Para inventar lugares nuevos
sobre paisajes conocidos
y dibujar rostros serenos
en la secuencia de la vida,
toma la luz que aún ilumina
el interior de las palabras
y ponla encima de la mesa:
que pueda verse y haga ver.
Luego, desanda la escondida
vía empedrada de los signos
y mientras borras tus pisadas
escucha el hueco de su voz.
Ese será el lugar nuevo.
Y ese tu rostro. Al fin, fundidos.
Paisaje que esconde un rostro (y viceversa). De autor desconocido. Tomado de aquí.
4 comentarios:
La luz de las palabras
empieza a brillar
por su ausencia.
Un saludo
Gracias, Anacanta. Así es. Precisas y hermosas tus palabras. Bienvenida a la Posada.
Qué bien consuenan, Alfredo, imagen y palabras. Y qué armónica esa cadencia eneasílaba, tan poco agradecida y que aquí tan bien fluye.
Un abrazo.
Gracias, Antonio, por tan generosa lectura. La verdad es que tardé en caer en la cuenta de la métrica del poema. Surgió sola, como un rítmillo. Otras veces he tratado de «cazar con lazo» versos de a nueve, pero sin suerte. Como bien dices, no es un baile fácil; todo el rato tiene uno la impresión de estar pisando pies. Abrazo.
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