Como el tiempo se le había transformado en un grave problema de velocidad, decidió dar por concluidos los días antes de que ocurrieran y volver a Borges. ¿Pudiera tener la eternidad alguna especie habitable y perdurable en forma de infinita conversación? Seguramente, pero quizás no habría ya oportunidad de comprobarlo, ni sería posible hablar de estas cosas con nadie con la minuciosidad requerida. De modo que, al encarar el Mes por antonomasia del año, la mejor opción parecía volver a su vieja querencia y hacer de los viernes, fieles compañeros náufragos de la isla, un a modo de palanquín* cubierto y salir a pasear en él con el auxilio de las palabras del Gran Vidente: «El autor tiene que tratar de hacer algo bello. Si eso bello no es enteramente original no importa». Quod erat.
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