Este personajillo de dibujo animado que no existe —o eso creo— más allá de mi mente es un muy rubicundo y angelical demente que siempre va volando del uno al otro lado y solo se detiene si le falta el aliento o se le quiebra —oh cielos— el gran cañón de un ala: es un Ángel muy cuco y un poco martingala en sus bizarrerías de ser un ser de cuento o de historieta chusca como la que ahora mismo, sin pedirme permiso, quiere colarme aquí. Y eso que le he avisado: «No insistas, majadero, regrésate al abismo de la nada en que vives, consulta a un alfaquí; y luego, si te abrumas, retorna a tu tintero». El garabato sopla y se extingue la llama. Se llama Zascandil, como es obvio y es fama. (A mí se me hace cuento que sea solo un mito. Y me recuerda mucho al trasto de… ¡Angelito!).
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