Split. Palacio de Diocleciano. © AJR, 2011. |
miércoles, 31 de diciembre de 2014
Salir del agujero
lunes, 22 de diciembre de 2014
Feliz Navidad
viernes, 19 de diciembre de 2014
Un regalo navideño: «¡A mí la Lima!»
Por mero azar de ventura, aunque de lejos guiado por las buenas vibraciones de mi amigo Darabuc (su blog, aunque ahora inactivo, es un pozo sin fondo de pistas valiosas), he dado con este hallazgo en verdad novedoso, aunque al parecer lleva ya un par de años dando vueltas por las nubes. Y es, además, una actualización de un invento surgido en las entrañas de Oulipo, el vigoroso laboratorio de escritura potencial cuya energía parece aún lejos de agotarse. De hecho, muchos de sus procedimientos, en permanente renovación, se siguen mostrando particularmente idóneos para, como sugiere la sigla que cifra el nombre de este ingenio, librar a las almas sensibles de las prisiones letales que engendra el tedio.
Se trata, tachín, tachín, de nada más y nada menos que de La Increíble Máquina Aforística (LIMA), un artilugio que parece sacado de aquellos inventos del TBO que tanto nos gustaban de niños. O de los más recientes pero también ya muy veteranos forgendros. Aunque, a diferencia de unos y otros, esta máquina funciona de verdad, en el mundo real real, no sólo en el real imaginario, como podrán comprobar con el simple gesto de clicar sobre la última palabra de este texto (¡no huyan aún!) y seguir luego luego, como diría Cervantes, las instrucciones que verán en el lugar al que tan simple gesto, si todo funciona, ha de llevarles.
He aquí una hermosa y muy útil herencia de la vieja sabiduría patafísica y de las corrientes que entienden la escritura ante todo como un juego, y en consecuencia sostienen que el azar puede ser uno de los más valiosos aliados del arte. Al fin y al cabo, ¿qué es la creatividad sino un paciente y continuo olfateo del mundo y sus espacios interiores para descubrir el curso de los vientos favorables?
La fabulosa LIMA tiene detrás una historia muy intensa y más letra de la que aquí y ahora sería pertinente deletrear. Ya lo advertirán por ustedes mismos a poco que le presten una pizca de su valioso tiempo. Y más, mucho más, si se entretienen con las interesantes explicaciones de su hacedor, el escritor e ingeniero informático Ginés S. Cutillas. Y, sobre todo, si se lanzan con entusiasmo a darle a la manivela y prestan atención despierta a los resultados.
Por mi parte, confieso que, si fuera twittero o mero partidario del nuevo gay trinar, este descubrimiento me habría puesto al borde del suicidio. E incluso un paso más allá: con los pies en el aire. De modo que algo valioso puedo agradecerle ya a mi proverbial y algo viejuna (lo reconozco) renuencia a transitar ciertas redes sociales. Al menos hasta ahora.
Lo cierto es que, lejos de esas pesadumbres, y decidido a seguir empleando la mirada infantil, que acaso sea la única capaz de hacernos soportar lo insoportable del interminable ciclo navideño, quiero pensar que LIMA es el regalo cibernáutico que ese gordinflón perseverante que es Papá Noel me ha dejado junto al árbol. Milagro y gordo, ya digo, lindante con la pura maravilla, máxime si se tiene en cuenta que este año en la Posada no hay árbol que valga.
Y como tal dádiva de Navidad, quiero compartirla con todos los amigos y visitantes de este albergue, a quienes deseo (empezando por usted, amigo o amiga, que quizás está leyendo esto ya con un poco de impaciencia...) unas muy felices fiestas. Y que 2015, además de próspero, sea el año en el que, impulsados por la alegre marea de las frases que tienen en su principio su final y en el final su principio, por fin podamos salir al espacio exterior y gritar: «¡A mí la Lima!»
(AJR: 4, 9; Palíndromos ilustrados, XXXIX)
lunes, 15 de diciembre de 2014
Adiós, linda amiga
En la madrugada del pasado sábado falleció nuestra querida amiga María Teresa (López Mayo). En la mañana el domingo, sin duda el día más triste de este invierno anticipado que nos ha caído encima, le dimos tierra en el cementerio de La Almudena, bajo una gélida llovizna convertida en algo más que un accidente meteorológico. Hablo en plural porque la condición de nuestra amiga Maritere, un ser luminoso que siempre estuvo del lado de la belleza, era la de hacer de puente entre quienes (y somos muchos) tenemos la suerte de haberla conocido y haberla disfrutado como amiga durante tantos años... aunque, finalmente, qué pocos y veloces. En mi caso, han pasado casi treinta y cuatro desde que, en junio de 1981, coincidimos trabajando en Salvat. Y ya nunca dejamos de vernos, de tratarnos y de querernos. A su delicadeza, sensibilidad, inteligencia y cariño le debo tantas cosas, que no es este ni el lugar ni el momento para tan siquiera intentar reflejarlas. Incluso esta misma nota se me hace de escritura difícil. Y tan insuficiente...
Hoy (ayer ya, en este día tan largo), Santiago, su compañero y alma gemela, y los amigos del antiguo coro de la Unesco, al que Maritere también perteneció, le dedicaban, entre otras hermosas canciones, la delicada pieza del Cancionero de Palacio que en el vídeo interpreta Amancio Prada. La grabación no tiene mucha calidad y carece de la riqueza polifónica con que la obra original fue compuesta. Pero está llena de emoción. Y corresponde, además, a una fecha cercana a cuando nos conocimos. Así que me resulta fácil imaginar que soy yo mismo quien la canta. Un disparate tan desproporcionado que, ahora mismo, mientras la escucho, estoy sintiendo en mi cabeza, y en el corazón, la risa con que tantas veces Maritere, generosa, comprensiva, divertida, además de sufridora de mis más bien limitadas dotes para el canto, solía celebrar mis gansadas y ocurrencias. La música da cauce a un sentimiento que va mucho más allá de las lágrimas. Adiós, dulce amiga, nunca dejarás de estar con nosotros.
sábado, 13 de diciembre de 2014
Espantapájaros
Un cuento de invierno, triste como el frío, pero contado con hermosas imágenes, en la voz del desaparecido Sancho Gracia.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Laboreo
El caballero
de la triste figura,
mientras me afeito.
En lo no dicho
reside su secreto.
Por eso mismo.
No habla a la mente,
al corazón que piensa
con su ritmillo.
Ventas, molinos,
castillos o gigantes,
dioses y diablos.
Cuánta locura
con su locura cura
mi don Quixote.
Cómo entenderle
el alma al que la lleva
tan transparente.
Jerónimo Elespe: Abril.
sábado, 6 de diciembre de 2014
El pan de la infancia
¿Alguien sabe, recuerda o tiene noticia de si hubo una vez, hace más o menos medio siglo, un tipo de barra de pan que recibía el nombre de fabiola? Ahora que ha fallecido la reina de los belgas, española de alcurnia, hermana de aquel genio caradura del monóculo, su nombre, Fabiola, además de a viejas novelas de romanos, me sabe a la hierba de la infancia, en concreto a su pan. No podría jurar que no sea este un falso recuerdo, ni lo contrario. Aunque si pienso que rebeca fue el nombre que tuvo, también por aquel entonces, una prenda de vestir así llamada por la protagonista del filme homónimo de Hitchcock (eso lo supe mucho después), lo recordado adquiere cuerpo y se ilumina con tanta precisión que parece como si el hecho en que se funda acabara de ocurrir y estuviera recién horneado. ¿No lo huelen? Es lo que tiene el pan de la infancia: se mastica a lo largo de toda la vida. Puede que sea el único verdadero alimento. O al menos el único digno de ese nombre.
Y es lo que pasa hoy, 6 de diciembre, con el rostro agrietado de la señora Consti (¡qué crudeza!). Acabo de leer en El País de papel un artículo del profesor Santos Juliá que desarrolla con suficiente extensión y claridad lo que yo mismo pienso, salvo por algunos matices, acerca de la encrucijada institucional en que estamos sumidos. Coincido en que, al tiempo que es preciso reformar lo que ya no sirve, también es necesario reivindicar, en estos tiempos crudos, lo que en nuestra juventud fue, sin duda y con todas las salvedades que se podrían hacer, un triunfo de la creatividad frente a la inercia, de la generosidad frente al rencor y, acaso con mayor precisión, el fruto del esfuerzo que unos y otros estábamos haciendo para sacar el arado de la historia del surco de Caín. Y ahí lo dejo.
Con el paso de los años, los estratos de la vida, quizás porque hay algo en el tiempo que se mueve en espiral, tienden si no a confundirse sí a solaparse. Hoy, sobre la piel fría de este día ya preñavideño (sic), en mi conciencia se superponen el pan de la infancia y el entusiasmo de la juventud. De algún modo que sería complicado desmenuzar (aunque puede que ya esté hecho, o al menos desmigado), una y otra querencia me impulsan a lanzar, sin estridencias pero con convicción, un saludo vibrante, que no llega a ser un grito, aunque lleva expreso el deseo de que se oiga bien: ¡Viva la Constitución!
Muchacho con una cesta de pan, de Evaristo Baschenis, 1655.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Allí ve Sevilla
Siempre que tomo el bus 9, que va de Hortaleza a Sevilla, generalmente en la parada de López de Hoyos casi esquina a Fernández Oviedo, caigo en la cuenta de que esto no es Buenos Aires. En principio, me alegro, claro. Nadie rompe la realidad impunemente, ni siquiera en sus segundas acepciones, sean estas ecológicas o no. Pero después siento una nostalgia extraña y hasta estruendosa, contra la que no puedo luchar, y avanzo por las calles de Madrid como Martín Fierro por la pampa. La ensoñación suele durarme hasta el viejo palacio mudéjar de ABC o, como mucho, hasta el Museo Arqueológico, nada más dejar atrás la grande bandera de Colón, manda güevos, que corta el viento a todo trapo entre las más bien cubistas naos de piedra. Ya en Alcalá, miralá, miralá, soy otro hombre. Al descender en la isleta de Cibeles, echo una moneda al aire para decidir el rumbo. Según sube el cobre, a veces me quedo escudriñando el cielo, golpiado por su proximidad, pasto fácil de su desmesurada belleza, entre las corrientes contrarias del gentío y un marcado sentido personal del embeleso bobo, que no es más que un modo fácil de manejarme con la cámara lenta. Si sale cara, me dirijo hacia el Círculo y, a la sombra de su Minerva poderosa, doy el día por salvado. Pero si sale cruz, tampoco importa. Lo que se decide con esa pequeña inspección del azar tiene menos valor que el hecho de haber llegado a las cercanías de Sevilla y poder comprobar que sigue allí, en la pared de siempre, la escueta sombra grafitera que un día, cuando laboraba de «turronero» en el antiguo edificio de Correos, sección Buzones, me dio la bienvenida al nuevo tiempo que entonces comenzaba a abrirse en mi vida y que ahora, más de cuatrocientos años después, aún me conmueve hasta estirar un poco el pergamino de mis lívidas mejillas y ponerme al borde del milagro. Quién estuviera vivo para poder llorar. O reír. A mandíbula batiente, cómo si no.
domingo, 30 de noviembre de 2014
Luz de noviembre
Dejemos que la lluvia nos golpee la cara,
que los ojos descubran el alma de las cosas.
No le pongamos límite al sueño de las nubes,
que el viento sople libre, que las semillas vuelen.
Aunque acaso seamos solo cañas que piensan
y a veces sienten miedo de su azúcar oculto,
despleguemos las velas de los días fugaces
porque sólo está vivo de verdad lo que muere.
Cualquier día seremos en la rueda del tiempo
partículas molidas en el confín del cosmos.
Vivamos cuanto ahora la vida nos regale,
la suerte de sabernos sentir y ser sentidos
en un instante eterno que es este mismo instante.
Esta luz es la luz y en su luz está todo.
Rescatado de los Arcones de la Posada
Primera publicación, con el título November bye, 30 nov 2012; a las 19:56
(hace exactamente 2 años, ayer como quien dice).
lunes, 24 de noviembre de 2014
Juan «Cervantes» Goytisolo
La concesión del premio Cervantes a Juan Goytisolo es una suerte de reconocimiento con cierta propensión a la redundancia, valga el circunloquio. Quiero decir que a pocos escritores vivos del ámbito hispánico les cuadra con mayor exactitud la condición de heredero de Cervantes que al autor de Señas de identidad (título que convirtió la frase en tópico), Reivindicación del Conde don Julián (que acabó siendo Don Julián a secas), Juan sin Tierra, Makbara o Telón de boca, por citar a vuelapluma los libros de su autoría que más huella me han dejado, y a los que debería añadir los ensayos de Disidencias y textos directamente autobiográficos como Coto vedado o En los reinos de taifa.
Aunque, si los recuerdos no me engañan, fue un libro algo atípico entre los suyos, Campos de Níjar, la primera obra de Goytisolo que leí, y con un deslumbramiento similar al que entonces (o un poco antes) me había producido el Viaje a la Alcarria, de Cela. Esa obra me llevó a viajar a Almería, para conocer sobre el terreno unos paisajes y una realidad que ya no eran los del libro, pero tampoco todavía los de la posterior «revolución de plástico». Pese al tiempo transcurrido y la realidad transmutada, me sigue pareciendo una obra de enorme interés. Volví a ella hace unos meses, tras ver la última película de David Trueba, por meras afinidades espaciales.
Del mismo modo, sus narraciones escritas desde el otro lado del Estrecho, que leí con entusiasmo compartido con muchos amigos y amigas de entonces, influyeron de forma decisiva en mi interés por conocer Marruecos y me sirvieron de guía emocional y estética tanto entre las calles de Tánger como, y sobre todo, en la intensa experiencia que viví la noche en que llegué a la plaza Xemáa el Fná, cuyo espacio había leído y deletreado en sus obras (también en las Voces de Marrakech, de Elías Canetti).
Pero a Goytisolo debo agradecerle, además, el descubrimiento de la obra de José María Blanco White, así como un acercamiento explícito a la visión de la historia de España sostenida por autores como Asín Palacios, Américo Castro o Emilio García Gómez. Una enriquecedora perspectiva, llena de razones que habían sido falseadas y de sensaciones reprimidas, frente a la esclerótica imagen de la «historia oficial» que el franquismo y el tradicionalismos católico habían inoculado en la formación que entonces recibíamos, imagen y enfermedad hoy felizmente superadas, al menos en el terreno formativo, aunque no hayan dejado de segregar retoños más o menos contumaces.
De esas lecciones, que quizás no siempre fueron bien asimiladas y que otras veces, al pasar el tiempo y ampliarse los puntos de vista, resultaron discutibles y fueron discutidas o reinterpretadas, me queda una valoración del escritor ahora premiado como un gran disidente, un pensador libérrimo, un creador comprometido física y moralmente con su escritura y un gran renovador de la prosa hispana.
Todo eso podría resumirse diciendo que, en realidad, Juan Goytisolo es sobre todo un fiel discípulo de Cervantes, uno de los que con mayor riesgo y acierto ha seguido las huellas de la gran innovación cervantina, hasta conseguir añadir al árbol del idioma esa importante rama que es su obra creativa, en todas sus vertientes, sin duda una de las más personales de la literatura de nuestro tiempo. De ahí lo de la redundancia del premio que decía al principio: el Cervantes ha premiado a un autor digno como pocos de ampararse bajo ese nombre.
Imagen, Juan Goytisolo con la plaza de Xemáa el Fná al fondo.
Fotografía © Sofía Tirado González, 2008
Fotografía © Sofía Tirado González, 2008
martes, 18 de noviembre de 2014
La erata real
Al volver sobre sus pasos, al ministro Montoro le entró la risa floja. No podía dejar de imaginarse al escritor Marías afánandose en imitar su vocezuela, cada vez más atiplada, y gozaba, y mucho, sabiendo que se lo estaba poniendo muy difícil en la enconada lucha por encontrar el adjetivo capaz de poner en su sitio a la pura realidad. «A este paso, no tardaré en entrar a formar parte de sus novelas», pensó el ministro como si eso realmente le importara. Y menos ahora que había logrado poner a punto su mejor argumento sobre el vidrioso asunto aquel de la hacienda de la infanta y se disponía a compartirlo con los bultos de los escaños y, quién sabe, tal vez con algunos invitados no esperados en la cazuela. Dio unos pasos hacia la tribuna de oradores y, haciendo honor a su nombre, contempló el hemiciclo como si fuera el coso en una tarde grande. Fue entonces cuando desde debajo de la mesa de la Presidencia, quién sabe si atufada por el olor a puros guardados a medio consumir en faltriqueras camufladas, o por los muy vulgares pero frecuentes aromas pedestres de algunas señorías, una rata gorda, grisona y de ojos saltones salió corriendo velocísima, trepó por la tribuna, correteó entre los papeles y el vaso de agua, olfateó al ministro, que la contemplaba estupefacto de ojos y de labios, miró hacia el tendido, por lo común atónito, y acercando sus bigotes de rata de alcantarilla al micro, dijo con voz asaz ronca y muy acanallada:
—¿Qué pasa, nunca han visto una rata real?
Fue justamente entonces cuando la gotera del Congreso se reveló en toda su crudeza y sus señorías salieron en desbandada como si lo que en realidad les asustara fuera aquella lluvia suave que dejaba en los terciopelos de los sillones y el parqué del suelo el llanto de un dios invisible y popular.
Viñeta de Historia de una rata mala, de Bryan Talbot.
(Curiosas sugerencias del dibujo: la Rata, obviamente es la Rata; la copiloto tiene cara de llamarse Cris, tal vez Chris; y en cuanto al personaje que va al volante, no desmerece en el papel de Sophie, la elegante, firme, paciente y resolutiva madre griega.)
(Curiosas sugerencias del dibujo: la Rata, obviamente es la Rata; la copiloto tiene cara de llamarse Cris, tal vez Chris; y en cuanto al personaje que va al volante, no desmerece en el papel de Sophie, la elegante, firme, paciente y resolutiva madre griega.)
domingo, 16 de noviembre de 2014
Hermana Filæ
Las aventuras de esa especie de viejo refrigerador con patas que es la sonda (o módulo de aterrizaje) Filæ, mediohermana de Wall-E y pariente cercana de todos los que a menudo, y mucho más desde que existe Internet, no dejamos de sentir cómo nos crece un alma de dibujo animado, me tienen abducido, supongo que como a muchos de ustedes. Como ya ocurriera con la casi olvidada misión Near-Shoemaker en el asteroide Eros, o con los hipnóticos paseos de la Mars-Pathfinder por Marte, la peripecia de este animalillo robótico sobre la superficie del cometa 67 P/Churymov-Gerasimenko (un esforzado alejandrino), después de un viaje de diez años a bordo de la sonda Rosetta, es toda una epopeya. Además, está llena de tantas expectativas que, por sí sola, puede ser la puerta hacia una nueva dimensión del conocimiento. Dicen las crónicas más impactantes que el objetivo de la misión es nada menos que intentar descifrar el ADN de nuestro planeta recabando información sobre la materia estelar presente en los orígenes de lo que acabaría siendo nuestro mundo. Un viaje en busca del polvo ancestral que pudo originarse hace unos 4.500 millones de años. Da vértigo pensarlo. Pero también da risa, mezclada con lágrimas, si se consideran los afanes en que anda sumida mayoritaria y aparentemente nuestra humanidad. Y más aún si se tiene en cuenta que lo único en verdad cierto es que, según apunta el viejo refrán anunciador del carácter inexorable de la universal alopecia, vivimos años que no son sino el prólogo de la extinción... o de la vida eterna, si prefieren ese relato subjetivo que, además de en las fantasías de muchas creencias, también está en la base del materialismo absoluto. Un prólogo tan largo como se quiera, pero prólogo al fin. Así que, puesto en su justo horizonte el impulso trascendente, de las diversas emociones que me suscita la aventura de Filæ, que a estas horas duerme exhausta a la espera de un poco más de luz, me quedo con la solidaridad de quien se siente formando parte del mismo juego, flotando en el mismo espacio y entregado (cuando es posible) a esa misma calma que ha de preceder a la definitiva "iluminación". Y, sobre todo, divertido al advertir que, por alguna neurona gongorina sembrada en la infancia y cultivada después por amor al arte, estos días anda resonando en mi cabeza la vieja canción que aquí les dejo. Bien podría tomarse como una melodía, o juego de corro, para acompañar el sueño de nuestra hermana espacial mientras llega la hora de volver a la escuela.
... Porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.
viernes, 14 de noviembre de 2014
Monago: la verdadera historia
domingo, 9 de noviembre de 2014
Rácano nácar
Al volver sobre sus pasos, mientras contemplaba el abismo sin fin de su morada, la Ostra comprendió que su perla no era otra cosa que la apoteosis de un círculo vicioso.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Mientras nace lo nuevo
Two-Lips on asphalt, de Martha Ortiz. |
Entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no acaba de nacer se extiende el vasto territorio del presente en fuga, familiar e insidioso como un juguete usado. En la vida hay jalones que de golpe nos echan encima un chaparrón de tiempo, sin que medie siquiera la caridad o la justa precaución de un «¡agua va!» que nos ponga en alerta. Uno recibe la rociada lo más estoicamente que puede, traga saliva, si es menester, y recompone la figura y la sesera lo mejor que le es dado para seguir adelante.
Pero las marcas quedan en el tronco. Son, en realidad, como mudas de piel de la serpiente del alma, que no sabemos en realidad si existe como tal, ni en qué apartado corporal se aloja. Aunque sí que sentimos día a día, y más intenso aun por la noche, su bulto respirando. Qué es si no ese murmullo interior que sin cesar nos acompaña, el leve cosquilleo que no cede.
No hay que ponerse lírico para admitir que el tiempo nos moldea como barro en torno de alfarero. Y de modo tal, que lo más grácil de nuestra figura (si algo así hubo en ella alguna vez) suele acabar convertido en un dibujo de ternura grotesca, útil sin duda para inspirar un cómic o alegrarle la vida a un espejo sin brillo. Pero, a qué engañarse, también muy doloroso.
Y eso contando con que el amor propio no haya ido derivando en cabreo intemporal y carcoma, una metamorfosis muy frecuente cuando el humor banal (el más etéreo de todos los humores, incluida la bilis) tiende a solidificarse y acaba convertido en una especie de cilindro de algún metal extraño que se incrusta en el mismo entrecejo, justamente allí por donde algunos alquimistas y santones (y también reconocidos fisioterapeutas) dicen que ve, o percibe el mundo, el llamado «tercer ojo».
Lo cierto es que así estamos en estos tiempos tan borrosos: esperando a los bárbaros, como en el poema de Cavafis. Y, como en el poema, vemos que se acerca la noche, que las sombras ya cubren el patio delantero de la casa, sin que en el horizonte haya signo alguno de galope salvaje, ni estruendo de masas lanzadas al saqueo, ni siquiera un clamor de cibernautas que se muestre capaz de poner patas arriba el viejo mundo. O al menos de apartar las ruinas más visibles para que puedan crecer sobre el asfalto aquellos tulipanes que pintaba o fingía la ilusión loca de nuestra juventud.
Rescatado de los arcones de la Posada.
Primera publicación: 16/05/2013; 00:00 horas.
viernes, 31 de octubre de 2014
La sencilla belleza
O la belleza, sencillamente.
Anoche, mientras disfrutábamos en Las Tablas del cante poderoso de La Macanita (otro día la traeré a la Posada), comentaba con un compañero de profesión las ventajas e inconvenientes de esta Red que nos tiene más o menos atrapados a todos. Y que, al tiempo que cambia nuestras costumbres, nos obliga a hacer todos los días un esfuerzo suplementario de comprensión, especialmente a quienes tenemos un alma antigua, amamantada a los pechos de otras galaxias.
Esta mañana, mientras trabajaba en buscar la mejor manera de transmitir algunos fundamentos sobre expresión corporal, con destino a un texto escolar para alumnos de Secundaria, he tenido la suerte de «caer» en el vídeo que muestro arriba. No es nada del otro mundo (¡y menos mal, tal día como hoy, ya con tanta alma en pena, tanto zombi y tanto jalowín invadiéndolo todo!). Pero confieso que su contemplación me ha producido una emoción intensa, difícil de explicar. Y, de paso, me ha facilitado una pista decisiva para resolver el trabajo que me ocupa.
En los tiempos convulsos y desalmados que vivimos, donde tan acuciantes son las dudas acerca de si esta tecnología invasiva que nos rodea no nos estará precipitando en un abismo sin salida, o si, por el contrario (¿complementario?), se puede acabar convirtiendo en la herramienta que nos ayude a manejar el caos, en medio de ese dilema, ya digo, hay días afortunados en los que las nuevas formas de trabajo nos acercan a hallazgos como este. Pequeñas islas del ciberespacio que, en su perfecta sencillez, son un remanso de alegría y belleza.
Que lo disfruten, en toda su intensa sencillez. Y sin necesidad de tener que elegir, al menos por una vez, entre truco (de mangantes) o trato (de corruptos). Y no olviden hincarle el diente, si les place, a unas buenas castañas de Santos y Difuntos.
Aunque figura en los créditos (al final), quede constancia de que el vídeo está firmado por Vicky, Pro Arte, Gijón. Y está fechado en junio de 2012.
lunes, 27 de octubre de 2014
Sesión golfa
BALAS AL ALBA (HABLA LA SALA B)
Fotograma de Cawboys & aliens, de Jon Favreau (2011).
Aquella noche acudí a la sesión golfa de los Cines Ideal para ver El sexto sentido, que se me había despistado en su estreno y ya sólo se proyectaba a deshora. Cuando entré, la sala estaba completamente vacía y al empezar la película únicamente pude ver a otro espectador sentado unas filas más atrás. Disfruté de la historia en unas condiciones inmejorables para sentir el placer del miedo controlado y hasta un leve erizamiento de la espina dorsal en algunas de las escenas más logradas: el descenso al sótano de la casa, la espalda cruel del paseante del baño, la luz agonizante en la tienda de campaña, el filo de luz blanca en la cocina, el susto mortal junto a la ventanilla del coche, la perplejidad creciente de Bruce Willis, tan parecida al ensimismamiento... Y saboreé el presentido pero inesperado final con la alegría del que, tras haber deambulado por callejones siniestros de la imaginación, se sabe al otro lado de la pantalla. Cuando salí de la hipnosis para volver a casa, me di cuenta de que estaba solo en la sala. Los títulos de crédito ya habían terminado (siempre agoto la visión de las cintas) y sin embargo el proyector seguía encendido, iluminando la pantalla con un marco vacío de luz sucia. Fue entonces cuando, provenientes de no sé dónde pero reales como las palabras que las nombran, vi dos balas atravesar la sala, apenas unos centímetros por encima de mi cabeza, y caer sobre aquella mancha lechosa que aún refulgía en medio de la pantalla. Por los dos agujeros que los proyectiles dejaron en la pared se colaban, con una limpieza de navaja recién afilada, lo que pensé que serían los primeros rayos del amanecer. Sin embargo, como comprobé al salir a la humedad de la calle, todavía era de noche. Y en la sala de al lado aún no había concluido la última sesión. Supongo que no será necesario añadir que en ella se estaba proyectando un western. Pero no logro recordar su título.
Fotograma de Cawboys & aliens, de Jon Favreau (2011).
(AJR: 7,23; Palíndromos ilustrados, XXXIX)
sábado, 25 de octubre de 2014
La zorra guardando las uvas
Al oír esta mañana por la radio a María Dolores Cospedal diciendo en una reunión de su partido en Murcia que «la corrupción escandaliza tanto al PP como a los ciudadanos», o que «algunas cosas se conocen por el ejercicio de transparencia que está haciendo el PP», entre otras "uvas maduras" que me ahorro, inevitablemente me he acordado de la vieja sabiduría que sentencia que no hay cosa más insensata que juntar raposas y uvas. O zorras y gallinas, dos palabras, por cierto, estas últimas que no sé por qué llevan encima cargas de dobles sentidos tan oprobiosas, y de las que no quiero ni acordarme aquí porque insultan a la inteligencia. Aunque en la condición de producir ese efecto, a la vista está que no son únicas.
Foto: EFE/Ballesteros. |
martes, 21 de octubre de 2014
Metropolitano
Estación de Chamberí del Metro de Madrid. Wikipedia |
Bajo puentes de luz que el día construye,
sucio de lluvia urbana,
el remolino de mis pasos sigue
las huellas blancas del lobo estepario.
En el andén del metropolitano
el reloj marca con ritmo digital
el tiempo exacto
que empieza a separarme de su
cuerpo.
Se suceden carteles en penumbra
y un destello que cruza fugazmente
descubre las
ruinas
de una vieja estación ya clausurada.
«Moda ideal», alcanzo a leer en grandes letras
junto al dibujo borroso de un modelo sin rostro,
encorbatado.
Después, un largo túnel y el bulto descompuesto
de un hombre que parece tener algún problema con
su sombra
reflejada en la puerta de cristal que tengo
frente a mí.
El tren se para.
Me acuerdo de Pessoa,
quiero decir,
del ingeniero Álvaro de Campos
mirando una mañana de verano,
en los muelles del Tajo,
donde la Ciudad Blanca
aún conserva su estela colonial
y el trasiego de viejos marineros,
mirando cómo entraban los barcos en el puerto:
pequeño, negro y claro, un paquebote
removía las aguas
y su melancolía.
Y un volante –memoria ya de otro
que recuerda los recuerdos ajenos–
giraba en su interior hasta llevarle
al fondo de una novela de piratería
en la que él –¿quién?–
gozaba con las muertes
y los delirios de la
crueldad,
imaginando las más abyectas acciones predadoras,
para, después, al ritmo de un nuevo giro del
volante,
sentir que en verdad era,
quería ser, la víctima.
Y yo, al leerlo, sentado en mi sofá,
muchos años después y hace ya muchos años,
sentía una emoción que me ponía
al borde de las lágrimas.
El tren parte.
Han entrado dos nuevos viajeros
y es otra vez el túnel
con su paso veloz
el que lo funde todo
en una larga estela de guiños
que no alcanzan a crear una imagen.
El traqueteo monótono consigue
adormecerme y, sin quererlo,
vuelvo a escuchar el eco de la voz
que me dejó perplejo ante el teléfono
cuando esperaba su llamada.
«Buenas tardes. Me llamo Rosana Caridad,
de Irish Life, quizá usté ya conozca
el nombre de nuestra compañía.
Le llamo porque hemos
preparado una nueva gama
de productos y sería un placer
visitarle en su propio domicilio
o en su trabajo
para, personalmente,
explicarle
las muchas, sí, muchísimas, ventajas
que encierran para usté...
Mire, se trata de seguros a la carta,
baratísimos, con sus cómodas cuotas,
se pagan sin sentir,
y cubren riesgos, ya sabe, en estos tiempos,
hasta un millón y medio por su vida,
y medio millón más si pierde un ojo,
un brazo, un dedo,
cinco millones en caso de siniestro total, Dios
no lo quiera...
se ha parado a pensar,
vivir es fácil,
pero si un día, Dios no lo quiera,
librarse de esa angustia...
usté y los suyos...,
seguridad... a salvo...
sin problemas...
con mucho gusto...
oiga...
está usté ahí?...
me escucha?...
oiga...,
oiga...!!»
El blanco de mi mente
se funde con el blanco del
neón.
Al salir, los pasillos mecánicos
llevan un
cargamento de gente que se ignora.
Detrás de mí va el hombre que parecía roto.
El aire de la calle, sucio de lluvia sucia,
me hiere la mejilla
y, sin saber por qué,
siento que algo
se rompe en el silencio
conmovido de mi alma,
siento que estoy llorando sin lágrimas,
y no importa, mientras la vida siga
y haya metros que midan la distancia de idéntica
manera
y haya poemas que podamos leer
o emociones que puedan recordarse,
qué importa que hace poco,
ayer mismo, hace un siglo, me dijeras:
«Adiós, amor, nunca más nos veremos».
[En estos días inusitadamente calurosos de octubre el Metro de Madrid cumple 95 años. No tantos, pero si unos cuantos (pongamos que veintitantos), tiene el poema que hoy dejo en la Posada. Recuerdo que lo escribí de un tirón, poco después de haber recibido por teléfono la llamada publicitaria que en él se recrea, y en la que las cifras, en pesetas, son una clara marca de época de un texto sobre el que he vuelto varias veces a lo largo de estos años, y siempre sin saber a qué atenerme. La decisión de compartirlo ahora, no sin muchas dudas, es en el fondo, y sobre todo en la forma, la mejor manera de librarme de él. La imagen que lo ilustra, pescada en la red, corresponde a la famosa estación fantasma de Chamberí, también evocada en el texto y que hoy es la sede de un museo dedicado a recordarnos la importancia que en la vida de la capital ha tenido y tiene el medio de transporte urbano por excelencia.]
[En estos días inusitadamente calurosos de octubre el Metro de Madrid cumple 95 años. No tantos, pero si unos cuantos (pongamos que veintitantos), tiene el poema que hoy dejo en la Posada. Recuerdo que lo escribí de un tirón, poco después de haber recibido por teléfono la llamada publicitaria que en él se recrea, y en la que las cifras, en pesetas, son una clara marca de época de un texto sobre el que he vuelto varias veces a lo largo de estos años, y siempre sin saber a qué atenerme. La decisión de compartirlo ahora, no sin muchas dudas, es en el fondo, y sobre todo en la forma, la mejor manera de librarme de él. La imagen que lo ilustra, pescada en la red, corresponde a la famosa estación fantasma de Chamberí, también evocada en el texto y que hoy es la sede de un museo dedicado a recordarnos la importancia que en la vida de la capital ha tenido y tiene el medio de transporte urbano por excelencia.]
miércoles, 15 de octubre de 2014
martes, 14 de octubre de 2014
El fantasma
Se oye un lamento*
en la silla vacante
de la hache muda.
La silla, de Van Gogh (1898, National Gallery, Londres)
(*Variante: Hay ahí un "ay",)
La silla, de Van Gogh (1898, National Gallery, Londres)
(Haikucedario, 2)
lunes, 13 de octubre de 2014
Hablando de lo mismo
O la urgente evanescencia (que es como mi particular Pepito Gríllez me está pidiendo que titule este post. Aunque no voy a hacerle caso. O sólo a medias).
Esta mañana ha llegado a mi buzón de boletines el mensaje semanal de los chicos y chicas (me parece que ellas son más) de le cool magazine, una de esas nuevas brújulas de Internet que tan útiles pueden resultarnos para no perder el rumbo ni el tiempo (o, según como se mire, para dilapidar entrambas cosas a la vez). La introducción, que -lo confieso- es casi lo único que suelo leer cada semana, salvo alguna excepción, me parece que refleja bien la sensación de urgente evanescencia que comienza a rodearlo todo en un mundo del que Internet y sus derivas son ya los dueños absolutos, sin que acaso sepamos bien qué significa eso. Y, lo que es peor: sin que tengamos tiempo ni tal vez voluntad de querer saberlo. Por otro lado, con mensajes como éste se refuerza mi decisión de mantenerme al margen, en lo que puedo y al menos como usuario directo, de Facebook, Twitter, Instragram y otras formas de pescar incautos o gente desocupada (lo que no quiere decir que uno no tenga también su propia forma de clamar en el desierto...). Aquí copio el susodicho párrafo. Y con él, la inevitable y también contradictoria sugerencia de visitar un sitio que, por lo demás, tiene una utilidad tan indudable como seguramente ociosa. Así que no se lo pierdan. Ni tampoco el vídeo que cuelgo abajo, con la muy grata sorpresa de Funambulista & Andrés Suárez. La vida que dan las vueltas.
¿Alguien recuerda el momento exacto en el que Internet lo inundó todo? Por más que huyas o te escondas, ahí está: lanzándote silbiditos, recordándote sus múltiples voces. Por no hablar del vértigo cuando por la mañana, aún somnoliento, abres Facebook o Twitter y la sucesión de gritos, comentarios ingeniosos y chistes hipercondensados sobre la actualidad te asaltan como una jauría de perros. No voy a hablar de perros, ni de espadas, ni de ese maldito virus esdrújulo. La verdadera viralidad pertenece a Internet. Y gracias a esa disparatada instantaneidad ahora nos permitimos el lujo de felicitar al triunfante novelista francés. Y ahora sí, nos sacudimos un poco el polvo de las neuronas y te dejamos con un montón de ideas para disfrutar sin contagios ni ciencia ficción.
viernes, 10 de octubre de 2014
Modianobel
Aún no había logrado salir de los bulevares periféricos cuando se encontró caminando
por los paseos de circunvalación.
Ayer le concedieron el Premio Nobel de Literatura al escritor francés Patrick Modiano.
Vive la France! Le française vive!
lunes, 6 de octubre de 2014
Piedra y centro (y un cálculo cruel)
Piedra que
pesa
y sin embargo vuela.
Centro que
une
aunque también divida.
Voces de
dentro:
piedra, centro, fondo.
Palabra sola
pero compartida.
Porque, en el
fondo,
la palabra es piedra
que va derecha
al corazón del agua.
El agua sube
siempre desde el fondo.
Y hacia lo
hondo
asciende la palabra.
Piedra,
palabra, agua, fondo, centro:
máscaras
habitadas
del silencio.
De muy atrás, tal vez contemporáneos de la publicación de uno de los libros capitales de José Ángel Valente, son estos versos que andaban perdidos en un viejo archivo y que ahora he recuperado gracias a una soleá de La Serneta, una de las más afortunadas letras del flamenco, llena de una hondura que en la voz de la Niña de los Peines alcanza la intensidad del cante puro. Lo que no sabía, cuando trasteaba con estas resonancias, era que acaso estaban siendo aviso de un leve pero muy doloroso cólico nefrítico que hace unos días me hizo ver, durante unas horas, las estrellas de un cielo asolador. Soy consciente desde hace mucho de la verdad que encierran las palabras de la poesía, pero nunca sospeché que la exactitud de su cálculo pudiera ser tan implacable.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Luz azul
¡ESA LUZ! (AZÚLASE)
Gif animado de Adrián López Crego:
Day to Night to Day to Night...
A partir de la obra Ligth, de Sr X.
A partir de la obra Ligth, de Sr X.
[AJR: 3:12, Palíndromos ilustrados, XXXVII]
lunes, 29 de septiembre de 2014
La verdad de las sospechas
Habría que remontarse muy atrás en el tiempo para encontrar una opinión favorable tan compacta entre críticos, comentaristas y blogueros respecto a una película española como la que acaba de obtener, tras su estreno premiado en el Festival de San Sebastián y su llegada a las salas comerciales, La isla mínima, el último largometraje de Alberto Rodríguez. Vaya por delante que me sumo a la fiesta. Y con gran entusiasmo. Porque yo también tendría que rebuscar mucho en mi memoria de espectador para encontrar un filme español que en su primer visionado me haya impresionado tanto. Tal vez lo más aproximado (si bien son obras muy distintas) fuera Pa negre. Aunque a lo que más se parece el estado de ánimo que me han provocado las imágenes de esta isla hipnótica, bellísima, inquietante, es al impacto que me produjo Tesis, el prodigioso debut de Alejandro Amenábar, ya un clásico de nuestro cine.
¿Qué hay en La isla mínima que explique esa recepción tan favorable? Muchas cosas. En principio, una historia que tiene, y muy bien medidos, todos los ingredientes del cine de género (negro), pero que a la vez está contada en una clave metafórica tan sabiamente manejada que acaba convirtiéndose en una indagación psicológica, un retrato sociológico y, sobre todo, una crónica política. En este último sentido, la película no sólo aporta una lectura significativa de un período clave de nuestra historia reciente (el momento del empalme del franquismo con la democracia), sino que también ofrece una posible y comprensible interpretación de bajo qué condiciones y a qué precio pudo hacerse esa transición que acabaría escribiéndose con mayúscula.
Como suele ocurrir, es difícil hablar de un filme de intriga sin desvelar más de lo conveniente. Y más aún cuando buena parte de lo que la película ha de significar para el espectador de hoy que no renuncie a la memoria está condicionado por la solución que en el filme se da al caso planteado. Así que, aun a costa de resultar incomprensible, diré que esta película tiene el poder de dejar flotando en nuestro ánimo la confirmación de que, como se va viendo, casi todas las sospechas que teníamos acerca de la presencia del mal en nuestra historia más cercana eran ciertas. En un sentido que podríamos llamar alegórico, pero que está presente de forma bien visible en algunas de las secuencias más logradas del filme, La isla mínima es ese pequeño espacio interior en el que entran en contacto las verdades desnudas de lo que somos. Un lugar de la conciencia en el que vive la verdad que no queremos ni acaso podemos desvelar, tal vez porque toca de lleno a los fundamentos traicionados del pacto social que, pese a todo, sigue haciendo posible nuestra convivencia.
¿Recuerdan, por poner un ejemplo obvio, el asesinato de las niñas de Alcácer? Esta película, que en absoluto recrea ese caso pero que es indudable que lo tiene muy presente, opta por explorar en su narración una hipótesis que fue la sostenida por las sospechas nunca probadas de un crimen impune y que suponía la implicación en él mismo de gentes con poder, tal vez del Poder en estado puro (si tal cosa pudiera sustanciarse). La isla mínima, con imágenes subyugantes que, a vista de pájaro (o de Google Earth), muestran el paisaje de los bajíos del Guadalquivir como si fueran circunvoluciones del cerebro, o el laberinto más o menos pantanoso de nuestras conciencias, es una obra de arte que tiene la doble virtud de conmovernos al tiempo que nos obliga a repensar lo que somos y de qué historia y de qué ocultamientos («Nadie habla, todos ocultan algo», dice la frase promocional) venimos.
viernes, 26 de septiembre de 2014
Adiós a Adelaida García Morales
Casi de puntillas, aunque dejando un rastro bien visible para quien quiera seguirlo, se ha ido la escritora Adelaida García Morales. Los de mi edad descubrimos la belleza de su literatura gracias a El sur, la película inolvidable de Víctor Erice, quien sin duda extrajo de su cercanía a la autora el impulso y las claves necesarios para poner en imágenes uno de los más hermosos retratos del misterio del crecimiento interior que se hayan filmado nunca. Pudimos saber también, tras conocer la bella melancolía de unos ojos que aún nos siguen enamorando, que había en la escritora una rara intuición para encontrar, entre las emociones apenas nombrables y los secretos de las pequeñas historias de la vida, un hilo de seda capaz de unirlos en un relato conmovedor. Descanse en paz.
jueves, 25 de septiembre de 2014
lunes, 8 de septiembre de 2014
Susurros de otoño
Como otras veces, los primeros síntomas del otoño me llegan envueltos en la voz susurrante de Leonard Cohen, que el próximo día 21 de los corrientes cumplirá 80 años. ¡Cómo nos congratulamos!
Estas instantáneas de Almost Like the Blues, enhebradas en una nueva letanía melancólica, tal vez no añadan nada distinto a las otras muchas voces con las que el poeta canadiense nos ha conmovido y emocionado.
Son, más que nada, una prueba de lucidez resistente. De un saber mirar tanto alrededor como hacia el interior de uno mismo permaneciendo de pie.
Y eso, a estas alturas, ya es mucho. Casi todo.
Casi como el blues con que el otoño empieza a dejarse sentir.
Estas instantáneas de Almost Like the Blues, enhebradas en una nueva letanía melancólica, tal vez no añadan nada distinto a las otras muchas voces con las que el poeta canadiense nos ha conmovido y emocionado.
Son, más que nada, una prueba de lucidez resistente. De un saber mirar tanto alrededor como hacia el interior de uno mismo permaneciendo de pie.
Y eso, a estas alturas, ya es mucho. Casi todo.
Casi como el blues con que el otoño empieza a dejarse sentir.
domingo, 7 de septiembre de 2014
Burbujeo
Con lo dura, larga y agobiante que está siendo la crisis económica, parece mentira que un simple dibujo pueda poseer tan alto poder de conmoción. Pero es así. La burbuja inmobiliaria, una de esas bestezuelas segregadas por las ubres colgantes del capitalismo, ha desembocado en un drama tan real y ominoso, que incluso es capaz de desalojar de sus cubículos, y de nuestros remotas memorias infantiles, a las criaturas más inocentes de la imaginación. Ni siquiera el Doner Kebab que, en los bajos, tomó el relevo de la tienda de ultramarinos (o tal vez de la propia portería) ha aguantado el envite. Solo el moroso, en su buhardilla, parece resistirse. Ha desaparecido hasta el resistente gato.
martes, 2 de septiembre de 2014
Quebradas
En forma apenas
visible sólo a cambio
de variar del fulcro su improbable
equilibrio entre el ser
y la urgencia
corporal olorosa
de que todo se ha de ir
corrompiendo y de hecho
madura y se pudre
sólo así vida mía
alcanzo a darme
cuenta de dar cuenta
de la inmensa laceria
que gira en derredor
de dentro a afuera
su juego reversible
vale decir el nudo mundo
que medito mientras
veo cómo caen o vuelan
mezcladas con la arena
del reloj las más y más
antiguas emociones
con sus tiernos rasguños
envueltas entre líneas
quebradas neandertales
y el matojo de flecos
de sueños rumiantes
que mastico y mastico
como un chamán tozudo
para extraerles eeepa!
la gota de la vida.
(Imagen: posibles muescas neandertales halladas en un roca de Gibraltar.)
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