viernes, 23 de noviembre de 2012

Con B de Borau


Con las de Buñuel, Berlanga y Bardem, la B de Borau completa un póker memorable de directores del cine español. Y no sólo español. No me he parado a repasar diccionarios ni filmografías, pero dudo mucho que haya otro país que pueda poner sobre el tapete de la gran pantalla una jugada tan ventajosa y de tanto talento en torno a  una sola letra. El de Borau (talento, digo), además de plasmarse en una acción continuada y generosa a favor del cine de los demás, dio a luz un puñado de obras maestras tan inolvidables como peculiares, merecedoras cada una por sí sola de un lugar muy destacado en nuestro mejor cine, mientras que todas juntas le aseguran a su autor un puesto entre los grandes.

No deja se ser curioso que la primera película destacada de la obra de José Luis Borau llevara por título Hay que matar a B. (1974), aunque fue Furtivos (1976), esa emboscada visual que capturó la esencia de la miseria del franquismo, la verdadera revelación de una carrera pausada, lenta, muy castigada tanto por la endeblez de la industria cinematográfica nacional como por la autoexigencia de quien no estaba dispuesto a rodar a cualquier precio, y que además tenía que vencer una marcada propensión a entusiasmarse más con el trabajo de los demás que con el propio.

Hace años que persigo la revisión de Río abajo (1984), una rara avis de nuestro cine, de la que guardo un maravilloso recuerdo muy ligado a un trabajo de gran intensidad sensual por parte de Victoria Abril, con David Carradine dándole la réplica. Y aún tengo nítida la emoción que me produjo Leo (2000), el demorado y, lo sabemos ahora, definitivo retorno y adiós de Borau a la gran pantalla y al cine grande, amparado esta vez en un excepcional trabajo de Icíar Bollaín y Javier Batanero, este último prácticamente desaparecido después de tan insólito debut.

No me olvido, aunque creo que tienen otra dimensión en su obra, de La sabina (1979) ni de Tata mía (1986), que supuso el rescate de Imperio Argentina en «carne mortal». Y no tengo opinión ni recuerdo bien precisos de Niño nadie (1997), vista solo de forma fragmentaria y a deshora en algún canal temático de televisión. Ah, y Celia (1994), la serie de televisíón que seguíamos puntualmente en casa, en familia (mi hija Clara sentía pasión por ella; creo que aún le dura), al tiempo que leíamos los libros de Elena Fortún, rescatados por Carmen Martín Gaite y reeditados por Alianza.

Más recientemente, recuerdo bien la lectura del discurso de ingreso de Borau en la Real Academia: en parte, por su contenido (una deliciosa evocación de su biografía como amante del cine) y en parte, también, por el número increíble de erratas con que fue publicado en la revista que lo recogió.

Borau era, además, un tipo simpático, elegante, de porte señorial, aunque no fuera difícil adivinar que escondía dentro una especie de niño empollón, tal vez mimado, y sin duda travieso, como  bien dejaba ver la picardía de su mirada. Alguien, en todo caso, que parecía de otra época, que probablemente lo era, pero que a la vez seguía encarnando una forma de vanguardia, con una capacidad de osadía que está muy presente en ese cine tan suyo que seguiremos viendo y celebrando.

Adiós, maestro. Tras las bambalinas y al otro lado de la pantalla, la timba de la B ya está completa.

Imagen: José Luis Borau durante la ceremonia de los Goya de 1998. 
En el vídeo, unas escenas de Furtivos: Borau, en el papel de gobernador civil, con Ovidi Montllor.

martes, 20 de noviembre de 2012

Vuelve Dalí...



¡¡Sálvase quien pueda!!

(No sin antes admirar de cerca el genio, la locura más turbadora y el secreto a voces de quien se llamó a sí mismo, en la famosa entrevista de A fondo con Soler Serrano, «puerco, en el buen sentido de la palabra»).

domingo, 18 de noviembre de 2012

El Chevrolet de Pessoa

Chevrolet de hacia 1920.


Como suele ocurrir, la poesía estuvo a punto de ser la gran olvidada en la Conferencia sobre Automóvil y Literatura organizada por la Fundación Barreiros y celebrada entre el 5 y el 8 de noviembre en el auditorio de la Fundación Mapfre, en Madrid. Menos mal que allí estaba Enrique Vila-Matas para impedirlo. El escritor, en una de las intervenciones más brillantes de la charla que mantuvo con Eduardo Mendoza, con la ágil y divertida mediación de Manuel Rodríguez Rivero, sacó a relucir el nombre de Pessoa para afirmar, sin ningún titubeo, que el poema Ao volante do Chevrolet pela estrada de Sintra es, a su parecer, lo mejor que se ha escrito en relación con el automóvil. Un poema, añadió, que «suelo leer algunas veces en público y que siempre me emociona mucho, hasta el punto de hacerme llorar». 

Parecía, y el moderador dio pie para ello, que Vila-Matas iba a leer o incluso a decir de memoria (par coeur, más exactamente) el largo poema, pero todo se quedó en la sola mención del título y en el recuerdo de la metáfora central del viajero, eterno insatisfecho, que cuando está en Lisboa quisiera estar en Sintra, aunque sabe que cuando esté en Sintra querría estar en Lisboa... porque, como es bien sabido, la vida (siempre) está en otra parte. [Nota del 1.12.2012: EV-M, desde Estoril, vuelve al poema  en este interesante artículo].

El de Pessoa (de Álvaro de Campos, uno de sus heterónimos, para ser precisos) es un poema bien conocido y está fechado el 11 de mayo de 1928. Es una de sus piezas maestras: junto a Estanco u Oda Marítima, forma parte de los que prefiero. Ha sido traducido muchas veces. Esta que ofrezco es mi versión, apoyada inevitablemente en las que conozco (mencionaré las de Llardent, Crespo y Campos Pámpano como principales nombres) pero diferente en algunos puntos de todas ellas, incluido ese luar, tal vez intraducible, pero que a mi entender, sin ser descifrado en el idioma de llegada, puede privar de una luz esencial a la atmósfera del poema.



 Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra

Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra,
a la luz de la luna y al sueño, por la carretera desierta.
Conduzco a solas, conduzco casi sin pensarlo, y un poco
me parece, o me esfuerzo un poco para que me parezca,
que sigo por otra carretera, por otro sueño, por otro mundo,
que sigo sin que haya Lisboa dejada atrás ni Sintra a la que llegar,
que sigo, ¿y que más puede haber en ir sino no parar y proseguir?

Voy a pasar la noche en Sintra por no poder pasarla en Lisboa,
pero cuando llegue a Sintra me apenará no haberme quedado en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,
siempre, siempre, siempre
esta angustia excesiva del espíritu por nada,
en la carretera de Sintra o en la carretera del sueño o en la carretera de la vida...

Sensible a mis movimientos subconscientes del volante,
galopa conmigo por debajo de mí el automóvil prestado.
El símbolo me hace sonreír, al pensar en él, y al girar a la derecha.
¡Con cuántas cosas prestadas ando por el mundo!
¡Cuántas cosas prestadas conduzco como mías!
¡Cuánto de lo que me han prestado, ay de mi, soy yo mismo!

A la izquierda, la casucha —sí, casucha—, al pie de la carretera.
A la derecha, el campo abierto, con la luna a lo lejos.
El automóvil, que hasta hace poco parecía darme libertad,
ahora es una cosa en la que estoy encerrado,
que solo puedo conducir si en él estoy encerrado,
que sólo domino si me incluyo en él, si él me incluye a mí.

A la izquierda, ya lejana, la casucha modesta, aún menos que modesta.
Allí la vida debe de ser feliz, sólo porque no es la mía.
Si alguien me vio desde la ventana de la casucha, soñará: ese sí que es feliz.
Tal vez para el niño que atisbaba detrás de los cristales de la ventana del piso de arriba
sólo haya sido (con el automóvil prestado) como un sueño, como un hada real.
Tal vez para la muchacha que, al oír el motor, miró por la ventana de la cocina,
desde el piso de abajo
soy algo así como el príncipe que hay en todo corazón de muchacha,
y ella me habrá seguido mirando de reojo, a través del cristal, hasta la curva en la que me perdí.
¿Dejaré sueños tras de mí, o será el automóvil el que los deja?

¿Yo, conductor del automóvil prestado, o el automóvil prestado que conduzco?

En la carretera de Sintra, a la luz de la luna, en la tristeza, ante los campos y la noche,
guiando el Chevrolet prestado desconsoladamente
me pierdo en la carretera futura, me abismo en la distancia que alcanzo,
y, en un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,
acelero...
Pero mi corazón se quedó en el montón de piedras del que me desvié al verlo sin verlo,
en la puerta de la casucha,
mi corazón vacío,
mi corazón insatisfecho,
mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.

En la carretera de Sintra, al filo de la medianoche, a la luz de la luna, al volante,
en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación,
en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,
en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...

El original puede leerse aquí.


martes, 13 de noviembre de 2012

Simetrías

Esta noche
se producirá
un eclipse total
de Sol
en las antípodas.


(Aquí 
nos conformaremos 
con no ver 
la cara oculta 
de la Luna.)



Imagen superior: M. C. Escher, «Perspectivas imposibles».

(Actualización del 19.11.2012)

(... Y con seguir leyendo este inolvidable, prodigioso, microrrelato:)


El eclipe
Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

—Si me matáis —les dijo— puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.


Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El tráiler total (o casi)



Según la IMDB, que lo produce, son 250 imágenes de películas en 2 minutos y medio, lo que supone casi dos imágenes por segundo. Son magnitudes más que suficientes para incluir muchas de las grandes películas y darle un repaso algo más que somero a la historia visual del séptimo arte. Aunque naturalmente no están todas las que son, pero sí es posible que sean (de una u otra forma: el espectro de los gustos es muy amplio) todas las que están. El reto es intentar localizar, a velocidad de crucero, la procedencia de todas las imágenes. Aunque haya tal vez alguna forma de no dejarse las pestañas ni las neuronas en el intento. Y otro desafío complementario: detectar ausencias. ¿Alguien se atreve? En todo caso, un buen entretenimiento para la tarde de un domingo lluvioso. Y un homenaje a las memorables tardes de sesión continua de los inviernos de nuestra infancia. (Y a la memoria de quienes, entre los vivos y los muertos, las hicieron posibles).

sábado, 10 de noviembre de 2012

Erice dice...

Me parece oportuno compartir esta interesante entrevista a Victor Erice en El Mundo. Además de sus opiniones sobre la insaciabilidad depredadora del capitalismo actual y su naturaleza puramente especulativa y avarienta, la falta de dramatismo y de autocompasión con que contempla su trabajo engrandece, aún más si cabe, el valor de su obra.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Forastero


En la conversación sobre sus experiencias viajeras que mantuvieron el otro día Cees Nooteboom y Paul Theroux, con Juan Cruz como intermediario, tal vez la única palabra que el escritor estadounidense pronunció en español fue forastero. La dijo silabeándola con placer y de modo tal que durante unos segundo la hizo brillar con extraordinario prestigio, o eso me pareció, y enseguida la remití al polvoriento Oeste, a los juegos de infancia de indios y vaqueros y, a través de ellos, a las miradas torvas que el sheriff dirige al pistolero malencarado que acaba de penetrar en el saloon. La verdad es que, ensoñaciones y resonancias aparte, la palabra me pilló desprevenido y se me ocurrió preguntarme en voz alta, aunque confidencial, sobre su procedencia. El poeta Jordi Doce, sentado a mi lado, me dijo que obviamente vendría de "fuera". Su respuesta me convenció. Pero no del todo. Así que, una vez en casa (lo habría podido hacer por el móvil, como ahora hace mi amigo Ángel cada vez que en una de nuestras divertidas tertulias nos surge una duda wikipédica, pero hubiera sido gran descortesía para con los ponentes), me apresuré a consultar en Internet. Y, en efecto, confirmé que el término latino foras está en el origen de la palabra, pero también que al castellano ya había llegado entera a través del catalán. O sea que forastero, antes que nada, es un préstamo del catalán al castellano. Al saberlo, una parte de mi cerebro se puso en guardia. A ver si toda la murga de la independencia va a ser simplemente un pataleo para que el resto de España le devuelva a Cataluña, entre otras hipotéticas deudas, esta palabra... y las otras 350, aproximadamente, que según la RAE y el recuento de la wikipedia tienen, en el diccionario normativo del español, la condición de catalanismos. Figuran entre ellos absenta, albergue, alioli, andarivel, añorar, avería, bacín, burdel, cantimplora, cohete, doncel, dosel, esquirol, faena, gobernalle, guante, linaje, macarra, mercería , moscatel, muelle, nácar, novel, orgullo, peaje, peseta, quijote, reloj, ringlera, salitre, somatén, tortel, turrón, viaje y zadorija, término este último del que hasta ahora mismo lo ignoraba todo. Vale por «pamplina», que es (también) una planta herbácea anual de la familia de las papaveráceas. Respecto a forastero, el asunto tiene un cariz paradójico que no deja de inquietarme, sobre todo ahora que acaba de empezar la campaña electoral de una elecciones catalanas que no son como las demás.

Imagen superior tomada de Boliche "La Gazeta Federal"

jueves, 8 de noviembre de 2012

Me paso al Mundo...


Pues sí, como lo leen, cansado de trasegar cada mañana (y a veces por la tarde) un licor áspero de alta graduación inverosímil  y pertinaz color marrón-oscuro-casi-negro, he decidido envolverme en las volutas de la visión humorística de la realidad. Así que, en lo tocante a fuentes de información, me paso al mundo, al mudotoday, concretamente, ese diario online desternillante, capaz de transportarnos (será cosa de las siglas) al punto cero del recorrido noticioso de cada día.  Quien sea capaz de leer tres de sus informaciones sin soltar, aunque sea interiormente, una sonora y espléndida carcajada, que se lo haga mirar (como suelen o solían decir por Barcelona).



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Trío

Respiro. El suspiro de alivio que se ha escuchado en medio mundo al conocer los resultados electorales de Estados Unidos debería convertirse en un tsunami bueno: una corriente de energía colectiva capaz de remover los obstáculos que impiden hallar las vías de cordura necesarias para salir de tanto atolladero. Por optimismo que no quede. Pero no me negarán que ha sido como volver a respirar después de haber visto abierta bajo los pies la trampilla del foso de los cocodrilos.

Sentidiño. Se lo escuché el otro día a la ministra de Fomento, Ana Pastor, en la Conferencia de la Fundación Barreiros. Es una expresión gallega que hacía mucho tiempo que no oía y que resuena como una de esas palabras de la tribu capaz de obrar milagros. A lo mejor puede servir de estímulo para que crezca la flor del seny, que tal vez no sea lo mismo aunque sin duda apunta en la misma dirección: capacidad de obrar con cordura (de nuevo) y sensatez.

Paralelismos. «El aforo estaba sobradamente sobrepasado», dicen fuentes de la Policía en relación con la tragedia del Madrid Arena. ¿Y cómo no acordarse de aquello de la generación JASP que sacaba pecho a favor de los «Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados»? Son paralelismos acaso extraños y sin duda dolorosos. Sobre todo ahora que sabemos lo que de verdad quería decir "pre-parados": ya más del 50 por ciento de los jóvenes españoles menores de 25 años carece de empleo. Insoportable.

Bryce Echenique o el poder de la ficción

Bryce Echenique, la ministra Ana Pastor y Mariluz Barreiros.
 Los caminos de la narración, y eso lo sabe bien Alfredo Bryce Echenique, nunca han de ser tan sinuosos como para que los personajes se pierdan en su historia. Para pérdidas y falta de sentido ya está la vida. La ficción, o sea la mentira (dijo Bryce), ofrece la gran ventaja de que podemos comprender el destino, conocer de dónde vienen los personajes y adónde van. Por eso necesitamos leer novelas. La vida no es solo que sea insuficiente, al final siempre resulta inexplicada, tal vez porque es inexplicable.


Bajo el título de «La esposa del rey de las curvas», el escritor peruano pronunció el lunes 5 la "lección" inaugural de las VII Conferencia Internacional que bajo el lema de «Literatura y automóvil» organiza en el auditorio de Mapfre, en Madrid, la Fundación Barreiros, siempre impulsada con mano diestra y amor filial por Mariluz Barreiros Ramos. El acto, además de las palabras protocolarias de los organizadores, también contó con la intervención de la ministra de Fomento, Ana Pastor, de filiación gallega como Mariluz y, al parecer, buena amiga suya.

La ministra, tomando pie del ejemplo de Eduardo Barreiros, puso en valor (como suele decirse) el espíritu emprendedor de los españoles, elogió lo mucho que se ha realizado en España en cuestión de infraestructuras («por ahí nos envidian y somos una referencia por nuestra red viaria y de comunicaciones», vino a decir) y, sacando fuerzas de flaqueza, hizo hincapié en destacar el entusiasmo y el sentido común (sentidiño, dijo echando mano de un término gallego) como único camino posible «para salir de ésta». Fue la suya una intervención con partes muy interesantes, junto a otras que tal vez le hubieran podido ser ahorradas a un público que aguardaba expectante la intervención de la estrella de la noche: el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.

Las primeras palabras de ABE llegaron con tanta debilidad a la sala que no tardaron en oírse voces de protesta en las filas del fondo. El oportuno auxilio de la megafonía vino a poner las cosas en su sitio, aunque de ese modo el tono dubitativo del ponente pasó a primer plano y por algún momento parecía que sobre algunos rincones de la mesa presidencial y entre el perplejo auditorio planeaba la sombra del desastre. Pero la forma, titubeos incluidos, no tardó en convertirse en estilo, y las palabras, el aplomo creativo y la verosimilitud del personaje acabaron por ganar la partida en una intervención de creciente interés y calidad,y que, si tuvo algún defecto, es que fue muy corta: nos dejó a todos con la miel en los labios.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo: libre al fin


Agustín García Calvo, el irreductible filólogo, filósofo, poeta, agitador de almas y de cuerpos y tantas cosas más, es el «gran difunto» del día en que el periódico venía repleto de muertos, aunque probablemente a él le hubiera alarmado o al menos puesto en guardia esa expresión de apariencia honorífica. Pero no hay duda de que, con la tragedia de Halloween al fondo, se trata de la persona de mayor relieve de cuya muerte nos enteramos el día de difuntos. Como he oído comentar en algún sitio, no cabía esperar de un espíritu tan libre como el suyo otra libertad que la de la morirse en fecha tan oportuna.

Leo en El país-de-papel el personal homenaje que le dedica Fernando Savater (al parecer desde Chile), una breve e impecable columna rematada por el explícito reconocimiento de que AGC fue no solo su verdadero maestro, sino el que lo libró de tener más maestros, lo cual es un elogio de enorme magnitud. Aunque a nadie se le escapa que en los últimos años las trayectorias respectivas de cada uno de ellos han avanzado en espirales de creciente separación. O eso parece. Quién sabe si para acabar confluyendo en algún rincón de la noosfera que, a fin de cuentas, nos ha de igualar a todos, sin que nadie se salve. Qué envidia, de momento, los recuerdos de un Savater jovenzuelo contados con mano maestra por el gran escritor en que se ha convertido quien, ya quizás desde aquellos días de la academia de la calle del Desengaño (no podría tener mejor nombre), probablemente fuera el primum inter pares de los discípulos de AGC. Savater, un discípulo tan fiel a fuer de heterodoxo que acabó siendo la puerta por la que muchos accedieron al descubrimiento del maestro.

De García Calvo recuerdo, ante todo, el impacto de la primera lectura de su Sermón de ser y no ser, con los dos magníficos "sonetos teológicos" («Enorgullécete de tu fracaso... // Tu no saber es toda tu esperanza») que servían de pórtico a un viaje verbal de altos vuelos: nada menos que 2016 versos de rara medida ("senario yámbico prolongado en medio pie"). Recuerdo que en aquella primera lectura hice caso, al menos durante un buen trecho, de la petición o sugerencia que el autor deslizaba en el prólogo: que se leyera el libro en voz alta, a modo de obra dramática. Y recuerdo también que, a medida que avanzaba en el recitado, no daba crédito al hecho de que semejantes tiradas de frases tan bien respiradas y aquella forma tan peculiar de decir pudieran ser posibles todavía en nuestra lengua. Esa es una impresión que siempre me ha acompañado frente a la obra de García Calvo: la rara modernidad de su anacrónico y desprejuiciado uso del lenguaje.

Otra impresión que perdura es la de las buenas horas pasadas escuchando sus canciones de amor y celda en la voz de Amancio Prada (incluyo al final el vídeo con mi preferida), Chicho Sánchez Ferlosiso y otros. Y las tertulias con amigos, en general bastante apasionados, en torno a la que uno de los conjurados calificaba como «prodigiosa traducción» del De Rerum Natura de Lucrecio.

En un terreno de cercanía profesional, y como recuerdo que (contraviniendo de nuevo sus enseñanzas) uno siente que lo ennoblece un poco porque algo del fulgor ajeno nos vino a caer cerca, no me olvido de aquel prólogo para la biografía de Julio César, de Hans Oppermann, que le encargamos en Salvat a AGC y de cuya edición me correspondió ocuparme. Eran unos pocos folios pero contenían un texto espléndido, tal vez extraño para su cometido de presentar ante el "gran público" la biografía de "un gran hombre", motivo que el pensador zamorano tomó como excusa para arremeter inteligentemente contra la propia idea matriz de aquella colección de "grandes biografías". Son unas páginas de menor importancia en la copiosa e importante bibliografía de AGC, pero no indignas de comparecer junto al resto de su obra. He aquí, a modo de homenaje curiosamente pertinente para la ocasión, las últimas líneas:
Pero, frente a la fascinación de la biografía y las fotos de las caras de los líderes para formación de masas, quede aquí abajo enunciado este apotegma, que brota de lo más hondo del escepticismo popular, que poder es obediencia; y sólo la necesidad de inconsciencia que al ejercicio de poder ha de acompañar por fuerza (y la misma inconsciencia en el líder que en sus masas) obliga a que esa ley de obediencia se oculte alternativamente bajo las máscaras de la fe en la voluntad de los grandes hombres o de la fe en el Destino y en el régimen de la estrellas sobre las vidas.

Hans Oppermann: Julio César. Salvat, Barcelona, 1984.

Fotografía superior: AGC en Ronda, tomada del blog de Antonio Selfa



viernes, 2 de noviembre de 2012

Difuntos


2 de noviembre, tiempo memorioso:
antes de que la luna nos diera calabazas
frente a las caras tísicas con el rímel corrido,
mucho antes del viento royendo la mañana
y la línea infinita de los altos cipreses
sobre la grava suelta de la explanada blanca,
antes del  lobishome y la bruja piruja
con su verruga gorda tapándole la napia,
antes de la cajita blanca sobre la mesa
entre nieblas del norte y entre petos de ánimas,
antes de aquellos dedos hinchados que de noche
trepaban por el muro hasta rozar mi cama,
antes de que Manrique dijera «qué se fizo»
y todas las vecinas contestaran «¡qué lástima!»,
y antes que el cónsul Firmin, borracho de deseo,
buscara a la Pelona para sentirse el alma,
y mucho mucho antes de todas estas cosas
que ahora a cada poco me la muestran de cara,
la muerte era tan solo un tedio no explorado
y también una voz que sin cesar cantaba
la lista interminable de los monarcas godos,
las más viejas leyendas de la patria.


Ataúlfo, Sigerico, 
Valia y luego Tedorico,
Turismundo, Teodorico 
el segundo, con Eurico 
y Alarico, Gesaleico 
y el más grande Teodorico,
Amalarico con Teudis, 
Teudiselo con Agila
y después Atanagildo, 
Liuva primo (en solitario), 
Leovigildo y Recaredo,
Liuva dos y Viterico,
Gundemaro, Sisebuto,
el segundo Recaredo
con Suintila y Sisenando
más Chintila y luego Tulga,
Chindasvinto, Recesvinto, 
Wamba, Ervigio (Quenojari)
Égica, Witiza, Agila  
y, ya por fin,
                       don Rodrigo,
al que siempre estaré viendo
devorado por la sierpe
mientras resuena su voz:
«¡Ya me come, ya me come
y qué bien sabéis por dó…!»