lunes, 7 de septiembre de 2020

Unos acordes...

(En voz alta). Unos acordes oídos al azar en la radio conectan de pronto, en las neuronas profundas, con la pieza más gorgojeante (!) de Jethro Tull. Y, gracias a la actual tecnología, los recuerdos son deseos que son actos (no tardará en llegar el momento en que el solo desearlo será suficiente para reproducirlo). Aquí están esas ráfagas que tantos ratos buenos nos dieron en nuestra juventud, ahora con un Ian Anderson (nuestro mejor conductor por el reino epiceno de Hamelin) ya talludito pero aún juguetón. Y una sugerencia (probablemente absurda) sobrevenida: ¿no hay cierto parecido razonable con Arguiñano..., especialmente en algún gesto? En todo caso, rico, rico.

Afición tanta

1

Los juegos de palabras,
con su tablero humano
hecho de carne y sueños,
sus dibujos de aire o de vidrio soplado,
sus infinitas vueltas
al fondo de la mente
y aún de nuevo otra vuelta
cuando creías que todo estaba dicho...
Comprendo que haya almas
que se sientan inquietas
ante las volteletras de las voces
e incluso que desprecien, sin llegar a decirlo,
el donoso escrutinio de los huecos
que abren a cada paso las palabras
y el mapa de fantasmas
que hacen brillar sus rostros siderales
por todo los rincones
del vasto territorio
que se extiende
entre el mundo y los nombres.
(Los juegos de palabras
sólo son —y si acaso—
imprescindibles trucos,
pasos de baile, o pases de cartas,
entre las manos y la mente
para aplazar el rictus que seremos).


2
Las palabras viven por su cuenta,
nunca dicen nada
que no sea pertinente,
establecen extrañas conexiones
con objetos de todo tipo y todo tipo de objetos,
crean la realidad,
pero ellas mismas
son una realidad intransferible.
No hay nada que no pueda
decirse con palabras
y, sin embargo, las palabras
nunca llegan a decirlo todo.
En ese margen o hueco
que se abre en nuestra mente
puede que esté escondido
el secreto del mundo.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Subida al Monte Toro


Ilustración: La isla y el tiempo ©️Javier Serrano, 2020.

De la isla de Menorca no puede decirse, como afirmé una vez de Formentera, que quepa en la palma de la mano. Pero es también un territorio que se presta a las caminatas placenteras y el escudriñamiento, con lugares que unen a la belleza del paisaje y la gracia de las obras singulares del mar un gran interés arqueológico. Se basa este sobre todo en los muchos monumentos megalíticos —taulas, talayots, navetas...— que se desperdigan por diversos enclaves. Las pétreas construcciones prehistóricas le confieren a la isla ventosa un poso de antigua y trascendente seriedad, bien mezclado con el indudable aire moderno y la elegante ruralidad de un territorio que ha conocido hasta tiempos recientes el paso de muy diversos pueblos, lenguas y costumbres. Y cuya presencia es visible aquí o allá como rostros del tiempo en el paisaje.
De las diversas travesías pedestres que hice por la isla durante las semanas veraniegas de mi juventud que estuve en ella, no se me borra de la memoria —ni tampoco a gentes muy cercanas— la subida al Monte Toro, la única elevación montana de Menorca. Aunque sus parcos 357 metros de altura evitan toda tentación de convertir el ascenso en una gesta alpina, hay que subrayar que la caminata se hizo bajo la plena canícula del ferragosto, quizás con alguna mochila no precisamente ligera a la espalda y, lo que es peor, sin la provisión suficiente de agua. Esto último, además de por el atolondramiento o la falta de cálculos propios de la edad, sin duda estuvo motivado por la aparente sencillez de la ascensión.
—Es sólo un paseo, en menos de diez minutos estamos arriba —recuerdo haber dicho, no sin convicción, pero sobre todo para dar ánimos a mis compañeras de aventura.
Pero aquello se demoró por bastante más tiempo. Tras una revuelta que parecía definitiva, la carretera —asfalto al rojo— volvía a enmarañarse y giraba en cuestas cada vez más pronunciadas, mientras el sol parecía complacerse en brillar, espléndido y a plomo, sólo para nosotros. Cuando consumimos la última gota de agua, a punto estuvo alguien de negarse a dar un paso más allá, a menos que apareciera una fuente.
—Tras esa curva hay una, el mapa lo dice —mentí varias veces.
Por fin compareció el agua, pero fue ya al llegar a la cima, que alcanzamos casi por sorpresa. Tras la última vuelta del camino, nos dimos de bruces con el potente santuario de la patrona de la isla y la vasta planicie de aspecto circular, que ponía a nuestro alcance vistas verdaderamente sanadoras de todos los esfuerzos, incluido el temido desfallecimiento por deshidratación. Además, frente a la entrada principal del templo, el blanquísimo, casi trasparente, brocal de un pozo nos pareció el monumento más hermoso del mundo.
Tras reponer fuerzas, nos informamos con detalle de la historia y leyendas del lugar. En estas últimas, según recuerdo vagamente —y Google me detalla ahora—, se reiteran con acento propio tópicos de descubrimientos y apariciones de la Virgen, siempre bajo la fascinación de ese verdadero milagro que es la luz. No sé si logramos averiguar entonces el porqué del nombre de Monte Toro, sobre el que existen versiones varias, ligadas casi todas a antiguos mitos táuricos más o menos cristianizados o inventados por la piedad popular. La etimología, a menudo no menos fantástica, pero siempre más creíble, recurre a la expresión árabe “al-Tor”, que equivaldría a “lo Elevado”, “la Altura”, como origen plausible del topónimo. En mi particular acerbo, añadí una explicación no menos sostenible: el Monte Toro viene a llamarse así porque en él son los bueyes del carro solar los que, a poco que te descuides, pueden embestirte con furia inusitada y con no menor inquina (¿menorquina?) que los toros cretenses. Son, al fin y al cabo, las fulguraciones asociadas a ideas extravagantes y pequeñas locuras las únicas que alcanzan verdadero significado en nuestra mente cuando la memoria las recupera envueltas en el aura legendaria de los prodigiosos años de nuestra juventud.
(Las Caminatas, XVIII)




jueves, 3 de septiembre de 2020

Horizonte dado


 En los Jardines de Cecilio Rodríguez del Retiro madrileño. 
©️AJR, 2020.

A ver cómo llegamos al final.
Al final llegamos a ver cómo.
Cómo llegamos al final a ver.
Al final a ver cómo llegamos.
Llegamos a ver como al final.
A ver al final cómo llegamos.

(A partir de un comentario de Paco Caro)




miércoles, 2 de septiembre de 2020

Fenómenos imposibles


(En voz alta). Estos descubrimientos astrofísicos, cosmológicos, tan difícilmente comprensibles y, menos aún, asimilables, ¿no son sin embargo metáforas perfectas, literalmente sublimes, de lo que más íntimamente nos pasa? A muy pequeña escala, pero cierta, el universo entero late con nosotros. Quién sabe si gracias también a ese misterio tan grande y tan frágil que llamamos vida consciente. Intentar comprender. No queda otra.

martes, 1 de septiembre de 2020

Secretos de la tribu

 

(En voz alta). Segredos das terras altas de Quiroga. Asuntos de mucha raigambre. La difícil mirada hacia lo hondo. Interesante reportaje en El País.

Leer (o no) la prensa


(Resonancias). La Nota Moderadamente Apocalíptica sobre el peligro de desaparición de la prensa libre es de hace, justamente, tres años. Por una extraña reiteración cronológica que me viene ocurriendo a menudo, esta mañana me he despertado pensando que uno de los grandes inconvenientes de la comunicación en nuestro mundo es la cada vez más rara lectura de la prensa en papel, dado que acrecienta la dificultad para compartir “lugares comunes” y supone una gran merma de trasfondo para los posibles diálogos. Releyendo hoy el texto, no tengo ninguna duda de que la situación es peor. Si bien me parece que corresponde a un mundo del que tengo la impresión de que está mucho más lejano en el tiempo de lo que deberían parecerme “sólo” tres años. Claro que han ocurrido cosas que eran inesperadas. Y que, con ellas, una de las dimensiones más alteradas es, precisamente, el tiempo, ese enigma.

Ah, y se acentúa la impresión de “espejos en fuga” que mencionaba en otra ocasión frente al mismo texto (¿palimptexto?). Cortipego:
»»A veces se me cruza “el otro” y pasan estas cosas. Me recuerdan el juego de espejos infinitos que descubrí de niño cuando instalaron en el primer cuarto de baño digno de tal nombre que tuve en mi vida uno de aquellos armaritos de tres puertas que permitían infinitos reflejos cruzados. Aún me sigue fascinando esa imagen, tal vez una metáfora muy precisa de nuestro tiempo.»
¡Ozú!

(NMA, 👻5). Uno de los grandes peligros que se ciernen sobre el futuro inmediato de nuestra sociedad es el del empobrecimiento e incluso desaparición de la prensa libre, competente, fiable. Las dificultades que ya hoy tiene cualquier ciudadano medianamente avisado para tener información relevante y lo más completa posible de lo que ocurre, en un mundo cada vez más complejo y, pese a las apariencias globalizadoras, disperso e invertebrado, son directamente proporcionales a la multiplicación de supuestos medios informativos «serios y razonables», en los que, sin embargo, cada vez se adelgazan más las diferencias entre información y opinión, relevancia y publicidad, interés común y curiosidad mórbida.
A lo que hay que añadir el inmenso ruido de la riada que la cháchara interminable de las redes sociales hace afluir en todas direcciones, con una contundencia tal y unos perjuicios a menudo tan asoladores, que realmente dejan chicos los efectos cada vez más indudables del cambio climático.
Para complicar aún más las cosas, en este escenario no faltan, más bien al contrario, los viejos tics autoritarios del poder, tal como muestran, entre otros recientes comportamientos, las represalias tomadas contra el director del informativo de la 2, una isla en la planicie telediaria de RTVE, o las maledicencias del Gobierno catalán contra quienes han evidenciado sus tejemanejes, por poner sólo dos ejemplos cercanos.
Estos viejos pulsos entre el poder y la prensa libre por el control del «relato de la realidad» no son algo nuevo, ni mucho menos. Sólo que ahora se vuelven mucho más confusos y de efectos más devastadores porque se producen en un panorama donde cada vez es más difícil estar seguro de nada. En el terreno informativo, me refiero. Que de otras certezas o dudas no hablo ahora.
La desaparición del periodismo tal como lo hemos conocido no tendría que suponer ningún problema si fuera acompañada de un cada vez más autónomo acceso a la información de calidad, algo que los nuevos medios tecnológicos sin duda hacen posible. Pero el paulatino ahogamiento de la capacidad influyente de la prensa libre por exceso de guirigay y embotamiento generalizado enciende algunas alarmas sobre el inmediato futuro de nuestra capacidad, no ya de influir sobre el devenir del mundo, sino simplemente de saber qué rayos está ocurriendo a la puerta de nuestra casa.

lunes, 31 de agosto de 2020

Soneto in progress

 https://www.facebook.com/pedro.poitevin/videos/10163886731585062


Estos juegos no acaban con la muerte.

No sé si con nuestra paciencia.

Iris (sextina)



Tiene la luz en su interior un rojo
cerco que esconde la esperanza verde
de que sea verdad el cielo azul
sobre campos cubiertos de amarillo
cuando el día y su sol dan en el blanco
antes de que la noche cierre en negro.
Flota sobre las cosas un sol negro
tan ardiente que es como un ascua al rojo
vivo y de él brota denso un humo blanco
o alta columna alzada por la verde
cúpula de la selva y su amarillo
tinglado de lianas y aire azul.
Y no lejos también el mar azul
galopa a lomos de un caballo negro
y rompe con su espuma el amarillo
fulgor del sol que, hacia su reino rojo,
tras la cumbre, dispara un rayo verde
como una flecha en busca de su blanco.
Blanco por dentro y por defuera blanco
es el tiempo de espera de lo azul
que se desliza oscuro al casi negro
mientras la savia es un latido verde
que pinta en sus mejillas ese rojo
rubor que a veces viste el amarillo.
La mies es mucha y mucho el amarillo
disperso entre los surcos bajo el blanco
ribete de una nube que del rojo
horizonte se cuelga. No hay ya azul
suficiente en tus ojos pues lo negro
de la sombra sin sueño aún está verde.
Los años no perdonan y hay un verde
viejo limón amargo y amarillo
naufragado en el fondo de tu negro
corazón, que tú sientes aún tan blanco,
como el alma de la doncella azul
ante la que se inclina el ángel rojo.
Misterio del color: el rojo aún verde,
el vespertino azul tan amarillo
y la llave que el blanco le da al negro.

domingo, 30 de agosto de 2020

Trikiklos (y 42)


Hasta aquí llegan
estos triciclos lúdicos,
con k de haiku.
Tiene la fórmula
un no sé qué de extraña
fuerza pandémica.
Lo trino, acaso,
su misterio irresuelto
—salvo en el canto.
También lo fácil
de pedalear palabras
sobre tres ruedas.
Y el freno a mano:
contención, vuelo: evítate
la verborrea.
Y la nostalgia,
esa flor putrefacta
y embriagadora.
¿Puntas de flecha,
carbones encendidos,
parcas cenizas?
No sé. No sé.
La rueda rueda sola.
(Losa de ura de Ur
ale son eson.)
En todo caso,
si fueran fuegos fatuos,
fuegos son. Punto.
Como las bicis,
que ahora vuelven —¡el Tour!—:
flores de estío.
De despedida
unos buenos timbrazos:
¡ring, ring, ring ring!

sábado, 29 de agosto de 2020

Adios, cine, ¿adiós?


(En voz alta). Interesante, valiente, polémico este artículo de Jesús Mota, que viene a sumarse a la tesis de la “muerte del cine” (tal como lo conocimos). Es un paseo muy ameno y perspicaz —también muy subjetivo— por la obra de Hitchcock, cocinado con ese tipo de argumentaciones que siempre nos someten a una especie de prueba de grado: ¿hemos sabido ver y logrado entender Vértigo, Psicosis, Extraños en un tren...? ¿Hay todavía, en esas historias, vistas tres, cinco diez o más veces, aspectos o intenciones en los que no hemos “caído”? Claro, esa es siempre una de las característica del verdadero arte. Pero también se trata de un cambio en circunstancias no accidentales, de una metamorfosis en los modos de percibir. La pérdida de las grandes salas es sin duda un factor (y muy importante). El efecto de la recepción de las imágenes y la información por medios ubicuos e hiperinvasivos, también. No estoy muy seguro de que sea irrefutable la conclusión de que «la industria (cinematográfica) ha entrado en la vía muerta de la puerilidad y la alegoría estéril». Pero ese es un temor muy bien fundado. Y con él en la mochila, me encamino hacia un cine de los de antes para ver, con gran expectación, Tenet, el último (por ahora) bumerán. Confío en que no sea un viaje a la inconsciencia.

Tour con mascarillas



Kasper Asgreen, ciclista del Deceuninck Quick-Step,
en Niza, donde se inicia el Tour 2020, en un entrenamiento,
S. Nogier
 / EFE

(Al filo de los días). El amigo Montano, tal vez a estas alturas el mayor y más inspirado amante del deporte ciclista que conozco (sus poemas-pastiches del Tour deberían ser impresos), ha saludado la imagen que ilustra la información del inicio de la Grande Boucle con un «Qué belleza», escueto y contundente, realmente estremecedor. No he tenido más remedio que contestarle tirando de fondo de armario: «Ni Samotracia ni Niké otra alguna. ¿Quién habla de Victorias? Que vuelva el Tour es todo».

Sin disculpar la hipérbole ni el entusiasmo (¡eso nunca!), sí fuera tal vez conveniente recordar que las penas con pan son menos. Por otro Iado, el regreso del gran deporte sobre ruedas ofrece una buena oportunidad para seguir pedaleando en casa... en tiempo real y con frescas sensaciones visuales.
¡Viva el deporte más hermoso! (Incluso enmascarado).

¿Unicornios o carneros?


En estos versos que de nueve
en nueve van por el camino
no se me ocurre decir nada
que pueda —al bies— torcer el ritmo.
Porque, ay, amigo, tú bien sabes
—si no yo aquí ya te lo digo—
que pocas bestias hay más raras,
en lo tocante a metros fijos,
que los cabrones eneasílabos.




Imagen

Franz Marc: Ciervos en el bosque 2, 1914. 

Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe (Alemania).

viernes, 28 de agosto de 2020

Navegación

 «YO, HOMERO, REMO HOY»

Palíndromos ilustrados.

(AJR: 4,15)

Trikiklos (41)


Ay, Marcelino:
que pesao’ con el pan
y con el vino.
Cine devoto
en un país sin votos:
sensiblerías.
Pero qué miedo
aquel desván a oscuras
y qué ternuras.
Pablito Calvo,
actor por puro instinto:
Mi tío Jacinto.
Gran peli esta:
puro "ñeorralismo",
grandes actores.
Y la secuencia
del timo del reloj
con Miguel Gila.
He vuelto a verla
y no hay ninguna duda:
obra maestra.

Pisando ceniza, de Manuel Arroyo Stephens


(En voz alta).
Inclasificable, en efecto. Memorias, sí. Pero probablemente, y sobre todo, el cumplimiento de un consejo que en realidad era una orden que en realidad era una herencia: de la amistad y la extrema confianza (ese difícil matrimonio): «Escribe». Sabemos bien que no es fácil llegar a esta llaneza, tan complicada, a esta naturalidad, tan envolvente. Trapiello (nota en la cuarta de cubierta) dice: «Un libro que no suena a nada de los que sus compañeros de generación han escrito. No parece ni siquiera español, no parece ni siquiera literatura». Aún no lo he terminado. Pero puedo decir que dentro están 96 páginas inolvidables, únicas, absorbentes, con la mejor aproximación a un autor del que en ningún momento se dice su nombre. Una revelación.

jueves, 27 de agosto de 2020

Agustín antes de santo

Mañana es San Agustín, hombre de gran corazón. Sabio en tantas cosas. Un verdadero “vividor” (como Pau Donés, si se me permite la ocurrencia), cuya inteligencia aún nos ilumina, aunque no compartamos su deriva espiritual ni –tanto tiempo después– cierta autoinculpación innecesaria y algo fanatizada tras la admirable aventura del corazón humano. El agua corre y, como sostiene el sentido común y recalca algún amigo sabio, “siempre encuentra su camino”.

martes, 25 de agosto de 2020

Trikiklos (40)

 


En videojuegos
aún sigo en las pantallas
del comecocos.
Los fantasmitas
me cercan por doquier:
siempre me comen.
La musiquilla
siempre dice lo mismo:
«Te-he-mos-ven-ci-do».
Y añade un eco
que suena ya a rechifla:
«¡¡Prin-gao, prin-ga-o!!»...

lunes, 24 de agosto de 2020

Un regalo de Amancio Prada

(En voz alta). No son infrecuentes los regalos de artistas en este verano de los raros tiempos. Aunque no siempre nos pillen con el estado de ánimo y la disponibilidad suficientes para valorarlos como se merecen. Por eso, y por su naturaleza excepcional, no quiero dejar pasar este hermoso detalle que nos brinda, con su habitual maestría y delicadeza, el gran Amancio Prada, siempre tan generoso. Como suele decirse, oro en paño. En este enlace.

Obras Completas (A-Z)



(“Itinerario de islas”)

Agua Aliento Alegría
Amigo Amor Asombro
Azul Bosque
Canto Caricia Claridad Corazón Cuerpo
Danza Desierto
Deseo Duda
Espacio Estrella Extravagancia
Fulgor Hierba
Inocencia Instinto Inteligencia
Levedad Lluvia (Lumbre-Luz)
Madre Mañana Mar Memoria Miedo
Mirada Misterio Muerte Mujer Música
Noche Nombre Oscuridad
Pájaro Paz Piedra Piel Río
Sí Silencio Sol
Soledad Sospecha Sueño
Territorio Tiempo Tierra Tristeza
Vida Viento
Vuelo...
Wow, Xa, Ya,
Zas!

domingo, 23 de agosto de 2020

Junto al mismo mar de Roma




«El peso de la arena del tiempo» ©️ Javier Serrano, 2020.
La cercanía del mar es siempre un argumento fuerte. A menudo no es necesario nada más: inspiración, respiración, agua, sal y luz. Y dejarse mecer por la corriente. Pero aquella vez, cerca de las ruinas gaditanas de Bolonia (Baelo Claudia), se produjo un curioso combate —lid más bien— entre la naturaleza y la historia.
El objetivo de la excursión de aquel día, desde Vejer, era visitar el yacimiento de la antigua ciudad romana y después seguir hacia Tarifa y otros puntos del Campo de Gibraltar, con el vago propósito de sondear —por así decir— los vientos de la historia y evocar viejas lecturas de reivindicaciones y romances. Y así lo hicimos, pero con el pequeño despiste de no comprobar las condiciones de visita, de modo que al llegar al sitio nos encontramos con la sorpresa de que era el día de cierre —tal vez un lunes— y nos tuvimos que conformar con admirar desde fuera el perfil de las hermosas columnas y los restos bien visibles desde varios montículos. Mientras bordeábamos, a modo de tenaces agrimensores, el perímetro del yacimiento, en irregulares paradas leíamos, no sin cierta retranca, las precisas descripciones de la muy documentada guía que viajaba con nosotros. Fue una curiosa visita virtual in situ.
Menos mal que aquel descuido propició la ocasión de que dispusiéramos de más tiempo para explorar la cercana duna y la playa limítrofe, en un paseo largo y exigente, con la luz y la arena como protagonistas, y siempre a vista de las aguas: un mar cuyo color podía ir desde el azul crudo o lavado (¡claro!) hasta el tópico topacio intenso, con una amplísima gama intermedia capaz de enriquecer o hacer enmudecer la más exigente paleta del más original pintor. No sé si me explico.
A lo que más se parece caminar sobre la arena de una duna es a la travesía por una montaña con nieve recién puesta, aunque haya entre ambas experiencias diferencias meteorológicas obvias, pero tal vez también una prueba más de la extraordinaria cercanía sensorial en que a menudo se complace recrearse nuestro cerebro cuando se le tensan las neuronas. No sin esfuerzo subimos duna arriba hasta coronar sus en apariencia parcos 30 metros, medida del todo engañosa cuando hay que luchar contra un suelo que, literalmente, se remueve bajo tus pies. Nunca pensara que las arenas movedizas lo fueran tanto. Sólo otro vez, en la entrada del Sáhara por el sur de Túnez, en las cercanías de la ciudad de Naftah, he experimentado sensación semejante. Pero la lucha contra la gravedad inestable mereció la pena: a nuestros pies, el proverbial “abrazo cóncavo” de la playa era una vastísima planicie blanca que parecía a punto de fundirse con las apenas delineadas señales en morse del horizonte, uno de esos efectos de fusión sensitiva que lo dejan a uno anonadado.
No sé si entonces lo pensé, pero ahora al recordarlo —y obligado a suplir los huecos que a veces dejan entre sí las proteínas de los neurotransmisores—, se me viene a la cabeza la prodigiosa frase de Eduardo Galeano y, con ojos tan abiertos como me permite el incesante chorro de luz, le estoy pidiendo a quien está a mi lado: «¡Ayúdame a mirar!».
(Las Caminatas, XVII)

Por cayetanas

(

Dibujo de Fernando Vicente.
En voz alta). Buena parte de las columnas de opinión en la prensa de hoy torean, por así decir, por cayetanas, un tipo de escritura de largos pases y poco quiebros, sólo los necesarios para que el diestro se haga reconocible en el centro del medio donde oficia y deje claro, de una vez por todas, que en lo tocante al tema candente él "toca pelo": vamos, que tiene razón.

De los varios análisis leídos sobre la figura de la semana («Es o era del PP y s
e llama Cayetana», podríamos decir en singular homenaje a mi paisano Gregorio Corrochano), destacan sobremanera dos. Uno, el del Nobel Mario Vargas Llosa, en El País, ofrece un recorrido en verdad estimulante: a través de una prosa limpia y bien ceñida, con vuelo y gracia, se pone al servicio de un perfil hagiográfico no exento de subrayados verosímiles, pero todo él impregnado de un tufo turiferario y militante que no extraña pero tampoco convence —imagino— más que a los que ya. Y el otro, en El Mundo, es el indómito Arcadi Espada que, con la soltura e impiedad que le caracterizan, se aplica en pasarles cuenta a los colegas que, tras la caída de la hasta ahora portavoz conservadora, han exhibido los muñones restrictivos de la falta de empatía como excusa de su fracaso, el de ella, mientras que los jaleantes tenían “razones objetivas” para su encumbramiento.

El envite de Espada gana mucho cuando en él comparece, bien traído, Ferlosio, del que cita por extenso la parábola, o más bien comparanza, de los dos viajeros disímiles que acceden al tren.

Tampoco está mal, como cierre, la cita al bies de la luminosa copla de Lole y Manuel: «De lo que pasa en er mundo / por Dios que no entiendo na: / el cardo siempre gritando / y la flor siempre callá».

Busquen y lean. Merece la pena.

miércoles, 19 de agosto de 2020

A vueltas con el disco de Festos

Nuevas noticias, aunque con apenas novedades, sobre el disco de Festos. ¿Algún día se llegará a saber la verdad? Aunque los símbolos a los que encomendamos nuestros deseos íntimos están más allá de esa categoría. Son, más que nada, objetos de poder.

Trikiklos (39)

¿Presagio? ¿Aviso? 
El hombre del paraguas 
ha vuelto, ha vuelto...


Trikiklos (38)

Tomado de aquí.
Frente a la mugre
de tanto pintamonas
que grafitea
sin ton ni son
por todas partes
y a todas horas
—nueva variante
de la ubicua tontuna
del dejar huellas—
alabo el gusto
(incluido su horror vacui)
del arte urbano
que alegra el ojo,
hace volar la mente
y pone un toque
de fantasía
o de hiperrealismo
a nuestro alcance.
Son una pléyade
de anónimos artistas.
Yo les aplaudo.