Ilustración de Javier Serrano para una edición de los cuentos de Grimm, Anaya. |
El artículo, por cierto, incluye como ilustración un cronograma, no completo pero sí relevante, de las diferentes operaciones de compra, absorción, penetración o «sometimiento» que se han producido en los últimos treinta años en nuestro ecosistema editorial. Su principal carencia es que deja al margen el sector del libro de texto, donde también se han producido fuertes movimientos. Y aún son previsibles, incluso de forma inminente, nuevas decisiones, una vez que se abandone —si es que se abandona— el relativo limbo en que se encuentra la vigente Ley de Educación (LOMCE).
El nuevo paso globalizador no es una buena noticia, aunque fuera esperable y no vaya a ser el último. Y aún lo es menos si se tienen en cuenta el empobrecimiento cualitativo de los órganos de decisión interna que ha acompañado esa concentración editorial y la escasa sensibilidad mostrada respecto a la calidad mínima exigible a los, así llamados, «productos culturales».
Menos mal que en los márgenes, tanto dentro de los dos grandes grupos como en el cada vez más poblado barrio de la edición independiente, hay un buen número de francotiradores que, frente a ese duelo de gigantes, siguen empeñados en afrontar los riesgos de la cultura —que continúan siendo los mismos de la vida— con la actitud de quien no tiene miedo a encontrarse solo ante el peligro.
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