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Instalaciones del CERN, correspondientes al detector Alice. Foto de Luis Dávila/Expansión. |
(Oigo de nuevo esta cantinela ahora que se han cumplido diez años de la “demostración” de su protagonista y cuando la gran máquina del CERN que la hizo posible vuelve a ponerse en marcha para abordar investigaciones extraordinarias sobre la materia oscura y otras incógnitas del universo. Ni que decir tiene que quien la cantaba, sentado en el banco de una hermosa plaza, era ni más ni menos que Nostra, el Profeta de La Prospe, de modo que corran por su cuenta todas las inventivas y ceremoniales. Sea).
Ay bosón, tú que rebosas
de incógnitas genesíacas,
tú que guardas el secreto
de la impar física cuántica,
tú que te las sabes todas
las materias y sustancias
del universo invisible
y su oscuridad atávica,
tú, bosón de Higgs (posible),
firma de dios en metáfora,
muéstrate y muéstranos,
con los signos de tu traza
bien evidentes, que existes
y que existimos, que nada
se opone a nuestra periplo
para comenzar mañana
--si es que algo significa
«mañana» en tu lengua opaca--,
o en un instante sin cuándo
y en un dónde sin distancias,
el viaje interminable
a la verdad desvelada
del retorno a los orígenes
con la partícula mágica
que dicen que el alma es
en la lengua bien posada,
pues verbal materia al cabo
son la luz, los quarks, la masa,
los protones y neutrones,
también el aire y el agua,
la llama viva del fuego
y cuanto su fuerza arrasa
por esos campos de Higgs
y del diablo, en miríadas
de neutrinos intocables
que sin cesación nos bañan
hasta dejarnos desnudos
sobre la tierra ondulada
del amor que nos consume
y nos transporta en su barca.
Ay, bosón incomprensible,
pura ficción matemática
real cual la vida misma,
fin de la física clásica,
prueba que demuestra el alto
pensamiento que nos marca
como especie milagrosa
y a la vez terrible, aclara
las fronteras del exilio
y en medio de ellas señala
la veredita de luz
que guíe la vuelta a casa.
Oh, bosón sobón, no ceses
de acariciarnos la escasa
materia viva y extensa
que en nuestras mentes no alcanza
a derrotarse del todo
hacia la noche sagrada
y aún busca el bosque del sueño
y entre la risa y las lágrimas
cruza los desfiladeros
del deseo y de la náusea,
las altas mareas grises,
las colinas plateadas,
los cangilones sin nadie
rodando en la inmensa nada
y aquel viejo paradiso
con su sierpe y su manzana:
los cuentos que nos contaron,
que aún nos cuentan, hasta el alba.
Bajel de nueva odisea
y lugar nuevo en la mancha
que bajo el ojo del cielo
dibuja arrugas y escalas
para trepar al espacio
que sin querer nos atrapa
y deja un rastro sombrío
en medio de la mañana,
oh, bosón de Higgs (posible),
rubro de aquella alborada
sin albor que fue el big-bang
y ésta su secuela vasta,
huella que en el cosmos cómico
se adelantó a la pisada,
cifra del silencio espeso
que nos toma por la espalda
y al volvernos desvanece
su presencia y nos devana
en los telares del tiempo,
entre el vacío y la nada.
La nada no es el vacío,
el vacío no es la nada,
nada nada en el vacío,
el vacío y la nonada,
la nada y el "no" vacío
y el "no" da vacío nada,
nada es no en el vacío...
Entre el vacío y la nada,
tú, bosón, nos deletreas,
como el maestro en la infancia,
nos miras e, indiferente,
borras luego la pizarra.
Bailemos, amigos, todos
esta giga improvisada,
que aquí está el bosón de Higgs
(posible). Y la vida pasa.
(LUN, 694 ~ «De la Posada/Las Cosas de Nostra»)