(Al filo de los días). «Tres artistas en uno y un solo creador verdadero». Así se podría resumir, prescindiendo de todo aroma dogmático, la experiencia a que desde ayer nos invita la singular galería Veta by Fer Francés, abierta hace unos meses en un cogollo semindustrial del barrio de Carabanchel, en el amplio espacio de lo que fue una imprenta. Buenos efluvios. Se trata de la exposición «Tres en uno», compuesta por obras de Andrés Rábago y sus avatares artísticos, EL ROTO y OPS. Fue un verdadero placer asistir a la previa a la inauguración, poder departir brevemente con el artista, su familia y algunos amigos, entre ellos el gran Manuel Vicent y, sobre todo, recorrer pausadamente una muestra que se articula en cuatro espacios expositivos, muy bien articulados y de creciente intensidad.
La gran sala de la entrada, diáfana y respirable, está dedicada a acoger una selección de «100 viñetas 100» de las que cada día El Roto nos regala en El País, a menudo dando en el clavo de la cuestión candente. Muchas veces también metiendo el dedo en la llaga. Y siempre levantando el vuelo de la reflexión sobre asuntos de interés, incluidos los que con demasiada frecuencia corren el riesgo de ser pasados por alto. Ese hilo de meditación y denuncia que el artista, en su faceta de comunicador e incluso de agitador social, nos brinda cada día, en el papel —a quienes aún traficamos con Gutenberg—, o entre cristales —ya más comúnmente, en la zombisfera—, se ha convertido en un verdadero punto de contacto de la vida comunitaria, algo así como «un supremo ejercicio de resistencia en la dignidad del pensar», como sobre poco más o menos me dijo un profesor de filosofía presente en el evento.
El siguiente recinto, una sala de más reducidas dimensiones, está dedicado a «No se puede mirar», el singular diálogo de altura que el artista ha mantenido con la obra gráfica de Goya y que ya estuvo expuesto en el Museo del Prado. Palabras mayores: que El Roto, en este avatar suyo de testigo intemporal de un tiempo concreto, es lo más parecido que hay en nuestro panorama artístico a lo que fuera el Goya cronista gráfico de otra época convulsa, es ya casi un lugar común. No insistiré en ello, aunque tampoco perderé la ocasión de resaltar que esta sección es, por sí sola, una página excepcional del arte gráfico de este siglo y como tal debería pasar a los libros de texto. Alguna estampa, como la del perro Goofy suplantando algún lugar de culto de nuestra sensibilidad, en el dibujo titulado La contaminación, es probable que hubiera hecho las delicias —sobrias pero firmes — de Sánchez Ferlosio. Un suponer.
Mayor novedad para mí supuso el contenido de la tercera sala, la dedicada a la obra del A. Rábago ortónimo: por entendernos, la manifestación del artista en cuanto pintor, con una paleta muy colorista y vivaz, y unas composiciones de marcados juegos geométricos y cierto aire onírico. Aún resultando coherente con el resto de la obra, es un apartado que ofrece un cariz más autónomo y más, por así decir, en clave de artista. También, un contrapunto vital de luz y color, otra dimensión de la vida de cada día. Cuelgan allí una veintena de obras que por sí solas darían pie para indagar en la propuesta estética de una creación tan personal como bien enraizada en una tradición muy reconocible: la de la pintura metafísica italiana de principios del XX, en la estela de Chirico, por ejemplo. O las propuestas de esa madre de todas las vanguardias que fue Dadá. Y es también la parte más “literaria”, donde se hace presente —o se intuye— una notable carga de diálogo con corrientes, autores, escuelas, argumentos o asuntos que podrían vincularse con los mundos de, por ejemplo, Musil, Kafka, Borges. O Pessoa, con su tribu a cuestas.
Y, finalmente, en la sala del fondo, verdadero sancta sanctorum de la muestra, se accede a la estancia (o morada) interior donde viven los sueños y corren las aguas del subconsciente. Allí se muestra una de las obras míticas de ese “maestro del decir callando” que fue OPS: La ría, una especie de relato gráfico de marcado cariz expresionista, quizás también deudor del gran cómic americano, y que versa sobre, por así decirlo, las inundaciones y avenidas de la realidad en el fondo de las conciencias (entre otras muchas posibles “lecturas”). Pude comprobar que es una obra que sigue teniendo un gran poder de conmoción. Y que quien está tras ella es, con toda probabilidad, el verdadero padre estético y sentimental de los artistas que han emergido después.
Fue, en suma, un periplo intenso y emocionante por la triple personalidad de un artista al que alguien a mi lado, con visible entusiasmo perplejo, definió como “lo único que nos va quedando de un mundo que ya no existe”. Una forma de verlo. Naturalmente hay otras. Poder disfrutarlo es mucho. No se lo pierdan.
Y como propina, esta excelente entrevista que he pescado en Youtube. Larga y elocuente.
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