(AJR: 7,33; Palíndromos ilustrados, LVII)
Esta noche, quizás por influencia de la primera luna primaveral, he soñado con la noche. Y en ella había un gran perro de aguas que vivía junto a un lago. Y del lago brotaba un fulgor que asustaba al perro. Y el perro asustado, erizado por un pavor que le daba el horrible aspecto de un ogro, salía corriendo en dirección al bosque cercano. Y yo, habitante del bosque, buscando escapar de la noche para encontrar el agua, corría sin quererlo a su encuentro. Al cruzarse nuestras miradas, en medio de la oscuridad y junto al fulgor del agua, he comprendido que el perro también huía. Sin palabras ni aullidos de por medio, gracias a esa intersección de la escala zoológica que permite entenderse a humanos y animales, hemos decidido intercambiar nuestros desvalimientos y abandonar la noche, el bosque y el sueño, por la única salida posible: la puerta entreabierta de estas palabras.
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