viernes, 22 de julio de 2022

NOSTRA EN EL METROPOLITANO A MEDIANOCHE

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Público[Me envía Nostra un archivo de voz (se está motorizando) acompañado de esta crónica, dice que recién hecha, a pie de obra. La doy tal cual, sin editar salvo las erratas evidentes. Puede que haya otras inadvertidas en su muy peculiar jerga. Sea.]
«Hay en los éntrales de la ciudad un ruido variopinto que entre Callao y Chueca suma ondas de gradaciones derriaderas y luego, si llevas bien puestos los okicolares, verás cómo se discontinúa hasta fuliginarse por Alonso Martínez, donde puedes ochusmar a modo de auténticas campanas tubulares sólo que enhebradas sobre una bien balancillada corriente continua/corriente alterna (AC/DC, sensu stricto), y ya en Rubén Darío todo el ringobongo se remansa con claro borboteo al final de su nombre, que no en vano venimos al trompitalego desde Ópera y ya vamos a dejar el underground, pasado Núñez de Balboa y su maremoto, justamente en Diego de León, rugido aparte. Madrid la nuit es, en los furados de los subterráneos, una bAbel de todas las calañas, por lo bien visto muy despechugadas y carnimorenas, sin que ahí se agote ni mucho menos todo, y aquí y allá no es raro ver desnebularse algo así como el cielo invertido y sin final que acaso contemplara el mismísimo Max Star en su improbable sueño, eso sí, hace ya más de cien años, pero ya en los entonces seguro que prevalecían en algunos cloqueos neuronales una forma dizque sideral de sentir y de echar por delante las ganas de arrebatarle al jumo que seremos la misma voluta que un día nos negará el sol mezquino. Es en los infinitos túneles del enlace que une los pasadizos bajo casi el Hospital de la Princesa con la vieja sede cervantina, tirando por lo lejos, donde se refugia toda la soledad que la urbe nunca se permite, y por allí hay que buscar el salto desde las honduras hasta los meridianos de la noche caldeada y las pandillas mulatares copando rincones y terrazas y viendo a ver si viene lo que nunca llega ni se sabe dónde pueda encontrarse, en las ubicaciones y otros limes terrados, ay Inés, Inesita, Inés, de la ciudad que nunca duerme».
(LUN, 679 ~ «Las cosas de Nostra»)

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