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miércoles, 27 de noviembre de 2024

GLORIA FUERTES: Dos instantáneas


Una de las presencias de mi juventud que más crece en tiempos de niebla tiene que ver con aquel ser peculiar, extraordinario, inconfundible que fue Gloria Fuertes. Hoy 27 de noviembre de 2024 hace 26 años que transitó a otro estado, sin duda cercano a las sombras y el inexorable olvido, pero también a un creciente y duradero brillo de su estela a través de las numerosas obras suyas, o en torno a ella, que en estos últimos años han llegado a las librerías, así como merced a la amplia conjura por la que muchos nos sentimos concernidos para mantener de uno u otro modo su presencia, incluidas las polémicas más o menos adustas o engoladas y algunas valoraciones peregrinas o cicateras, siempre discutibles. Aconsejo al respecto, junto con de la muy saludable terapia de beber hilo, no dejar de estar en guardia en las buhardillas de la alta noche.
Además del recuerdo de hace un año que dejé aquí y en el que recreé —sin apenas fantasías— la ocasión en que estuve más cercano a Gloria Fuertes, me llegan hoy también los ecos de otras dos escenas que la tienen como protagonista. Una es la primera vez que la vi "en carne mortal", sería a finales de 1973 o hacia la primavera de 1974, en la mítica Eburia de mi estrenada juventud. Por entonces yo laboraba modesta pero infatigablemente —hay que ver lo laborioso que es el indexado vía ISBN de varios miles de libros, con la creación de sus fichas y tejuelos correspondientes— en la organización y puesta en marcha de la entonces llamada Casa Municipal de la Cultura (hoy Biblioteca José Hierro), al tiempo que seguía en el turno de noche los estudios del Curso de Orientación Universitaria (COU) en el casi contiguo Instituto Padre Juan de Mariana, donde ella, la Gloria Fuertes ya camino de su gran celebridad televisiva, y quizás invitada por José Luis Narrillos, director del Insti, o tal vez por el profe de literatura, Manuel Pardavila, o acaso por entrambos, hizo una lectura de sus poemas que sorprendió a todos y nos encandiló a algunos. Publiqué una pequeña crónica del acto en la prensa local bajo el título «De una poeta que dice que está como una cabra». Y probablemente la extrañeza y el impacto de aquella poderosa personalidad fueran motivo de tertulia con mi más cercano colega de entonces, Ángel Luis Fernández, con el que compartí tantas infinitas charlas nocturnas, a veces hasta bien entrada la madrugada, en el paseo de las sillas de los jardines del Prado. Puede que hasta entonces solo conociera de la poeta poco más que los poemas descubiertos en alguna antología, como aquella de la colección RTV de la que ya he hablado aquí alguna vez y en la que figuraba el poema que más me había impactado («Cuando un árbol gigante se suicida», creo que era su primer verso).
La segundo estampa aún viva en mi memoria tiene por escenario la urbanización Ciudad Santo Domingo, cerca de La Moraleja, en las cercanías septentrionales de Madrid. Allí, a través de una asociación sostenida por la adinerada vecindad y cuyo presidente, Ángel de la Jara, era hombre con inquietudes culturales, se había convocado un premio de poesía de modesta dotación pero con publicación incluida, y en su primera convocatoria lo ganó el poeta talabricense y sin embargo amigo Antonio del Camino, con el que por entonces, como él ha contado tantas veces, y en compañía de otros tres colegas de Eburia, formábamos el Colectivo La Troje, de tan bienintencionada como corta vida, aunque algunos de sus efectos y casi todos sus afectos aún perduran. Pues bien, el que Antonio fuera premiado nos hizo entrar en contacto con la sociedad cultural que organizaba el premio, de tal modo que en la siguiente convocatoria, en 1981, el propio Antonio del Camino y el que suscribe, junto con el entonces editor de Cátedra Gustavo Domínguez y la propia Gloria Fuertes formamos el jurado del II Premio «Ciudad Santo Domingo» que por unanimidad fue concedido a Antonio Rubio Herrero, otro miembro de La Troje (y el responsable de su nombre).
Con ocasión del fallo y entrega del premio se celebró una cena en la citada urbanización, tras la cual tuvo lugar, a modo de fin de fiesta, una velada de estilo discotequero y en ella tuve, oh designio feliz de los astros, la ocasión de bailar una pieza —la quiero recordar como tango, pero alguien cercano me dice que sería pasodoble— con la que ya por entonces era mi muy admirada Gloria Fuertes, y con la que, tras el episodio del San Juan Evangelista, había seguido manteniendo algún contacto.
No fantaseo nada si digo que aquella tarde y noche, con el buen ambiente general, las atenciones de los organizadores, la buena conversación de Gustavo Domínguez, la complicidad de Sagrario Pinto, Agustín Yanel y Antonio Rubio —el otro Antonio no pudo asistir por un imponderable— y las ocurrencias y el genial buen humor, no exento de socarronería, de la poeta, pasamos una gran velada. Ahora regresan esas imágenes y sus halos a mi cabeza mezcladas con las de la magnífica exposición que se le dedicó a Gloria Fuertes en 2017, en las salas del Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, con ocasión del primer centenario de su nacimiento. Seguro que vendrán más. Hay glorias que no se acaban nunca.

lunes, 27 de noviembre de 2023

UNA TARDE CON GLORIA


Cuando fui a buscarla a su casa de Alberto Alcocer para una lectura en el Aula de poesía del Johnny (CM San Juan Evangelista), Gloria Fuertes me hizo pasar a una salita con una mesa camilla «mientras termino de arreglarme para el sarao». Entró en otra habitación de la casa y yo curioseaba los cuadros y fotografías colgados en las paredes del salón. En una foto me pareció reconocer a Carlos Edmundo de Ory, del que entonces yo apenas había leído nada, aunque sí había visto algunas fotos, quizás en La Estafeta Literaria o en las páginas de huecograbado de ABC.

—Este parece el fundador del postismo —dije para hacerme el interesante, cuando Gloria ya había vuelto al salón y encendía un cigarrillo.
—Sí, el mismo. Carlitos. Menuda pieza. Y qué poeta más loco. ¿Sabes que fue novio mío?
—¡No me digas! ¡Menuda pareja harías!
—Pues sí. Delirios de juventud. Aunque tuve otro novio antes. Manolo mío: mi madrileño marchoso, maduro melocotón maleable…
—¡Qué bueno!
—Siempre me ha gustado mucho la fruta, jaja… Y no necesariamente los plátanos.
Advertí claramente el doble sentido pero no me sentía cómodo y decidí pasarlo por alto.
—Y eso del postismo, ¿exactamente en qué consiste?
La poeta —poco antes me había dicho que si se me ocurría llamarla “poetisa” me arreaba— dio una calada al cigarrillo y me miró con gesto no sé si de conmiseración o de fastidio.
—¿Pero tú no estás en la Universidad?
—Solo estoy en primero y estas cosas en Periodismo no se enseñan.
—Ya, estaba de coña. Lo del postismo en realidad no pasó de una aventurilla. Al menos para mí. Poco más que un pecado de juventud. A otros, en cambio, parece que les ha cundido más.
—¿Pero en qué consistía, cuál era su credo estético?—solté de un tirón y cayendo de nuevo en el afán de hacerme el interesante.
Gloria me miró entonces con aquella sonrisa suya de payasa buena, rematada con un arqueo de cejas algo burlón.
—Mira, niño, esas son cosas no fáciles de explicar, están en los libros y si quieres te las estudias.
—Pero una idea básica, un eslogan, algo definitorio…
—A ver: ¿tú en qué crees que pueden estar pensando un grupo de muchachos y muchachas decididos, de pura hambre atrasada, a comerse el mundo?
—¡En la Revolución!
—Sí, claro, en la revolución, en la revelación... y en el revolcón, eso seguro. Mira, el postismo como su nombre indica es lo que viene detrás del último ismo. ¿Sabes eso, no?
—Las distintas escuelas y tendencias vanguardistas —dije recordando lo que le había oido explicar a Marta Portal en las clases de literatura.
—¡Ahí, ahí…! Pues después de todo ese barullo, el postismo quería ser una recuperación de las voz propia no sometida a dictados externos. Vamos, que después de los ismos…
Hizo una pausa y sonrió al ver mi cara de expectación.
—Después de los ismos… ¡pos tú mismo, pasmao! ¡Postismo por ti mismo!

Aunque me mosquée no poco, enseguida me sumé a su carcajada franca y rotunda, como eran por entonces todas las suyas. Volvió después a bromear con las ínfulas de los poetas y a interesarse por mis cosas y mis amistades. Durante el trayecto hasta la Avenida de la Moncloa conversó muy divertida con el taxista, que la había reconocido porque para entonces, a mediados de 1976, Gloria ya llevaba años saliendo en la tele y era muy popular.

El recital fue todo un éxito. Se presentaba además la edición de Cátedra de sus «Obras incompletas» y pasamos una tarde y una noche intensa y divertida, aunque no exenta de algún incidente…
(LUN, 187 ~ Tiempo contado, Homenaje a GF en el 25º aniversario de su muerte)

lunes, 14 de noviembre de 2022

MOSAICO

«La mano de Irulegi», objeto de bronce fechado en el siglo I a.C.
En ella figuran, al parecer, las más antiguas palabras
conocidas escritas en lengua vascónica.

Tesela 1. Hay que hacer siempre un esfuerzo de comprensión. Pero no hasta el punto de que la comprensión ponga en peligro la costumbre de respirar. (Ecos).
Tesela 2. Se trata de una película ¿menor? nacida del genio confabulado de los hermanos Cohen, en un homenaje, no exento de sátira, al mundo de Hollywood tramado con una mezcla de humor a lo Monty Python y cierta nostalgia ácida propia del «Crepúsculo de los dioses» (‘Sunset Boulevard’ o ‘Sic transit Gloria Swanson’…). «¡Ave, Cæsar!» —que ese es su título— es, sobre todo, un tributo al gran espectáculo del cine, a los tiempos duros de la caza de brujas y el poderoso despliegue de los grandes estudios, tal vez incluso un premonitorio réquiem por la desaparición del cine tal como lo hemos conocido hasta ahora. Junto a un argumento muy bien tramado con algunos giros espléndidos y diálogos de una gran viveza, los puntos fuertes del filme son los continuos homenajes a muchas de las grandes películas de diversos géneros —desde el peplum al western o las historias de ambiente mafiosos pasando por los grandes musicales y, muy especialmente, las singulares coreografías acuáticas de Esther Williams— y la interpretación, en clave más que satírica burlesca, de lo que fueron los esfuerzos de algunos intelectuales, comunistas y compañeros de viaje, por convertir el cine en una herramienta de lucha social, aquel movimiento que sería desbaratado (en parte) por la caza de brujas del macartismo. Hay momentos de extraordinaria hilaridad (“los verdaderos sospechosos siempre son los extras”) y todo tiene la elegancia, calidad y solvencia del cine de los Cohen. Muy recomendable.
Tesela 3. EL DESTINO DE LA LITERATURA VISTO DESDE EL ACANTILADO (XIII, 185-212). La casa muerta y su luminosa correspondencia (Hesse-Zweig) es una vuelta a la leyenda de Circe y el pavo real tal como se cuenta en la literatura del barroco en Francia. Cuando Kafka vino hacia mí… los hermanos Rajk, un drama familiar europeo, estaban tratando de entender qué tenían en común el santo bebedor y los recuerdos de Joseph Roth; o, por decirlo de otro modo, qué fue de aquella Leonor de Aquitania a la que, en secreto, había dirigido Jaime Gil de Biedma cartas y artículos hasta convertir el sueño de la América de una planta en el fragor de mi siglo unido a las confesiones de un intelectual europeo. El poder de la simetría, un viaje por los patrones de la naturaleza, implica una verdadera catarsis sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte, en absoluto ajeno al esplendor y gloria de la Internacional Papanatas, según queda plasmado en una nueva enciclopedia urdida en memoria de Charles Maurras, con el caos y el orden y la obra poética de autores de libros y aventuras, además de las observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia con Franz Kafka. Todo eso está presente en “Una Primavera de café”, un libro de lecturas vienesas que muestran, bajo el señuelo del ‘no sufrir compañía’, escritos místicos sobre el silencio. La no confesada intención de desplegar las últimas cartas (1532-1535) de un bárbaro en el jardín vuelve a interrumpir la lectura de la “Chanson de Roland” y de las cartas a Sophie Volland, con su itinerario París-Nueva York-París y el viaje al mundo de las artes y de las imágenes. Y es que el verdadero secreto de Mani son sus viajes por el sur del Peloponeso, una mezcla de solidaridad y soledad que, desde París, con sus crónicas y ensayos 1893-1897, realmente hicieron posible el espíritu de Praga.
Tesela 4. (Al filo de los días). Me pilló la concesión del Cervantes a Joan Margarit Consarnau (14.11.2019) leyéndolo no sólo a él, su propia obra, sino a él como traductor, ese oficio de agente doble que, en el caso de los buenos poetas, es un muy privilegiado mirador para calibrar el alcance de ciertas cualidades. Y, además, no cualquier traducción: la del libro “Stag’s Leap”, «El salto del ciervo», de la estadounidense Sharon Olds (San Francisco, California, 1942), poemario que fue galardonado con el premio Pulitzer de 2013. Y que por muchos y complementarios motivos bien puede ser considerada una obra poética especial. Apareció en Igitur, en 2018, en traducción que, junto al poeta, firmó también Eduard Lezcano Margarit. En medio de su fragor cotidiano y valiente, es preciso avanzar por su calendario vital de intensidad, lucidez y dolor, asombrado y tratando de seguir la recta vía. Y su lectura, la cercanía a una verdad tan honda como la que emerge de este libro, fue un motivo de gran agradecimiento al “misericordioso” poeta ganador del Cervantes.
Teselas 5 y 6. La pregunta del testigo sigue siendo pertinente: ¿Y cómo se sabe cuándo es demasiado tarde?
Tesela 7. Otro ciprés. «Yo nací en Ávila... —comienza la novela. Y tras un largo rodeo concluye—: y por encima aún me quedaba Dios». (Serie «Cap&cua», homenaje a Miguel Delibes).
Tesela 8. (Hablarle a Borges, 93). Dicen que Borges dijo o escribió: «Tu materia es el tiempo, el incesante tiempo. Eres cada solitario instante». Y a renglón seguido, como si aún resonara su voz, me oigo decir (no sé si fatuo o sólo osado): «... y la vaga ilusión de que algo dura».
Tesela 9. Fin. La mano de Irulegi... ¿otra mano maradoniana de Dios? Habrá que verlo. (Ver imagen).
Y tesela 10. Mosaico es todo lo que hacía Moisés. Pues eso.
(LUN, 564)

lunes, 5 de septiembre de 2022

Vervíboros en Puente Viesgo

Reunion del Club Palindromista Internacional en Puente Viesgo. Foto CPI.

La reunión, cónclave y festival —que todo eso fue— del Club Palindromista Internacional (CPI), celebrado el primer fin de semana de septiembre (2-4/09/22) en la hermosa localidad cántabra y balnearia de Puente Viesgo, fue todo un éxito. Imposible resumir en una crónica apresurada lo allí vivido, oído, presentado, improvisado, balbuceado, entrevisto… pero sí se pueden dejar algunas pistas.

Tras la bienvenida oficial por parte de Óscar Villegas, alcalde de la localidad, hubo recuerdos históricos del club gracias a la lúcida y divertida memoria del ingeniero e historiador Fernando Sáenz Ridruejo, uno de sus fundadores. Pendiente de sus palabras como debieron de estarlo los israelitas de los labios de Moisés, la tribu verbívora celebró su presencia como una fe de vida de su propia historia.
También se contaron algunas de las grandes diatribas de ida y vuelta que actualmente están en marcha en el mundo de la lúdica verbal, bien resumidas en la rigurosa y amena ponencia de Jesús Lladó, copresidente del club, algunas de cuyas conclusiones sin duda hubieran interesado, y mucho, al mismísimo Saussure.
Algo que es igualmente válido para el posterior rifirrafe entre anagramas y retruécanos que propició momentos de gran intensidad gracias al minucioso didactismo, tan creativo, de Raúl Ortiz —el gran factótum de la QueDada—, en contraposición con la veta irónico mordiente de Pablo Nemirovsky. Un duelo en toda regla, y sin posible arreglo, ya que los contendientes parecen haberse conjurado para no rendirse.
Por cierto: uno de los más hermosos momentos del evento —fuimos testigos de ello— se produjo cuando, tras años de dura brega a través del correo cibernáutico, estos dos gigantes del ludoverbalismo por fin se conocieron en cuerpo mortal y se abrazaron y desabrazaron: quien lo vio, emocionado, lo cuenta.
Hubo también comunicaciones tan gratificantes como la relacionada con las Palindrotiras”, las bien conocidas creaciones gráficas del artista José Pablo García, uno de los dibujantes emergentes del rico panorama del cómic español, además de crítico incisivo y muy paciente contertulio. JPG proyectó una antología de sus trabajos de palíndromos ilustrados que fueron muy celebrados. No faltaron, entre ellos, alguna variante afortunada del conocido «Yerno con rey», mordacidades y sátiras políticas en todas direcciones y una sección muy divertida de crónica social.
Se pasó después a las presentaciones de libros, empezando por una minuciosa explicación del tan elaborado como hermoso animalario cabalístico en euskera Abere ba, del equipo Bigara, encabezado por Itziar Aranburu y Jon Ander Garcia. Su propuesta incluyó la proyección de un corto cinematográfico concebido y realizado de forma bumeránica. Causó un gran impacto entre los asistentes, hasta el punto de que alguien aludió después al cine de Dreyer, mientras que otros mencionaban los encuadres geométricos de Kubrick. Como se ve, no eran referencias despreciables.
Se presentó, asimismo, mediante la inenarrable mostración de su escena central, el drama palindrómico El bon ser es noble, un riguroso recorrido por la vida, época, épica y aledaños de Don Álvaro de Luna. Pergeñado por Eliezer Pascual Peña, según el contador de Word, consta de 1881 versos, 8778 palabras y 33333 letras, además de tener como eje o centro “El orgasmo del rey”, un momento llamado a convertirse en cumbre y clímax del arte bumeránico mundial. Son 47 años de trabajo invertidos por el autor en un empeño que se inicia así: «Este drama no puede ni debe ser leído», lúcida y rara fórmula que te deja con la mosca al final de la frase en su retorno: Ese “Mar de Tse”, tan sugerente como —ya digo— mosqueante.
La intensa jornada matinal culminó con un recital de palíndromos —entre ellos, joyas como “Salta sola la mala maga los Atlas”— y un homenaje, además de a autores fallecidos y ausentes, a Sylvia Tichauer, gran hacedora de criaturas verbales en muy diversas lenguas —puede verse su cuenta en Twitter “La breve verbal”— y una de las personas más queridas del CPI.
Tras la comida fraterna y la foto de familia (véase), por la tarde tuvo lugar una muy emotiva sesión de «Cuentacuentos por el Mundo del derecho y del revés» a cargo del narrador, palindromista y médico solidario Manuel Cortés Blanco. Un acto que hizo las delicias de grandes, como Raúl, y pequeños, como la vivaz Clara, de cuatro años, que estaba a mi lado y no se perdió ni ripio.
Tuvo lugar después el estreno mundial, en rigurosa primicia y en sesión doble, de la obra dramático-bumeránica SOLOS, del gran dramaturgo austrohúngaro Luar Zitor, a cargo de Rebanal Teatro. La tan arriesgada como brillante propuesta cosechó numerosos aplausos y un buen fardel de carcajadas.
Entre ambas dos representaciones, como eje dinamizador, hubo un breve juego de Detectives Palindrómicos para el público menos familiarizado con los juegos reversibles. Su confección y desarrollo también corrieron a cargo de RO. Como el improvisado escenario estaba al aire libre y en un paseo público, los viandantes se paraban y más de uno probaba fortuna.
Se cerró el día y se inauguró la noche con un magnífico concierto de tango-jazz a cargo del grupo Tierra de Fuego, que encabeza y despliega, a golpe de bandoneón y flauta, el ya citado Nemirovsky, artista de una pieza con muy felices desdoblamientos. Entre la docena larga de temas interpretados fue muy aplaudido el que lleva por título «Yo sin voz ovni soy», un delicado viaje de ida y vuelta por la ruta natural de la sensibilidad. Un gran éxito.
Puso el colofón a la intensa jornada un vino cantabrón, ofrecido por el municipio, cuyas autoridades se volcaron con el evento, así como el resto de la pequeña población, convertida por un día en capital mundial de la palindrofilia. Aún hubo, ya en el largo camino hacia la madrugada, algunas muy divertidas peripecias, inenarrables la mayoría, siempre dentro de un clima festivo, creativo, chispeante…
En suma, toda una jornada para el recuerdo que sin duda tendrá retorno y ecos. Como corresponde.
Fue un placer y un honor participar en este cónclave ludoverbal a mayor gloria del “amo idioma”. La mayoría de los actos tuvieron lugar en la antigua estación de tren y los apacibles espacios verdes que circundan el noble edificio del Ayuntamiento de la balnearia villa pasiega. Se cumplió así, al pie de la letra (¿cómo si no!), el lema del encuentro: «Liaron el Pas a pleno raíl». Otra creación más de quien armó, organizó y sostuvo la cita en primera persona, con brillantez y gran eficacia: Raúl Ortiz. Y sin olvidar a Nagore, su compañera, siempre al tanto de mil y un detalles.

miércoles, 31 de agosto de 2022

LAS GAVIOTAS (Variaciones en Mar Menor)


(v.1: Las gaviotas)
Gaviota en el Puerto Deportivo de San Pedro del Pinatar. Foto AJR, 22.

El bañista, haciéndose el muerto sobre las aguas extrañamente limpias, incluso transparentes, de la laguna salada, consiguió llegar como de incógnito hasta el pequeño espigón donde las gaviotas patiamarillas se soleaban y parecían estar cuchicheando de sus cosas, acaso burlándose de las fisonomías amorcilladas del personal, quién sabe si intercambiando secretos sobre puntos favorables de pesca o, ya puestas, comentando las últimas novedades traídas por sus parientes, las gaviotas de Audouin, de alguno de sus recientes y cada vez más complicados viajes. El caso es que no prestaron atención a la ya inmediata proximidad del bañista, que se hacía el muerto con mucha pericia, hasta que llegó al grupo una gaviota reidora que con sus muy estridentes graznidos dio la voz de alerta… y de inmediato todas levantaron el vuelo. Con ella también vimos elevarse una estela brillante levemente azulada que poco después, al recuperar el cuerpo de entre las algas someras, supusimos que sería el alma del bañista, tan buen fingidor como seguramente aplicado lector de Fernando Pessoa, ele mesmo. Dios lo tenga en su gloria.

(v.2: El círculo)
Gaviota patiamarilla (Larus michahellis).
Probablemente la “jefa de la manada”.
Foto Tony Hisgett from Birmingham, UK.
Tomada de Wikipedia. Editada.
El bañista, haciéndose el muerto sobre las aguas de la laguna salada, algo turbias después de la lluvia de polvo o tal vez a causa de algún vertido clandestino, se fue acercando a la zona donde las gaviotas parecían estar escrutando el leve oleaje, que las mecía graciosamente, en busca sin duda de un buen alimento. Era curioso ver cómo se iban disponiendo en semicírculo y qué tranquilas se mostraban pese a la cada vez mayor proximidad del bañista, e incluso como parecían querer jugar con él al corro desplegándose alrededor hasta formar un círculo completo que el nadador, ya despreocupado de su posición de camuflaje, miraba con gran asombro por su perfección y complacido al sentirse el centro de aquel revuelo cada vez más alegre y numeroso, y en el que incluso le pareció que las aves, algunas de muy considerables proporciones a medida que se acercaban, estaban disfrutando como niños en el patio de su escuela marina y tan entregadas a su tarea que cuando ya formaban un círculo apretado comenzaron a entonar sus graznidos, primero de un modo muy suave y melodioso, poco a poco creciente y, a medida que se aproximaban más y más, cada vez con más fuerza hasta convertirse en un estruendo que sobresaltó al bañista y, Hitchcock mediante, le hizo caer de repente en la cuenta del peligro que corría en medio de aquel mar apacible y en el centro de una manada de gaviotas cuyos ojos llenos de furia y sus poderosos picos curvados tenía ya muy cerca, casi al alcance de la mano. Quiso entonces espantarlas y librarse nadando de aquel mal presentimiento, pero ya era tarde. La primera gaviota en atacar remontó el vuelo portando en su pico el globo ocular derecho del bañista limpiamente vaciado de su cuenca y, en una secuencia imparable, las demás aves fueron arrancando órganos, músculos, huesos, miembros con una voracidad tan descomunal y una tan veloz eficacia que aquella zona de la laguna no tardó en cubrirse por completo con una mancha entre rojo y ocre, mientras el cielo se llenaba de un ejército de alas y picos chorreantes que, tras un breve vuelo en formación compacta, no tardó en dispersarse hacia los cuatro puntos cardinales, tal como es sabido que se hizo con los despojos del tirano Santos Banderas en aquella novela de tierra caliente.


(v. 3: El renacido)
Un hipocampo en una Pennaria disticha', en el Mar Menor. 
Foto ©️
José Antonio Olive/El País. Editada.
El bañista, como si estuviera recién reencarnado, dudaba si volver a hacerse el muerto para acercarse sin ser notado al espigón donde las gaviotas pasaban el fin de la mañana, probablemente a la espera de que concluyesen los ejercicios ultrarrápidos de los cazas sobre la laguna y llegara el esperado momento del almuerzo reparador. Hacía tanto tiempo de su última estancia en aquel otrora paraíso que al elegante bañista le costaba trabajo recordar las viejas costumbres. Pero no tardó mucho en sentir que regresaban a él las fuerzas de aquella anterior vida como empujadas por los haces de luz que al entrar limpiamente en las aguas removían los lodos del fondo y propiciaban la turbiedad que a él, criatura de muy peculiares costumbres, tanto bien le hacía. Así que, ya del todo despierto y dejándose mecer por las corrientes intermedias, se acercó hasta donde sus viejas vecinas, primero con desconcierto, luego con alborozo, mostraron su sorpresa al verlo regresar y le tributaron el recibimiento reservado para las grandes ocasiones, hasta el punto de que la gaviota gongorina se puso a desgranar su muy preciso y algo temido canto, si bien justamente valorado por quienes de verdad aprecian y entienden de estas cosas, sin contentarse, mitad por vagancia mitad por simpleza camuflada de sencillez, con los comunes y anquilosados sentidos: «Durmió, y recuerda al fin, cuando las aves / –esquilas dulces de sonora pluma– / señas dieron süaves / del alba al Sol, que el pabellón de espuma / dejó, y en su carroza / volviose el hipocampo a la su choza». El caballito de mar había regresado a la laguna salada. La salvación aún era posible.

(v. 4: El nadador)

Picasso: El nadador, 1929. Museo Picasso, París.
Todo parece indicar que el bañista, nadador de profesión, se había equivocado de contexto. Ni haciéndose el muerto conseguía saber qué demonios pintaba él entre gaviotas reidoras, patiamarillas o rojigualdas; ni qué maldición aún mayor que la a tan duras penas olvidada había venido a caer sobre él para, después de recorrerse todas las piscinas del estado y aún del país entero, venir a dar en aquel podrido estanque de hedor y salmueras, rodeado por todas partes de seres infectos e infelices, como recién abortados por una catástrofe nuclear y cuya única misión existencial parecía consistir en servir de abono a los hipotéticos nuevos colonizadores de un horizonte de sucesos ya consumido. «Lo mío, pensó, era el viejo realismo, de corte existencial, incluso sucio, si se quiere, no digo que no; pero aún con sentido y nervio; y no esta subespecie ínfima y degradante de ciencia ficción distópico-apocalíptica (mucho tópico y poca psiquis) cuyo sólo rurbro es ya un insulto a cualquier tipo, por pequeño que sea, de inteligencia, incluso de la clase IA subdos». El bañista se había sentado justo en el centro del espigón donde ni las gaviotas le hacía caso y todo a su alrededor tenía la apariencia de un cuadro pintado por El Bosco en uno de sus días de extrema lucidez. «No voy a tener más remedio que chivarme a Cheever», pensó antes de que la noche cerrara la mano y él recordara una vez más, como todos los días y en todos los lugares donde volviera a contarse su historia, que la casa estaba vacía.

(v. 5: La caracola)
En una de sus transposiciones sobre las aguas calmosas de la laguna salada, aunque no sabe si lo ensoñó o realmente el hecho se produjo —casi seguro que fue esto último, pero no conviene alardear—, al bañista se le acercó una caracola y, como quien no quiere la cosa (curiosa frase), entre apropiadas volutas y esperables cornucopias de sentido (ya se ve), el animal le fue resonando palabras reverberadas hasta casi suspender la noción del tiempo. De hecho, en el popurrí se iba mezclando lo pasado a lo presente y podían vislumbrarse jirones del porvenir. Y dijo la caracola: «Fíjate, alma de cántaro, que Da Vinci se ha venido a bañar al Mar Menor. Dicen algunos que ha sido porque sus playas son zen: los bañistas no tienen que hacer nada para mantenerse a flote. Podrían equipararse a las del Mar Muerto, tanto por condiciones de salinidad como por expectativas de destino (ay, ay, ay). Lo no dudoso es que Leonardo se sentiría feliz de experimentar en cuerpo propio las infinitas posibilidades circulatorias y fluidas de su ideal hombre de Vitruvio al tener a su alcance la facultad de extender y prolongar huesos, músculos, tejidos y auras hasta el límite de lo posible, aprovechando una situación tan placentera como poco accesible al humano corriente, cual es la de la casi ingravidez que propicia la extrema salinidad. Siempre ha sido muy fácil nadar en este mar interior. Pero en los últimos tiempos —alguien dice que por efecto de la creciente eutrofización de las aguas, o sea, por el exceso de compuestos orgánicos en ellas— la facilidad para mantenerse a flote es en verdad impresionante. Hasta el punto de que hay bañistas que aprovechan (toma nota, mameluco) para convertir cada jornada de baño en una sesión de yoga donde el hombre —y la mujer, claro, y todos los demás sexos— de Vitruvio estira su cuerpo al máximo e inicia con suaves movimientos su abrazo circular al cosmos, y poco a poco, inspiración, respiración, sin necesidad de grandes facultades ensoñadoras, se va dejando ganar por el síndrome del milagro del mar de Galilea, aquel que llevó al más descreído y cabezón de los apóstoles a andar sobre las aguas como Perico por su casa, y nunca mejor dicho». Y hasta aquí la copia de lo que la caracola me dijo. Cuando salí de sus reverberaciones, la corriente me había acercado al espigón y las gaviotas, reunidas en corro, aunque quizás no fueran todas de la especie reidora, yo diría que se estaban descuajaringando.
Gloria Torner: Gaviota y Caracola, 2015.
Técnica mixta sobre papel. Col. particular
.

(v. y 6: Los Merluzos)
—Buen baño, eh.
—¿Eh! Sí, baño bueno.
—Cereblo verlo por acá.
—Lo mismo digo.
—Más limpio sí parece.
—Hasta las gaviotas lucen más lustrosas.
—Y contentas. Mire esas cuatro.
—Es verdad. No paran de reírse.
—Ja, ja. Lo llevan en el nombre.
—Sí, sí, ja, ja.
—Ya, pero no hay que fiarse.
—Menudo lío.
—Sí, los vertidos.
Atardecer en el Mar Menor, frente a la Isla Perdiguera.
Foto: 
©️ Pacto por el Mar Menor, asociación que lucha por
la salvación de la laguna salada
.
—Y tanto.
—Ser la huerta de Europa sale caro.
—Ya le digo.
—Y que somos muchos.
—Y producimos mucha basura.
—Y ahora, encima, la tontuna esa.
—¿Cuál de las miles?
—¡Hombre, no exagere!
—Las dejo en 999. Pero diga cuál.
—El botellón de yates.
—Ah, la fiesta de barcos.
—Eso mismo.
—En la isla del Ciervo, creo.
—¿No fue en la del Soneto?
—¿Cómo dice?
—Creo que la reunión fue ahí, en el islote del Soneto.
—Desconocía que tal ínsula existiera. ¡Eso se lo ha inventado!
—No, no. Lo vi en un viejo mapa. Hace años.
—¡Primera noticia!
—Pues ya lo buscaré y se lo enseño, ¡desconfiado!
—A ver, si no digo yo que…
—La que está más cerca de la Perdiguera. Esa era.
—Ah, usted debe de referirse a la Isla del Sujeto.
—¿Cómo dice? Ahora es usted el que fabula.
—No, no. Se lo aseguro. Consulte la cartografía de la zona.
—En fin, Sujeto o Soneto, no hay tanta diferencia.
—Y las erratas son el par nuestro de cada día…
—¡Y qué lo diga, qué fatiga!
—Ej caso es que con reuniones de ese jaez…
—Jaez es apropiado, sea lo que sea.
—Parece como si todo se hubiera llenado de extraterrestres.
—¿Y eso?
—Hay que estar muy desinformado para actuar así.
—O tener muy mala leche.
—Ya sabe lo que dice el jefe al respecto.
—¿Qué jefe?
—Bueno, usted ya me entiende.
—No. ¿Pero qué dice?
—Lo del imparable avance de la zombificación.
—Eso lo he pensado también yo muchas veces.
—Eso va a ser que va usted para jefe…
—No le pillo.
—No tiene importancia.
—Más que nada lo que a mí me gusta…
—El palique, ya sé.
—Eso también, pero…
—Cada vez está más crudo.
—… decía que lo más me gusta es ejercer de…
—… de escuchante, de atento interlocutor.
—¡Pero déjeme acabar la frase, hombre!
—Disculpe. Es la confianza...
—Decía que…
—Y las cosas del directo. Pero diga, diga.
—Pues eso, que me gusta ejercer de ser humano…
—Claro, el dibujo animado cansa mucho.
—… convencido del inmenso valor que tiene…
—Sí…
—… no dejarse vencer por los prejuicios.
—Eso es.
—Ni por las cobardías…
—Ahí le ha dado.
—Ni por las deserciones...
—Clarinete.
—… de quienes consideren que todo es consecuencia…
—Diga, diga.
—… de quienes ejercen la por otros llamada funesta manía de pensar.
—¡Bravo! Se lo compro.
—¡Eh, qué dice? Aquí no vendo nada.
—Que estoy de acuerdo. Quiero decir que estoy de acuerdo
—Sentido común, más que nada.
—¿Nada ha dicho?
—¡Eso mismo!
—¿Y a qué esperamos?
—¿A nadar?
—¡A nadar!
—¡A nadar!!
El bañista, completamente relajado e inadvertido gracias a su lograda forma de hacerse el muerto, pudo asistir con total discreción y casi ensimismamiento al diálogo de dos muy cualificados compañeros de playa y tomó buena nota de su diálogos. Y aquí nos los deja, convencido (me confiesa) de que la pequeña serie de miniaturas del Mar Menor por fin podrá darse por cerrada. Al fin y al cabo, aunque sean sujetos de pesca de altura, los merluzos se mueven como peces en el agua en cualquier superficie húmeda. Digo yo.
(LUN, 651, 650, 650bis, 648, 640 y 639 ~ Variaciones en Mar Menor + «El retorno de los merluzos»).



martes, 5 de mayo de 2020

La voz de Idir


(En voz alta). Uno tiene, como dijo alguien, muchas lagunas en su incultura. Una de ellas tiene que ver con el desconocimiento de formas del arte que deberían estar presentes en nuestro ámbito de intereses y, sin embargo, son sólo carencias. Al grano: acabo de enterarme de la existencia de un excepcional músico argelino llamado Idir al mismo tiempo que leía la noticia de su fallecimiento en el periódico. En otro tiempo, el dato hubiera pasado por mi vida sin pena ni gloria (o, como mucho, recortado para formar parte del lemario de alguna enciclopedia: del repertorio de necrológicas del suplemento bianual del Espasa, por ejemplo). Gracias a la maravillosa mano de la tecnología, en esta ocasión he podido localizar esta delicadeza en YouTube y, al compartirla aquí, y más tarde colocarla en mi blog, sé que dejo a buen recaudo y resguardo un magnífico hilo de seda del que tirar. De momento, celebro que un poco de belleza ha vuelto a salirme al paso. Albricias.

martes, 27 de noviembre de 2018

Gloria Fuertes, 20 años



(Visiones en voz alta). Parece mentira, pero ya se cumplen, hoy, 20 años de la muerte de Gloria Fuertes. Puede que en esa sensación de atropellamiento del tiempo (aunque por sí sólo ya se basta) influya el hecho de su otro reciente aniversario, las reediciones y nuevas ediciones de sus obras, la estupenda exposición del centro Fernán-Gómez, la tontería que dijo Javier Marías, las simplezas que dijeron muchos de sus sobrevenidos defensores y, muy por encima de todo lo demás, su condición de poeta-cometa verdadero con ciclos de retorno que sólo ella y si acaso algún cosmólogo atento y erudito conocen. El caso es que ayer me alegró la tarde el homenaje que le hizo en la radio Elvira Lindo, y volví a pensar en la inmensa suerte de haberla conocido de forma natural, sin posturas ni imposturas, con la misma condición de esas flores a las que, con plena gracia y su muy inteligente retranca, dijo aspirar en el segundo de sus poemas que recuerdo haber conocido. El primero fue el de “la Cabra”, que le oí recitar en el Instituto Padre Juan de Mariana, en Talavera, un día de tal vez el mes de octubre o noviembre de 1973. Ayer, como quien dice. Esta “mitad invisible” del Ortega es un buen acercamiento a la gran Gloria. Sirva de recuerdo y homenaje.


 Y este documento (creo que de 1996) de una tertulia en San Sebastián de los Reyes, con José Hierro y la presentación de López Azorín. Gloria para adultos, sin ningún reparo



miércoles, 1 de marzo de 2017

Sobran ángeles


No me guiñes el ojo parcheado,
ángel de la vanguardia, tan antiguo.
Te he visto alicaído, gris, ambiguo,
menos ángel que gallo desplumado.

Y tú, Luzbelcebú, ángel suicida
por ansias de ser dios siendo serpiente,
¿a dónde fue a parar toda esa gente
que te dio el alma a cambio de más vida?

Ángeles derretidos de blancura,
atados por la luz a la escotilla
del bajel celestial y a eterna noria.

Y ángeles de inconcreta encarnadura,
espíritus más bien de pacotilla...,
¡en el infierno estáis como en la gloria!



Nota. Al coincidir este año el miércoles de ceniza con el día en el que se celebra (o celebraba) la festividad del Santo Ángel Custodio del Reino, me ha parecido oportuno rescatar este soneto contra los ángeles. En mi primera juventud fui un lector apasionado del libro de Alberti que tiene a estos seres espirituales como protagonistas. Y como símbolo y tema frecuente en muy diversas formas de arte, los ángeles casi siempre me han resultado más bien simpáticos y útiles. Además de terribles, como los veía Rilke. Es probable que, junto a cierto cansancio que con el tiempo podemos llegar a sentir ante nuestras preferencias, en el origen de este soneto esté una algo agria aunque finalmente inane polémica sostenida en un viejo foro de poesía con alguien que solía cantar, un día sí y por la tarde también, al «ángel caído». En todo caso, confío en que el sentido irónico que siempre tuvo el poema sea perceptible. Y que quienes creen firmemente, o de forma imaginativa, en estas criaturas no se sientan molestos. De la imagen con la que ilustro el texto no conozco el título ni el autor. Se agradecen pistas. Por el llamativo efecto ocular, me recuerda en parte al monstruo que creó Guillermo del Toro en El laberinto del fauno. Y en parte, también, me parece que podría haberse escapado de una versión surrealista de El cielo sobre Berlín, la película de Wenders en la que un ángel llamado Damiel (Bruno Ganz) sucumbe a la tentación de hacerse humano. En fin, como se ve, demasiados ángeles por todos lados.