Si la pegajosa entrevista de la que es imposible zafarse hubiera durado solo un par de minutos más, Aznar habría vuelto a hablar en chicano e incluso hubiera rematado con algo muy parecido a aquel impagable «estamos trabajando en ello», que tanto juego ha dado en los programas de humor de los últimos años.
Y es que esos pilares de la sabiduría aznárica (ya saben, «MI Responsabilidad, MI Conciencia, Mi Partido, Mi País») con que concluyó su intervención ya estaban siendo pronunciados con un curioso énfasis que, dentro de los registros dramáticos del personaje (casi todos de carácter patético), parecían a punto de engarzar con el momento culminante de su trayectoria como figura histórica y protagonista indiscutible del cómic mundial, cuando le disputó a Bush Jr, mientras ponía los pies sobre la mesa, no sé qué cualidades atléticas, al tiempo que ofrecía la sombra protectora de su bigote (por cierto, ¿qué se fizo?) para invadir Irak.
La reaparición de Aznar, que muchos describen con acertadas metáforas draculinas, a mí me produjo un curioso bucle en la memoria: a medida que avanzaba la entrevista, sobre la imagen del suegro de Agag se iban superponiendo los rasgos físicos de Carlos Arias Navarro, el último presidente del franquismo. El efecto fue tan feroz que por un momento pensé que el entrevistado estaba a punto de darnos la noticia de la muerte de Franco, con jipidillo de mocos incluido, para a continuación, como en una mala película de zombis, anunciar no solo que había resucitado sino que era ÉL.
En fin, mejor no dar ideas, porque las cosas se están poniendo de un color tan lagarto, lagarto que hasta podría ocurrir (¡vade retro!) que la historia de España de los últimos 40 años (desde el 75 para acá) apareciera resumida en los futuros libros de texto bajo un epígrafe rotundo: «De Saldos Arias a Delirios Aznar».
Imagen superior: españolitos intemporales sorprendidos por las declaraciones de Aznar mientras hacen sus compras.
Cortesía de aquí.
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