miércoles, 15 de julio de 2009
El Sil amenazado
martes, 14 de julio de 2009
Calor metálico
jueves, 9 de julio de 2009
Días del mes de julio
Vuelve con la ilusión cada verano
de una epopeya que me compra el alma
esa explosión del músculo, el hechizo
que corona la cumbre y baja al llano.
Yo era niño en los tiempos del Caníbal
y me llené de sangre bajando el Col de Mente.
Vi las sombras peladas de l’Aubisque
y la muerte en directo en Mont Ventoux.
Hay que oírlo, señor, para creerlo,
cómo cuenta el dios Ares la batalla,
con pulsiones que erizan el paisaje.
Y el sudor y los gestos y los gritos,
la elegancia que cruza por la cima:
Luis Ocaña, Perico e ¡Induráin!
(Pero ha pasado el tiempo
y –vamos a soñarlo– el reinado de Armstrong
no tendrá vuelta atrás.
Tras los sonados triunfos
del gallego Pereiro y el gran Carlitos Sastre,
aquí está ya, de nuevo,
Imagen superior: «El ojo de Londres», la gran noria panorámica cercana al Támesis. El deporte inglés (salvo algunas excepciones) no ha dado grandes ciclistas. Pero en el centro de Londres se alza el mayor homenaje visual al mundo de la bicicleta. Imagen tomada de Wikipedia.
El Caníbal era el nombre que la prensa deportiva de la época le dio al belga Eddy Mercks, probablemente el ciclista más completo que haya existido nunca.
Descendiendo bajo la lluvia el Col de Mente, una caída privó al campeón español Luis Ocaña (el héroe deportivo de mi infancia) de la posibilidad de ganar el Tour de 1971 y batir a Mercks con absoluta claridad, pues le aventajaba en la clasificaciòn general en más de siete minutos. Aunque Ocaña ganaría el Tour de 1973 (sin la participación de Mercks), algunos piensan que el gran ciclista conquense, afincado en Francia, nunca llegó a recuperarse moralmente de esa desgracia. Se suicidó en 1994.
El Tour, junto a imágenes de una belleza inusitada, también ha producido secuencias terribles. Las de la muerte del británico Tom Simpson, en el Tour de 1967, en las rampas del Mont Ventoux, quizás sean las más estremecedoras.
Espero que el gran periodista que es Javier Ares no se enfade por divinizarlo aprovechando la coincidencia de su apellido con el Marte griego. Pero la verdad es que sus relatos radiofónicos de las etapas del Tour (muchas veces escuchados mientras atravesaba en coche la insolada llanura manchega camino del Mar Menor) son lo más parecido que puedo imaginar al relato oral de una vieja epopeya.
La Red está plagada de imágenes y documentos del máximo interés sobre el Tour de Francia, un acontecimiento que (no sé si es preciso insistir en ello) considero la más alta y esforzada expresión del deporte competitivo... y el verdadero anuncio de que el verano es ya irremediable. Siempre lo he seguido con atención y le debo grandes emociones. Espero que este año se repitan. Allez, Contatour!!
lunes, 6 de julio de 2009
Agua fresca
La música de Triana, uno de los grupos pioneros del flamenco-rock (y para mi gusto el que con mayor acierto consiguió una fusión equilibrada y con carácter propio), no envejece con el tiempo. O, si lo hace, lo hace con arrugas tan verdaderas y cálidas que no son más que nuevas razones para seguir amando sus canciones.
Los ritmos y las letras de Triana no sólo eran una novedad radical en el mundo del flamenco, con el que indudablemente entroncaban. Al mismo tiempo, abrían una veta hasta entonces inédita (o casi) en el horizonte de la poco menos que inexistente música progresiva ibérica.
Detrás de Triana y de la personalidad de su líder, compositor y vocalista, Jesús de la Rosa, estaba la sugestión de la psicodelia subrayada como una apertura de "las puertas de la percepción" asociada, con osadía sin duda frívola pero también huxleyiana e inevitable, al consumo de determinadas sustancias. Pero a la vez –y sin que fuera un asunto distinto–, latía allí de modo evidente la necesidad de rebelión frente a un negro panorama político y social asfixiado por la interminable agonía del franquismo.
Triana abrió nuevos caminos, dejó fluir el agua de otra forma. Un ejemplo de ello es este tema, En el lago, incluido en la cara B de su primer disco, El patio (1975). Un oasis para la canícula, un sorbo de agua fresca, pese al paso del tiempo y la no excesivamente buena calidad de la grabación. Y con palabras que siguen conmoviéndome aunque suenen ya como una profecía autocumplida: «Creo recordar que por la noche el pájaro blanco echó a volar en nuestros corazones en busca de una estrella fugaz…»
Carátula de El patio, diseñada por Manolo Moreno, tomada del blog ya inmóvil pero aún consultable UnDiscoAlDía.
jueves, 2 de julio de 2009
Hiperreal Madrid
viernes, 26 de junio de 2009
Tópico 5
Soñé con un paraje desolado donde las ramas desnudas de los árboles comenzaban a poblarse de cuervos. // Soñé que el sol había iniciado su declive y que el aire y el cielo iban tomando ese denso color de vidrio opaco que es el anuncio de la luna llena. /// Soñé que más allá de la raya cenicienta que sostenía el paisaje sobre la doble giba de los montes musgosos crecía sin cesar un gran estruendo de pisadas y aullidos como si una manada de criaturas infernales y monstruos aún humanos se estuviera acercando para iniciar la orgía interminable del fin del mundo. //// Soñé que aquella máscara risible del horror era el rostro de una nueva tristeza. ///// Soñé que estuve allí hasta que el ángel negro que vigila mis sueños se me acercó con paciencia infinita y me dijo al oído: «Despierta, dormilón. Son ya más de las doce.»
jueves, 25 de junio de 2009
El lazo
Antes de que se me adelante Fernando Beltrán, gran inventor de nombres, y sin olvidar lo que escribió Javier Marías en una columna llena de sensatez cuando se iniciaba la obra (no recuerdo si todavía vestíamos pantalón corto, tal vez fuera como ahora verano), quiero hacer pública una ocurrencia por si alguien tiene a bien plagiarla y, rod@ndo y enred@ndo, puede llegar a buen puerto.
Héla aquí. Creo que el templete de acceso de la nueva Estación de Cercanías de Sol, en Madrid (que será inaugurada el próximo sábado 27, festividad de san Cirilo de Alejandría, muy santo varón al que no hay que echar la culpa de la idea ni de los años de retraso en culminarla), no debería llamarse, como se está apuntando en algunos foros, ni la Ballena, ni la Tortuga, ni el Cascarón, ni la Caverna, ni el Iglú, ni el Cacharrón... Ni tampoco «las Tetas de la infanta en la playa», tal como me pareció que proponía un conocido cómico en un programa de radio. Y mucho menos «¡Los huevos de Gallardón!», según defendió otro contertulio con énfasis e intención no del todo discernibles. Ni siquiera encuentro apropiado llamarlo «El muñeco del Messenger», con ser ésta una acuñación fresca, juvenil y bien vista (sobre todo desde el aire).
Me atrevo a sostener que un buen nombre para esta «deslumbrante» (en opinión de los vecinos, que no parecen darle al adjetivo un valor encomiástico) estructura de acero y cristal a la que Esperanza Aguirre ha comparado con la Pirámide del Louvre (ella sabrá por qué) es, como el avispado lector habrá asdivinado, El lazo, o tal vez El Lazo, con mayúscula individualizadora. El Lazo de Sol, en su designación completa.
Admito que el nombre puede resultar un poco blando, tal vez algo soso en su laconismo, pese a que arrastra indudables sugerencias reposteriles (“La Mallorquina” no anda lejos).
Pero hay unas cuantas razones de diverso pelaje para justificar la propuesta. Las anoto.
Visual. La apariencia de las dos cúpulas que forman el templete de acceso al vestíbulo de la nueva estación, aunque disímiles, sugiere sin necesidad de forzar mucho la imaginación la forma de una lazada, tal vez trazada con la impericia con que la anudaría un niño en sus zapatos nuevos, o como aparece en las pajaritas con que suele exhibirse Fernando Arrabal.
Semántica. La palabra “lazo” designa con exactitud la función para que la nueva infraestructura ha sido ideada: servir de punto de enlace rápido, en sólo tres minutos y a través del llamado «Túnel de la Risa», entre las estaciones de Chamartín y Atocha, y en consecuencia, entre el Ave y la red de transporte metropolitano.
Heráldico-cabalístico-festiva. Un lazo contiene la imagen de una madeja, viñeta de gran valor heráldico y que además dibuja el símbolo del infinito (condición peculiar de Madrid donde las haya), amén de estar formado por la conjunción de dos ceros, lo que cobra un especial valor al situarse la obra justo al lado del km O del que parten todas la carreteras del país, en un espacio donde cada fin de año los cuerpos se enlazan en festiva danza para celebrar que al año viejo le sucede el nuevo, otro enlace (admito que la última deriva está un poco traída por los pelos, pero es que precisamente por eso a la ocasión la pintan calva).
Desiderativa (aunque ilusoria). ¿Se imaginan que este lazo anudara adornándolo el paquete en el que un Madrid ya definitivamente acabado y con todos sus tesoros a buen recaudo nos fuera por fin regalado (devuelto) a los madrileños y a todos los visitantes? (Fin del sueño.)
Como se ve, explicaciones no faltan.
Sin embargo, he de confesar que la razón que me parece más poderosa es fruto de la música del azar. La contiene de forma tan clara la crónica de El País cuya lectura me ha sugerido estas líneas que, como suele suceder con los mayores secretos, corría el riesgo de pasar inadvertida. Y es que, en efecto, ahí está brillando, como una perla en el centro de una concha (¡ostras, otra idea!), el nombre propio, todo un verdadero ready-made verbal listo para su uso.