está llevando la contraria a lo que dejara escrito su progenitor, Gabriel García Márquez, cuando en un memorable final novelesco afirmaba que «las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
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