miércoles, 7 de noviembre de 2012

Bryce Echenique o el poder de la ficción

Bryce Echenique, la ministra Ana Pastor y Mariluz Barreiros.
 Los caminos de la narración, y eso lo sabe bien Alfredo Bryce Echenique, nunca han de ser tan sinuosos como para que los personajes se pierdan en su historia. Para pérdidas y falta de sentido ya está la vida. La ficción, o sea la mentira (dijo Bryce), ofrece la gran ventaja de que podemos comprender el destino, conocer de dónde vienen los personajes y adónde van. Por eso necesitamos leer novelas. La vida no es solo que sea insuficiente, al final siempre resulta inexplicada, tal vez porque es inexplicable.


Bajo el título de «La esposa del rey de las curvas», el escritor peruano pronunció el lunes 5 la "lección" inaugural de las VII Conferencia Internacional que bajo el lema de «Literatura y automóvil» organiza en el auditorio de Mapfre, en Madrid, la Fundación Barreiros, siempre impulsada con mano diestra y amor filial por Mariluz Barreiros Ramos. El acto, además de las palabras protocolarias de los organizadores, también contó con la intervención de la ministra de Fomento, Ana Pastor, de filiación gallega como Mariluz y, al parecer, buena amiga suya.

La ministra, tomando pie del ejemplo de Eduardo Barreiros, puso en valor (como suele decirse) el espíritu emprendedor de los españoles, elogió lo mucho que se ha realizado en España en cuestión de infraestructuras («por ahí nos envidian y somos una referencia por nuestra red viaria y de comunicaciones», vino a decir) y, sacando fuerzas de flaqueza, hizo hincapié en destacar el entusiasmo y el sentido común (sentidiño, dijo echando mano de un término gallego) como único camino posible «para salir de ésta». Fue la suya una intervención con partes muy interesantes, junto a otras que tal vez le hubieran podido ser ahorradas a un público que aguardaba expectante la intervención de la estrella de la noche: el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.

Las primeras palabras de ABE llegaron con tanta debilidad a la sala que no tardaron en oírse voces de protesta en las filas del fondo. El oportuno auxilio de la megafonía vino a poner las cosas en su sitio, aunque de ese modo el tono dubitativo del ponente pasó a primer plano y por algún momento parecía que sobre algunos rincones de la mesa presidencial y entre el perplejo auditorio planeaba la sombra del desastre. Pero la forma, titubeos incluidos, no tardó en convertirse en estilo, y las palabras, el aplomo creativo y la verosimilitud del personaje acabaron por ganar la partida en una intervención de creciente interés y calidad,y que, si tuvo algún defecto, es que fue muy corta: nos dejó a todos con la miel en los labios.

La intervención de ABE, una especie de conferencia improvisada sobre el tópico de fondo («libros y carros»), ganó muchos enteros al entrar de lleno en una parte leída en la que, con su habitual desmenuzamiento irónico de anécdotas que uno nunca sabrá hasta qué punto son inventadas o pura literalidad, evocó sus "experiencias entre las sábanas" de niño seducido por los sueños del cine (mayormente, películas de vaqueros y de gánsteres), y dotado al parecer de un poder de mimetismo y reproducción de lo visto y oído tan empecinado y estruendoso, que acabó desatando la intranquilidad de sus padres. El relato de estas memorias de infancia tuvo partes muy divertidas, además de estar todo él concebido (lo supimos al final) como homenaje a la madre: «Ella siempre supo hacer que yo quedara bien ante el mundo».

Ya puesto en la línea de una evocación autoirónica, escéptica y con algunas ingeniosas pullas, el escritor entró en el relato de la anécdota (solo una, pero muy minuciosa y con algunos vericuetos) que caía de lleno dentro del tema de la literatura y el automóvil. Y no fue otra que una nueva travesura infantil, una fabulación en torno a la figura paterna, a raíz de comprarse «aquel señor británico transplantado a Lima que fue mi padre» un coche igual al que conducía el principal piloto peruano de la época, conocido por todos como «el rey de las curvas». El pequeño Alfredo, al ver en aquello ocasión de brillar ante sus iguales en el colegio, llegó a hacerles creer que en realidad su padre era el campeón de la velocidad, y durante un tiempo gozó de la atención y el éxito que, de no mediar aquella mentira, nunca habría tenido.

Pero una grave amenaza sobre su prestigio se produjo el día en que la madre fue a buscarlo al colegio en el carro de marras, alrededor del cual no tardaron en arremolinarse los escolares. «Todo el colegio estaba allí», puntualiza el escritor con gesto entre horrorizado y divertido. El peligro de ser  desenmascarado aumentó de forma visible cuando alguien, que sin duda intuía que en aquella historia había gato encerrado, abordó directamente a la madre y, tras contarle lo que Alfredo decía, le preguntó con osadía si era verdad que ella era la esposa del rey de las curvas y si todo aquello que contaba su hijo era cierto. Y la madre (y entonces comprendimos cabalmente el comentario del principio) respondió sin dudarlo: «Si Alfredo lo dice, lo será». Y punto final: la historia y la conferencia inaugural acabaron ahí.

Pasamos después los asistentes a compartir los generosos ágapes que suelen poner el colofón a los actos de la Fundación Barreiros y, entre abundancia de canapés, buenos ibéricos y excelente vinos, hubo reencuentros amistosos y charlas agradables. En un momento pude acercarme a saludar al escritor y me atreví a recordarle un lejano y algo disparatado episodio ocurrido durante un curso de verano en la Universidad Menéndez Pelayo, en Santander. Tras asegurar (aunque no le creí) que aún se acordaba, sí me pareció sincero y evocador cuando añadió: «Qué lindos aquellos días y aquellas ocasiones». Y yo iba a asentir y añadir algún recuerdo más, cuando una pareja madura algo histérica, que quería a toda costa fotografiarse con ABE porque lo admiraba mucho su hija, se metió de por medio y ya no hubo opción a más.

La Conferencia, que prosigue hasta el próximo jueves, tiene también anunciadas, entre otras, las intervenciones de Cees Nooteboom, Paul Theroux, Enrique Vila-Matas, Eduardo Mendoza y James Ellroy. Muchos pesos pesados para un tema sobre el que quizás no haya más remedio que pasar velozmente. Y todo bajo la mirada moderna, desprejuiciada y elegante de Scott Fitzgerald y su esposa Zelda (ver cartel anunciador), una imagen que nos retrotrae a la época en la que el automóvil, además de un signo de distinción, era un espacio de libertad que parecía poner un nuevo mundo al alcance de la mano. Curiosamente (o no tanto), eran esos los años en los que Eduardo Barreiros, en su infancia de aldea gallega, incubaba los sueños de lo que décadas después sería su impresionante aventura con el motor.

1 comentario:

Pilar dijo...

Julius... que Bryce! Leído peruano, de poética sintaxis. Ráfagas de tu estancia en Santander. Julius de 1982, con Montserrat Roig, Carlos Barral, Cela y Alfredo Ramos. Envidia sana me das colega de no haber compartido el auditorio contigo.