jueves, 28 de julio de 2011

Puertas


Oigo en la radio que alguien califica la canción de Triana que figura sobre estas líneas (os aconsejo pulsar sobre el vídeo mientras tenéis, ojalá, la paciencia de leer ) de «oro puro». No sé si la metáfora es del todo ajustada, o acusa en demasía el peso dorador con que la nostalgia cubre ciertas cosas del pasado..., precisamente porque son del pasado.

En todo caso, el calificativo recorre con el dedo en mi conciencia un territorio preciso del mapa de la realidad y, quizás más que nada de lo que hasta la fecha haya ocurrido en las últimas semanas (incluida la atrocidad de Noruega), me instala en medio del verano, en el hueco justo por donde la luz cae a plomo y hace que el largo camino hacia la noche tenga como banda sonora un estridular de insectos multiplicado hasta el infinito, o al menos hasta ese agujero donde las horas van abandonando su condición de densas manchas de aceite y la brisa con que por fin se anuncia el triunfo de la sombra refresca la mirada y deja en suspenso el puro peso del sentir y, más aún, del sentir que se siente, como en el juego aquel o acaso en el desasosiego de Bernardo Soares... (¡Vaya deriva!)

Volviendo al caso, no está de más subrayar que por la puerta que Triana abrió con esta puerta han ido pasando desde entonces nuevas corrientes, incluido este homenaje de Medina Azahara, que da pie a comparaciones y preferencias. A mi me parece que entre sus diferencias (evidentes) hay un punto de continuidad (necesaria).

Entre las dos abren la puerta por la que se cuela en ráfagas amarillas el oro (tal vez falso: los tiempos son así de cicateros) del verano.


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